Oí un ruido encima de mí, abrí los ojos y me di cuenta demasiado tarde de que el sonido era el de una Smith and Wesson del calibre 38 recién amartillada. Era la pequeña 38 con mango de goma que había visto en la guantera del Buick de Jacobs, sólo que ahora la tenía él en la mano. Nunca olvido una pistola. Sobre todo cuandome apuntan a la cara con ella.
– Apártate de la mesa -dijo en voz baja-. Y las manos sobre la cabeza. Despacio. Esta 38 es muy sensible y puede que se dispare si tu mano se acerca a menos de un metro de esa Mauser. He visto tus pisadas en la nieve. Igual que el buen rey Wenceslao. Deberías tener más cuidado.
Volví a sentarme en la silla con las manos sobre la cabeza, viendo cómo se acercaba el agujero negro del cañón. Ambos sabíamos que era hombre muerto si apretaba el gatillo. Una 38 le crea un ligero problema de superventilación al cráneo humano.
– Si tuviera más tiempo -dijo-, preguntaría cómo has hecho para salir de Viena con tanta rapidez. Impresionante. Ya le dije a Eric que no te dejara el dinero. Lo utilizaste para salir de la ciudad, ¿no es así? – preguntó inclinándose con cuidado para recoger mi pistola.
– La verdad es que todavía tengo el dinero -dije.
– Ah, ¿y dónde está? -preguntó mientras desamartillaba mi automática y se la introducía en la cintura del pantalón.
– A unos sesenta kilómetros de aquí -contesté-. Si quieres, podemos ir a buscarlo.
– También podría sacártelo a punta de pistola, Gunther. Pero tienes suerte, el tiempo apremia.
– ¿Se escapa el avión?
– Exacto. Ahora dame los pasaportes.
– ¿Qué pasaportes?
– Como lo pregunte otra vez, perderás una oreja. Aunque alguien oiga el ruido, no le dará importancia. Creerá que viene del campo de tiro.
– Buena jugada -dije-. ¿Puedo bajar las manos para cogerlos? Están en el bolsillo de mi abrigo. ¿O prefieres que intente sacarlos con los dientes?
– índice y pulgar solamente.
Dio un paso atrás, cogió la pistola con ambas manos y la acercó a mi cabeza. Parecía listo para disparar. Al mismo tiempo sus ojos miraban el expediente que había estado leyendo. Yo no dije nada al respecto. No había necesidad de ponerle más en guardia de lo que ya estaba. Saqué los pasaportes del bolsillo y los lancé sobre el expediente.
– ¿Qué estabas leyendo? -preguntó cogiendo los pasaportes y los billetes y guardándoselos en su abrigo de piel.
– Las notas sobre los pacientes de tus protegidos -dije cerrando el expediente.
– Las manos sobre la cabeza -dijo.
– Me parece que como médicos son penosos. Todos sus pacientes tienen la mala costumbre de morirse – dije intentando controlar la rabia, pero las orejas me ardían.
Esperaba que él lo atribuyera al calor. Me entraban ganas de golpearle la cara hasta hacerla papilla, pero sólo podría hacerlo si él no me pegaba un tiro antes.
– Es un precio que vale la pena pagar -dijo él.
– Para quien no lo paga es fácil decirlo.
– ¿Lo dices por los prisioneros de guerra nazis? -Hizo una mueca de desdén-. No creo que nadie eche de menos a esa escoria enferma.
– ¿El tipo que trajiste a Dachau? -pregunté-. ¿Era uno de ellos?
– ¿Wolfram? Era prescindible. Y a ti te elegimos por la misma razón, Gunther. Tú también eres prescindible.
– Y cuando se acabaron las reservas de prisioneros enfermos, echaron mano de los enfermos incurables de los hospitales mentales de Munich. Como en los viejos tiempos. También eran prescindibles, ¿no?
– Eso fue una estupidez -dijo Jacobs-. No tenían por qué correr ese riesgo.
– Bueno, yo puedo entenderlo -dije-. Por algo son criminales. Fanáticos. Pero tú no, Jacobs. Sé que sabes lo que hicieron durante la guerra. He visto el expediente en la Kom mandatura rusa de Viena. Experimentos con prisioneros en los campos de concentración. Muchos de ellos eran judíos, como tú. ¿No te indigna aunque sea un poco?
– Eso forma parte del pasado -dijo-. Estamos en el presente. Y lo más importante, vamos hacia el futuro.
– Hablas como uno que yo me sé -dije-. Un nazi empedernido.
– Tal vez tarden un año o dos -dijo inclinándose contra la pared, relajándose lo suficiente para que yo pensara que tenía una mínima oportunidad. Tal vez esperaba que fuera a por él, así tendría una buena excusa para dispararme. Si es que le hacía falta una-. Pero una vacuna para la malaria es más importante que cualquier confuso sentimiento de justicia y resarcimiento. ¿Sabes lo que podría valer una vacuna para la malaria?
– No hay nada más importante que el resarcimiento -dije-. No para mí.
– Qué suerte la tuya, Gunther -dijo-, porque te ha tocado el papel estelar en una corte de justicia retributiva, aquí mismo, en Garmisch. No sé si los alemanes tenéis una palabra para eso. Nosotros lo llamamos juicio canguro. No me preguntes por qué. Se refiere a los tribunales no autorizados que se saltan el procedimiento legal habitual. Los israelíes los llaman tribunales de Nakam. Nakam significa «venganza». ¿Sabes?, entre la sentencia y su ejecución no suelen mediar más de un par de minutos. -Volvió a apuntarme con la pistola-. En pie, Gunther.
Me levanté.
– Da la vuelta a la mesa y ve al pasillo. Yo iré detrás.
Me dejó pasar. Recé para que fuera sucediera algo que le hiciera apartar la vista de mí medio segundo. Pero él lo sabía, por supuesto, y estaría listo para reaccionar llegado el caso.
– Voy a encerrarte en un lugar muy cálido -dijo, haciéndome avanzar por el pasillo-. Abre esa puerta y baja las escaleras.
Seguí haciendo exactamente lo que me decía. Podía sentir la mirilla del 38 en la nuca. A una distancia de un metro, una bala del 38 me habría atravesado dejándome un agujero del diámetro de una moneda de dos chelines.
– En cuanto estés a buen recaudo -dijo, bajando las escaleras tras de mí y encendiendo las luces según avanzaba-, voy a telefonear a unos amigos de Linz. Uno de ellos trabajó para la CIA, pero ahora está en la In teligencia israelí. Bueno, así es como les gusta llamarse. Para mí son asesinos. Y por eso voy a llamarlos.
– Supongo que son los que mataron a la verdadera frau Warzok -dije.
– No derramaría una sola lágrima por ella, Gunther -afirmó-. ¿Después de lo que hizo? Se lo merecía.
– ¿Y la ex novia de Gruen, Vera Messmann? -pregunté-. ¿También la mataron a ella?
– Exacto.
– Pero ella no era una criminal -observé-. ¿Por qué, entonces?
– Les dije que había sido celadora en Ravensbrück -aseguró-. Las SS tenían allí una base de adiestramiento para formar supervisoras. ¿No lo sabías? Los británicos colgaron a unas cuantas en Ravensbrück. Irma Grese, por ejemplo, tenía sólo veintiún años. Otras escaparon. Les dije a los del Nakam que VeraMessmann les echaba los perros a los judíos para que los despedazaran. Cosas de ésas. En general, la información que les paso es verídica, pero de vez en cuando cuelo a alguien en la lista aunque no sea nazi. Por ejemplo, a Vera Messmann. O como tú, Gunther. Estarán encantados de encontrarte. Hace tiempo que andan tras los pasos de Eric Gruen. De hecho, disponen de documentos que prueban que tú eres Gruen. Por si creías que parlamentando saldrías de ésta. Lo ideal hubiera sido entregarte a un tribunal aliado, pero el gobierno alemán no está haciendo muchos esfuerzos por condenar a los criminales de guerra. Ni siquiera los Aliados. Tenemos asuntos más importantes. Como los rojos. No, los únicos que ponen los cinco sentidos en perseguir y ejecutar a los criminales de guerra son los israelíes. Cuando den por muerto a Eric Gruen, los Aliados daremos carpetazo. Y los rusos. Y así, el verdadero Eric Gruen estará limpio. Aquí es dónde intervienes tú, Gunther. Tú pagarás por él. -Habíamos llegado al final de las escaleras-. Abre la puerta que tienes delante y entra.