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– Antes de incorporarse a las Waffen-SS, estuvo en un campo de trabajos forzados. Lamberg-Janowska.

– Así es -comentó-. Con la DAW. La fábrica alemana de armamento.

– Querría hacerle unas preguntas sobre el tiempo que pasó allí.

Al recordar aquella época su cara dibujó una mueca de disgusto.

– Era un campo de trabajos forzados construido alrededor de tres fábricas de Lvov. El campamento se llamaba así por la dirección de la fábrica: calle Janowska, 133. Llegué en mayo de 1942 para hacerme cargo de las fábricas. Del campo de judíos se ocupaba otra persona. Las cosas allí estaban muy mal, creo. Pero mi responsabilidad se limitaba a la fábrica. Entre el otro comandante y yo había cierta tensión, no nos poníamos de acuerdo sobre quién estaba al mando. En teoría, debería haber sido yo. En aquel entonces era teniente primero, y el otro tipo teniente segundo. Sin embargo, su tío era teniente general de las SS, Friedrich Katzmann, el jefe de la policía de Galitzia y un hombre muy poderoso. En parte me marché de Janowska por él. Wilhaus, así se llamaba el comandante, me odiaba. Tenía celos, supongo. Quería controlarlo todo y hubiera hecho cualquier cosa para librarse de mí. Sólo era cuestión de tiempo que moviera sus fichas y me acusara de algo que no había hecho. Así que decidí salir de allí lo antes posible. Además, no había nada por lo que mereciera la pena quedarse. Y teníaotro motivo. El lugar era espantoso. Espantoso de verdad. No creí que pudiera quedarme allí y prestar mis servicios con orgullo. Así que solicité el ingreso en las Waffen-SS. El resto ya lo conoce -dijo, y encendió otro de mis cigarrillos.

– En el campo había otro oficial. Friedrich Warzok. ¿Se acuerda de él?

– Recuerdo a Warzok. Era el hombre de Wilhaus.

– Soy detective privado -expliqué-. Su esposa me ha pedido que averigüe si está vivo o muerto. Quiere volver a casarse.

– Una mujer muy sensata. Warzok era un cerdo. Como todos. -Meneó la cabeza-. Aunque si se casó con ese cabrón, seguramente también ella sea una cerda.

– O sea, que nunca la vio por allí.

– ¿Intenta decirme que no es una cerda? -Sonrió-. Está bien, está bien. No. No la vi. Sabía que él estaba casado. De hecho, no paraba de hablar de lo atractiva que era su esposa. Pero nunca la llevó a vivir con él. Al menos no en el tiempo que yo estuve allí. A diferencia de Wilhaus, que vivía con su esposa y su hija. ¿No le parece increíble? Yo no hubiera permitido que mi mujer ni un hijo mío se acercaran a menos de veinte kilómetros de un lugar como aquél. Diría que todo lo desagradable que pueda haber oído sobre Warzok es verdad. -Dejó el cigarrillo en el cenicero, se llevó las manos a la nuca y echándose hacia atrás preguntó-: ¿En qué puedo ayudarle?

– En marzo de 1946 Warzok vivió en Austria. Su esposa cree que tal vez se sirvió de la red de viejos compañeros para escapar. Desde entonces no sabe nada de él.

– Debería sentirse afortunada.

– Es católica. El cardenal Josef Frings le ha dicho que no puede volver a casarse a menos que logre demostrar que Warzok está muerto.

– El cardenal Frings, ¿eh? Un buen hombre, ese cardenal Frings. -Sonrió-. No encontrará aquí a nadie que le hable mal de Frings. Él y el obispo Neuhausler se están esforzando mucho para sacarnos de este lugar.

– Eso parece -respondí-. En cualquier caso, esperaba que pudiera darme alguna información que me permitiera averiguar qué fue de él.

– ¿Información de qué tipo?

– No lo sé. Qué clase de hombre era. Si alguna vez hablaron sobre qué sucedería después de la guerra. Sialguna vez mencionó qué planes tenía.

– Ya se lo he dicho. Warzok era un cerdo.

– ¿Puede decirme algo más?

– ¿Quiere detalles?

– Por favor. Del tipo que sean.

Se encogió de hombros.

– Como ya le he dicho, mientras estuve allí, Lemberg-Janowska era como cualquier otro campo de trabajos forzados. En la fábrica sólo podía trabajar un cierto número de hombres, porque si eran más se molestaban los unos a los otros. Sin embargo, siguieron mandándome más y más. Miles de judíos. Al principio enviamos el excedente de judíos a Belzec, pero pasado un tiempo nos dijeron que debíamos dejar de hacerlo y lidiar con ellos como pudiéramos. Enseguida tuve muy claro qué significaba aquello y si le digo la verdad no quise implicarme en el asunto. Así que me ofrecí voluntario para servir en primera línea. Pero incluso antes de salir de allí, Warzok y Rokita, otra de las criaturas de Wilhaus, ya habían comenzado a convertir el lugar en un campo de exterminio. Aunque no tenía nada que ver con la escala industrial de otros lugares, como Birkenau. En Janowska no había cámaras de gas. Así que los cabrones como Wilhaus y Warzok se encontraron con un pequeño problema. Cómo acabar con el excedente de judíos del campo. Pues bien, los llevaban a unas montañas que había detrás del edificio y les disparaban. Desde la fábrica se oían los disparos del pelotón de fusilamiento. A todas horas del día, y a veces también de la noche. Y aquéllos fueron los más afortunados. Los que murieron fusilados. Wilhaus y Warzok no tardaron en darse cuenta de que disfrutaban matando gente. Así que, además de formar parte de los pelotones y disparar contra judíos, aquellos dos empezaron a matar por diversión. Hay gente que se levanta por la mañana y hace ejercicio. Pues bien, la idea de ejercicio que tenía Warzok consistía en pasearse por el campo con una pistola y disparar de manera indiscriminada. A veces colgaba a mujeres por el pelo y las utilizaba como blanco para practicar su puntería. Para él matar era como encender un cigarrillo, tomar un café o sonarse la nariz. Algo de lo más normal. Era un animal. Me odiaba. Los dos me odiaban, él y Wilhaus. Wilhaus le pidió a Warzok que pensara en nuevas tácticas para acabar con los judíos. Y Warzok obedeció. Pasado un tiempo cada uno deellos tenía ya su forma favorita de matar judíos. Una vez me hube marchado, creo que montaron un hospital para hacer experimentos médicos en los que utilizaron a mujeres judías como conejillos de indias en la investigación de varios procedimientos.

»En fin, esto es lo que oí decir. El campo quedó vacío hacia las últimas semanas de 1943. El Ejército Rojo no liberó Lvov hasta julio de 1944. La mayoría de los que estaban en Janowska fueron trasladados al campo de concentración de Majdanek. Si quiere saber qué fue de Warzok tendrá que hablar con los otros hombres que trabajaron en Janowska. Hombres como Wilhelm Rokita. También había uno que se apellidaba Wepke, pero no recuerdo su nombre, sólo que era Kommissar de la Ges tapo y que se llevaba bien con Warzok. Warzok también hizo buenas migas con dos tipos del SD. El Scharführer Rauch y el Oberwachtmeister Kepich. Aunque no tengo ni idea de si están vivos o muertos.

– Warzok fue visto por última vez en Ebensee, cerca de Salzburgo. Su esposa dice que los compañeros lo ayudaron a escapar. La Odes sa.

Gebauer negó con la cabeza.

– No, no sería la Odes sa. La Odes sa y la Com pañía son cosas muy distintas. La Odes sa es una organización que dirigen los americanos. En los niveles más bajos, sí, ahí trabajan muchos de la Com pañía, pero a niveles más altos, es la CIA. La CIA ayudó a algunos nazis a escapar cuando ya no le servían como agentes anticomunistas. Pero no me imagino a Warzok trabajando como agente de la CIA. Pa ra empezar, no sabía nada de asuntos de Inteligencia. Si logró escapar lo hizo ayudado por la Com pañía, o la Te laraña, como también se la conoce. Tendrá que preguntarle a alguna de las arañas dónde puede haber ido.

Elegí mis palabras con mucha cautela.

– A mi difunta esposa le daban mucho miedo las arañas. Muchísimo. Cada vez que se encontraba con una me llamaba para que me hiciera cargo de ella. Lo curioso es que ahora que mi esposa ya no está, he dejado de ver arañas. No sabría dónde encontrarlas. ¿Y usted?