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– He indagado un poco sobre el marido de tu clienta -dijo, sin apenas mirarme.

Bajo la clara luz vespertina, la cabeza era de color ámbar, como una buena cerveza tostada, o tal vez una Doppel. Mientras hablaba, mantenía el cigarrillo en la boca, que se movía de arriba abajo como la batuta de un director que pusiera orden en la descontrolada orquesta de hortensias, lavanda, gencianas y lirios que se desplegaba frente a él. Yo tenía la esperanza de que hicieran lo que se les ordenaba, por si intentaba darles una patada como había hecho con la ardilla.

– En la Rup rechtskirche de Viena -dijo- hay un cura que lleva a cabo una labor de beneficencia parecida para viejos compañeros como tú. Es italiano, el padre Lajolo. Se acuerda muy bien de Warzok. Al parecer, se presentó con un billete de tren para Güssing poco después de la Na vidad de 1946. Lajolo lo llevó a un piso franco en Ebensee mientras esperaban un nuevo pasaporte y visado.

– ¿Un pasaporte de quién? -pregunté por curiosidad.

– De la Cruz Ro ja. O del Vaticano, no lo sé con certeza. Uno de los dos, eso seguro. El visado era para Argentina. Lajolo o uno de los suyos fue a Ebensee, entregó los papeles, algo de dinero y un billete de tren para Génova. Allí se suponía que Warzok iba a tomar el barco para Sudamérica. Warzok y otro antiguo compañero. Pero nunca se presentaron. Nadie sabe lo que ocurrió con Warzok, pero el otro tipo fue encontrado muerto en el bosque cerca de Thalgau pasados unos meses.

– ¿Cómo se llamaba? Su nombre real.

– SS Hauptsturmführer Willy Hintze. Era el antiguo jefe adjunto de la Ges tapo en una ciudad polaca llamada Thorn. Hintze se encontraba en una fosa poco profunda, desnudo. Le habían disparado en la nuca cuando estaba arrodillado en el borde de la tumba. Le tiraron la ropa encima. Había sido ejecutado.

– ¿Warzok y Hintze estaban en el mismo piso franco?

– No.

– ¿Se conocían de antes?

– No. Su primer encuentro habría sido en el barco hacia Argentina. Lajolo imaginó que habían descubiertolos dos pisos francos y los cerró. Se decidió que a Warzok le ocurrió lo mismo que a Hintze. Nakam los había atrapado.

– ¿Nakam?

– Después de 1945 la Bri gada Judía, voluntarios de Palestina que se habían enrolado en una unidad especial del ejército británico, recibió la orden del incipiente ejército judío, el Haganah, de formar un comando secreto de asesinos. Un grupo de ellos con base en Lublin adoptó el nombre de Nakam, una palabra hebrea que significa «venganza». Su objetivo era vengar las muertes de seis millones de judíos.

El padre Gotovina se retiró el cigarrillo de los labios para lograr una mueca de desdén más eficaz que acabó por incluir las fosas nasales y los ojos. Yo diría que si hubiera existido un grupo muscular que controlara las orejas, también las habría hecho participar. La expresión despectiva del cura croata dejaba a Conrad Veidt como un mísero aprendiz y a Be la Lu gosi como un astuto novato sin cuello.

– Israel no trae nada bueno -dijo, sulfurado-. Mucho menos Nakam. Un primer plan de Nakam era envenenar los pantanos de Múnich, Berlín, Núremberg y Francfort y matar a varios millones de alemanes. Parece que no se lo cree, herr Gunther.

– Es que existen historias de judíos que envenenan los pozos de los cristianos desde la Edad Me dia – contesté.

– Le aseguro que lo digo totalmente en serio. Éste era de verdad. Por suerte para usted y para mí, el comando Haganah se enteró del plan y, tras indicar la cantidad de británicos y americanos que morirían, Nakam se vio obligado a abandonar el plan. -Gotovina soltó su risa de psicópata-. Fanáticos. Y se preguntan por qué intentamos eliminar a los judíos de la sociedad decente.

Le dio con la punta del cigarrillo a una desgraciada paloma, cruzó las piernas y se ajustó el crucifijo en el cuello musculoso antes de proseguir con la explicación. Era como tener una charla con Tomás de Torquemada.

– Pero Nakam no tenía intención de abandonar sus proyectos de envenenar a una gran cantidad de alemanes. Idearon un plan para intoxicar un campo de prisioneros de guerra cerca de Núremberg, donde estaban recluidos 36.000 oficiales de las SS. Entraron en una panadería que suministraba pan al campo y envenenaron 2.000 hogazas. Gracias a Dios, eran muchas menos de las que tenían pensado utilizar. Aun así, miles de hombres se vieron afectados y nada menos que quinientos murieron. Le doy mi palabra. Es una cuestión de archivo histórico.

Se santiguó y luego alzó la mirada mientras por un instante una nube tapaba el sol y nos sumía a ambos en un pequeño pozo de sombra, como las almas condenadas de las páginas de Dante.

– A partir de entonces se limitaron a asesinar, simple y llanamente. Con ayuda de los judíos de los servicios de Inteligencia británicos y americanos, crearon un centro de documentación en Linz y Viena y empezaron a seguir la pista de los llamados criminales de guerra, utilizando la organización de la emigración judía como tapadera. Primero siguieron a hombres cuando eran liberados de los campos de prisioneros de guerra. Eran fáciles de vigilar, sobre todo con los soplos de los Aliados. Y luego, cuando estaban preparados, iniciaban las ejecuciones. Al principio colgaron a unos cuantos. Pero un hombre sobrevivió y a partir de entonces siempre siguieron el mismo modus operandi. La fosa poco profunda, la bala en la nuca. Como si pretendieran imitar lo que aquellos batallones del orden hicieron en Europa del Este.

Gotovina se permitió una ligera sonrisa que trasmitía algo parecido a la admiración.

– Eran muy eficaces. La cantidad de viejos compañeros asesinados por Nakam es de entre uno y dos mil. Lo sabemos porque alguno de nuestros grupos de Viena logró capturar a uno de ellos y antes de morir les contó lo que le acabo de explicar. Así que ya ve, ahora debe tener cuidado con los malditos judíos, herr Gunther, no conlos británicos o americanos. Sólo les importa el comunismo, y en ocasiones incluso han ayudado a sacar a nuestra gente de Alemania. No, hoy en día quienes le deben preocupar son los chicos judíos. Sobre todo los que no lo aparentan. Al parecer, el que detuvieron y torturaron en Viena parecía el ario perfecto, ¿sabe? Como el hermano más guapo de Gustav Frölich.

– ¿Entonces dónde queda mi clienta en todo esto?

– ¿No me estaba escuchando, Gunther? Warzok está muerto. Si siguiera con vida estaría incordiando, eso es un hecho. Si estuviera allí, ella lo sabría, créame.

– Me refiero a en qué posición la deja para la Ig lesia católica.

Gotovina se encogió de hombros.

– Que espere un poco más y luego solicite un proceso judicial formal para determinar si se considera libre para contraer segundas nupcias.

– ¿Un proceso judicial? -exclamé-. ¿Quiere decir con testigos y todo eso?

Gotovina apartó la mirada, indignado.

– Olvídelo, Gunther -dijo-. El arzobispo pediría mi cabeza si supiera una décima parte de lo que le acabo de contar. Así que de ninguna manera le repetiré jamás nada de lo que le he explicado. Ni ante un tribunal canónico ni a ella. Ni siquiera a usted. -Se levantó y me miró. Con el sol a sus espaldas, parecía que no estuviera allí, como la silueta de un hombre-. Le daré un consejo gratis. Abandone ahora. Deje el caso. A la Com pañía no le gustan las preguntas ni los sabuesos, ni siquiera los que creen que pueden salir airosos porque una vez tuvieron un tatuaje bajo el brazo. La gente que hace demasiadas preguntas sobre la Com pañía acaba muerta. ¿Me he explicado, sabueso?

– Hacía mucho que no me amenazaba un cura -dije-. Ahora sé cómo se sentía Martín Lutero.

– De Lutero nada. -Gotovina empezaba a sonar más furioso-. Y no vuelva a ponerse en contacto conmigo. Ni siquiera si David Ben-Gurion le pide que cave un agujero en su jardín a medianoche. ¿Lo haentendido, sabueso?