Asentí.
– ¿Podría ver su pasaporte, herr Gunther? -Se lo mostré-. La persona más indicada para ayudarle a encontrar una propiedad de uso comercial en Jaffa es Solomon Rabinowicz -dijo mientras examinaba mi pasaporte y anotaba el número-. Es un judío polaco y también el individuo con más recursos que he conocido en este exasperante país. Tiene su oficina en Montefiore Street, en Tel Aviv. Está a unos setecientos metros de aquí. Le anotaré la dirección. Doy por hecho que su cliente no quiere un local en el barrio árabe. Eso sería como meterse en la boca del lobo.
Me devolvió el pasaporte, miró el baúl del señor Begelmann e hizo un gesto afirmativo.
– Supongo que ahí van las pertenencias de su cliente, las que quiere que guardemos en nuestra caja fuerte hasta su llegada al país -dijo.
Volví a asentir.
– Una de estas cartas detalla el contenido del baúl. ¿Le gustaría comprobar que está todo en orden antes de entregarlo?
– No -respondí.
Quinton rodeó la mesa y levantó el baúl.
– ¡Hay que ver cómo pesa! -exclamó-. Si me hace el favor de esperar aquí un momento, prepararé su libreta. ¿Le apetece un té? ¿Una limonada, tal vez?
– Té -respondí-. Un té estará bien.
Concluido el asunto del banco, anduve hasta el hotel y observé que Hagen y Eichmann ya habían salido. Tomé una ducha fría, fui a Tel Aviv, me encontré con el señor Rabinowicz y le di instrucciones para que consiguiera una propiedad que se ajustara a las necesidades de Paul Begelmann.
No vi a los hombres del SD hasta la mañana siguiente, a la hora del desayuno, cuando, hechos unos guiñapos, bajaron en busca de café. Habían pasado la noche en un club nocturno de la ciudad.
– Demasiado arak -susurró Eichmann-. Es la bebida local. Una especie de licor de uva algo anisado. Será mejor que lo evites.
Sonreí y encendí un cigarrillo, pero tuve que apartar el humo con la mano porque me di cuenta de que parecía marearlos.
– ¿Conseguisteis localizar a Reichert? -pregunté.
– Sí, de hecho estuvo con nosotros ayer por la noche. Pero no vimos a Polkes, por lo que es probable que venga a buscarnos aquí. ¿Te importaría quedar con él, cinco o diez minutos, y explicarle la situación?
– ¿Y cuál es la situación?
– Me temo que nuestros planes cambian a cada minuto que pasa. Es probable que al final no regresemos. Además, Reichert cree que no nos será más fácil obtener el visado en El Cairo que aquí.
– Vaya, lamento escucharlo -dije, sin lamentarlo un ápice.
– Dile que nos hemos ido a El Cairo -instruyó Eichmann-, y que nos hospedaremos en el National Hotel. Dile que se reúna con nosotros allí.
– No lo sé -dije-. La verdad es que no quiero involucrarme en nada de esto.
– Eres alemán. Estás involucrado, te guste o no.
– Sí, pero el nazi eres tú, no yo.
Eichmann pareció sorprenderse.
– ¿Cómo es posible que trabajes para el SD y no seas nazi? -inquirió.
– El mundo es un lugar muy extraño -respondí-. Pero no se lo digas a nadie.
– Por favor, habla con él. Aunque sólo sea por cortesía. Podría dejarle una carta, pero será mucho mejor que se lo expliques en persona.
– ¿Quién es ese Fievel Polkes, de todos modos? -pregunté.
– Un judío palestino que trabaja para la Ha ganah.
– ¿Y quiénes son ésos?
Eichmann me dedicó una sonrisa de condescendencia. Estaba pálido y empapado de sudor. Estuve a punto de sentir lástima por él.
– No puede decirse que sepas muchas cosas acerca de este país ¿verdad?
– Lo suficiente para conseguir un visado de treinta días -respondí certeramente.
– La Ha ganah es un grupo paramilitar judío que tiene un servicio de Inteligencia.
– O sea, una organización terrorista.
– Si lo prefieres -convino Eichmann.
– De acuerdo. Lo veré, aunque sólo sea por cortesía. Ahora bien, quiero saberlo todo. No estoy dispuesto a quedar con uno de esos cabrones asesinos sin conocer toda la historia.
Eichmann dudó. Yo sabía que no confiaba en mí. Pero una de dos: o la resaca le impedía razonar o seacababa de dar cuenta de que no tenía otra opción que ser sincero conmigo.
– La Ha ganah quiere que le proporcionemos armas para combatir a los británicos aquí en Palestina – explicó-. Si el SD sigue fomentando la emigración judía desde Alemania, ellos nos pasarán información sobre las tropas británicas y sus movimientos navales en el Mediterráneo oriental.
– ¿Judíos dispuestos a ayudar a quienes les persiguen? -Solté una carcajada-. Eso es una ridiculez. – Eichmann no se rió-. ¿No os parece?
– Al contrario -dijo Eichmann-. El SD ha financiado ya varios campamentos sionistas de formación en Alemania. Lugares en los que los jóvenes aprenden las técnicas agrícolas que les harán falta para cultivar su tierra. Tierra palestina. Una Haganah subvencionada por el nacionalsocialismo no es más que una posible rama de esa misma política. Y por esa razón vine aquí. Para tomarles la medida a los dirigentes de la Ha ganah, del Irgún y de otros grupos militares judíos. Mira, ya sé que cuesta creer, pero sienten mayor aversión por los británicos que por nosotros.
– ¿Y dónde encaja en todo esto Haj Amin? -pregunté-. Él es árabe, ¿no?
– Haj Amin viene a ser la otra cara de la moneda -comentó Eichmann-. Por si nuestra política pro sionista no funcionara. Habíamos planeado encontrarnos con el Alto Comité Árabe y con algunos de sus miembros, en especial con Haj Amin, aquí, en Palestina. Pero parece que los británicos han ordenado la disolución del comité y la detención de sus miembros. Al parecer, hace unos días asesinaron en Nazaret al ayudante del jefe de Policía de Galilea. En estos momentos Haj Amin se esconde en el barrio antiguo de Jerusalén, pero va a tratar de salir para reunirse con nosotros en El Cairo. Así pues, aquí en Jaffa sólo tenemos que preocuparnos por Polkes.
– Recuérdame que jamás juegue a las cartas contigo, Eichmann -comenté-. Y si lo hago, recuérdame que te pida que te quites el abrigo y te remangues.
– Tú dile a Polkes que vaya a El Cairo. Él lo entenderá. Pero por lo que más quieras, no menciones al Gran Muftí.
– ¿El Gran Muftí?
– Haj Amin -aclaró Eichmann-. Es el Gran Muftí de Jerusalén. La más alta autoridad religiosa de Palestina. Los británicos lo designaron en 1921, lo cual lo convierte en el árabe más poderoso del país. Además es el antisemita más fervoroso del mundo, a su lado el Führer siente adoración por los judíos. Haj Amin hallamado a la yihad contra los judíos, y por ese motivo tanto la Ha ganah como el Irgún lo quieren muerto. Y por eso será mejor que Polkes no sepa que planeamos vernos con él. Él sospechará al respecto, por supuesto, pero ése es su problema.
– Espero que no se convierta también en el mío -respondí.
Eichmann y Hagen partieron en barco hacia Alejandría, y al día siguiente Fievel Polkes se presentó en el hotel Jerusalén preguntando por ellos. Polkes era un judío polaco de unos treinta y pocos que fumaba como un carretero. Llevaba un traje de verano arrugado y un sombrero de paja. Le hacía falta un buen afeitado, aunque no tanto como al ruso judío que lo acompañaba y que también fumaba como un carretero. De unos cuarenta y tantos, aquel hombre tenía unos hombros del tamaño de montañas y un rostro desgastado, como de figura tallada en un arbotante. Se llamaba Eliahu Golomb. Ambos llevaban la chaqueta abotonada, aunque aquel día, como era habitual, hacía un calor infernal. Cuando un hombre lleva la chaqueta abotonada en un día tan caluroso, el hecho suele tener una única explicación. Una vez les hube explicado la situación, Golomb comenzó a despotricar en ruso, así que, para rebajar la tensión (al fin y al cabo aquellos tipos eran terroristas), señalé en dirección al bar y me ofrecí a invitarles a un trago.