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Philip Kerr

Unos Por Otros

Berlin Noir 04

Título originaclass="underline" The one from the other

© Philip Kerr, 2006

© traducción de Ana Guelbenzu, David Paradela y Sílvia Pons. 2007

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«Señor, concédenos serenidad para aceptar aquello que no podemos cambiar, valor para cambiar los que podemos y sabiduría para darnos cuenta de la diferencia.»

Reinhold Niebuhr

Prólogo

Berlín, septiembre de 1937

Recuerdo el buen tiempo que hizo aquel septiembre. La gente lo llamaba «el tiempo de Hitler» por lo idóneo que resultó para sus acciones. Parecía como si los elementos se hubieran aliado para favorecer a Adolf Hitler, precisamente a él. Lo recuerdo pronunciando un encendido discurso en el que pedía la anexión de colonias a Alemania. Tal vez fuera la primera vez que lo oímos utilizar la expresión «espacio vital». Lo que no sospechábamos entonces era que para que nosotros dispusiéramos de espacio vital alguien tuviera que morir primero.

En aquel momento yo vivía y trabajaba en el espacio que llamábamos Berlín, donde a un detective privado nunca le faltaban los casos. Por supuesto, siempre versaban sobre personas desaparecidas. La mayoría de ellas judías, y la mayoría eran asesinadas en callejones, o enviadas a KZ, campos de concentración, sin que las autoridades se tomaran la molestia de notificárselo a sus familias. A los nazis les resultaba divertida aquella forma de actuar. Oficialmente animaban a los judíos a emigrar, pero como no les permitían llevarse sus pertenencias, muy pocos lo hacían. Sin embargo, algunos idearon estrategias para sacar su dinero de Alemania.

Una de las estrategias utilizada por los judíos consistía en meter sus pertenencias en un paquete precintado, catalogarlo como «última voluntad y testamento» de Fulano de Tal y depositarlo en un tribunal de justicia alemán antes de salir «de vacaciones» del país. Entonces el judío «moría» en un país extranjero y los tribunales de Francia o Inglaterra se encargaban de reclamar al tribunal alemán el paquete que contenía la «última voluntad y testamento» del difunto. Los tribunales alemanes, en manos de abogados alemanes, estaban encantados de acatar la petición de otros abogados, aunque fueran franceses o ingleses. Ese fue el modo en que unos cuantos afortunados lograron recuperar parte de su dinero y de sus pertenencias con las que comenzar una nueva vida en otro país.

Aunque resulte difícil de creer, otra de las estrategias fue ideada por el Departamento de Asuntos Judíos del Servicio de Seguridad, el SD. Aquella táctica resultó útil para ayudar a los judíos a salir de Alemania y, al mismo tiempo, para enriquecer a algunos oficiales del SD. El ardid era conocido con el nombre de plan tocher o «judío itinerante» y yo tuve ocasión de familiarizarme con él a través de dos de los clientes más extraños con los que hetratado en toda mi vida.

Paul Begelmann era un judío alemán rico, un hombre de negocios que tenía varios garajes y concesionarios de automóviles repartidos por toda Alemania. El doctor Franz Six, un Sturmbannführer de las SS, dirigía el Departamento de Asuntos Judíos del SD. Me citaron en la modesta suite de tres habitaciones que el departamento tenía en el Hohenzollern Palais, en Wilhelmstrasse. Detrás de la mesa de Six colgaba un retrato del Führer así como numerosos títulos oficiales de las universidades de Heidelberg, Königsberg y Leipzig. Six sería un criminal nazi, pero no cabía duda de que era un criminal nazi altamente cualificado. No podía decirse que tuviera el aspecto del ario ideal defendido por Himmler. De unos treinta años, tenía el pelo oscuro, un rictus de suficiencia en los labios y no parecía más judío que Paul Begelmann. Desprendía un leve olor a colonia y a hipocresía. Sobre su mesa había un pequeño busto de Wilhelm von Humboldt, fundador de la Uni versidad de Berlín y famoso por haber establecido los límites dentro de los cuales debía circunscribirse la acción del Estado. Me pareció poco probable que el Sturmbannführer Six estuviera de acuerdo con él en ese punto.

Begelmann era mayor y más alto; de pelo oscuro y rizado, tenía los labios gruesos y rosados como filetes. Aunque sonreía, sus ojos contaban una historia muy distinta. Tenía las pupilas estrechas, como las de un gato, como si anhelara dejar de estar en el punto de mira del SD. En aquel edificio, rodeado de todos aquellos uniformes negros, tenía el aspecto de un niño de coro deseoso de hacerse amigo de una manada de hienas. No dijo mucho, fue Six quien habló por él. Yo había oído que Six era de Mannheim, ciudad en la que había una iglesia jesuita muy conocida. Con aquel elegante uniforme negro, ésa fue la impresión que me dio. No me pareció el típico matón del SD, sino más bien un jesuita.

– Herr Begelmann ha expresado su deseo de emigrar de Alemania a Palestina -dijo con soltura-. Evidentemente, le preocupan sus negocios en Alemania y el impacto que su venta tendría en la economía local. Así pues, a fin de ayudar a herr Begelmann, este departamento propone una solución a su problema. Una solución en la que usted nos podría ayudar, herr Gunther. Lo que proponemos es que no emigre pro forma sino que conste como ciudadano alemán que ha abandonado el país para ir a trabajar. Es decir, que pueda trabajar enPalestina como representante de ventas de su propia empresa. De este modo podrá ganar un sueldo, participar de los beneficios de la empresa y, al mismo tiempo, contribuir a la política de este departamento de fomentar la emigración de los judíos.

No me cupo la menor duda de que el pobre Begelmann había accedido a compartir los beneficios de su empresa no con el Reich sino con Franz Six. Encendí un cigarrillo, miré al tipo del SD y le dediqué una sonrisa irónica.

– Caballeros, me da la impresión de que serán muy felices juntos. Lo que no acabo de entender es para qué me necesitan. Yo no caso a la gente, investigo a la gente casada.

Six se sonrojó levemente y lanzó a Begelmann una mirada de contrariedad. Tenía poder, aunque no la clase de poder que pudiera intimidar a alguien como yo. Estaba acostumbrado a amenazar a estudiantes y a judíos, pero la tarea de amenazar a un ario adulto parecía ir más allá de sus posibilidades.

– Necesitamos a alguien… a alguien en quien herr Begelmann pueda confiar… para que entregue una carta del banco Wesselmann de aquí, en Berlín, al banco Anglo-Palestino de Jaffa. Queremos que esa persona abra una línea de crédito en ese banco y que alquile una propiedad en Jaffa en la que establecer un salón de ventas de automóviles. Ese alquiler servirá para justificar la importante nueva empresa de herr Begelmann. También necesitamos que nuestro agente transporte algunas de sus pertenencias y las deposite en el banco Anglo- Palestino de Jaffa. Por supuesto, herr Begelmann está dispuesto a desembolsar una sustanciosa cantidad de dinero por tales servicios. Mil libras esterlinas, a pagarse en Jaffa. Naturalmente, el SD se ocupará de los trámites y de obtener toda la documentación necesaria. Usted iría allí en calidad de representante de Motores Begelmann, y de manera extraoficial, se convertiría en agente secreto del SD.

– Mil libras. Eso es mucho dinero -respondí-. Pero ¿qué sucede si la Ges tapo me interroga acerca de todo esto? Es probable que no le gusten las respuestas. ¿Ha considerado esa posibilidad?

– Por supuesto -dijo Six-. ¿Me toma por imbécil?

– Yo no, pero tal vez ellos lo hagan.

– Se da la circunstancia de que voy a enviar a otros dos agentes a Palestina en una misión de investigación que ha sido autorizada desde arriba. Como parte de la investigación, este departamento debe analizar laviabilidad de la emigración forzosa a Palestina. Para la SI PO, usted formará parte de la misión. Si la Ges tapo le hace cualquier pregunta, usted estará autorizado a responder, al igual que los otros dos agentes, que se trata de una misión de Inteligencia, que cumple órdenes del general Heydrich y que, por razones de seguridad, no puede hablar del asunto. -Hizo una pausa y encendió un pequeño puro de aroma intenso-. Usted ya ha trabajado para el general, ¿no es así?