Muchas de sus desabridas denuncias de la sociedad democrática, de la opinión y su rastrero totalitarismo, sólo hoy revelan su agudeza liberatoria y constituyen – hoy, no entonces – un anticuerpo vital en el mundo de la información, a pesar de la furibunda y a veces incluso trivial caída de tono de muchas páginas y del desproporcionado "charloteo". En cualquier caso, nunca como en ese desahogo reaccionario fue Mann – por lo menos cuando habló en primera persona y no, artísticamente, como un ventrílocuo a través de sus personajes – tan sincero y apasionado. Conoció bien la inautenticidad latente en todo discurso y por dos veces cita, haciéndola suya, la injuria que Strindberg infligió a Bjornson, "falso como un orador oficial", pero la misma sectaria desmesura oratoria de las Consideraciones le salva de la falsedad que acecha a los discursos nobles, armoniosos y respetuosos de las conveniencias.
Mann defiende esa maraña y ese abuso "desesperadamente alemanes", que percibe como el humus de su vida y su arte; en esa lucha radical desciende hasta el fondo de la deutsche Misére ensalza sus entretelas más estremecedoras pero también más turbias y bárbaras, su núcleo antihumanístico y antioccidental, que al cabo de no mucho tiempo engendrará la espantosa violencia que hoy conocemos. Hay un amor dostoievskiano por la infamia y la indecencia que determina el ritmo de las Consideraciones y en efecto Dostoievski es uno de sus númenes tutelares, con su sentimiento de la crisis infernal y mesiánica de la civilización en que está sumergida su época y el papel que, para salvarla, Alemania tiene que desempeñar, además de los eslavos, para vencer a la contaminante civilización de Europa, de Roma y Occidente. No es un azar si andando el tiempo, en uno de sus ensayos, Mann se distancia de este extremismo ético-político-religioso antioccidental, antiliberal y antidemocrático de Dostoievski, exhortando, ya desde su mismo título demasiado bien pensante, a amarlo pero "con medida".
En las Consideraciones Mann, "ávido de abismo", atraviesa el abismo y se identifica con él. Pero ya mientras realiza este viaje a los infiernos, algo se atasca e inicia para él una inversión de rumbo. Después de la Primera Guerra Mundial, el ascenso del nacionalsocialismo le hará comprender, poco a poco, en qué abismos nada metafóricos de barbarie puede hundirse ese mundo, si sus valores apolíticos se contraponen a los valores liberales y democráticos y no quedan integrados dentro de una política liberal y democrática, en cuyo empeño no dejará ya de perseverar durante el resto de su vida. La experiencia le obligará a saldar sus cuentas con lo humano, a pesar de los pesares, de la democracia parlanchina, de la Zivilisation, y con lo inhumano de la reacción, negadora – como el nazismo – de esos mismos valores de la tradición alemana que pretende representar.
Las Consideraciones – escribe Marianello Marianelli – siguen siendo en cualquier caso "un lago turbio y rico en el que confluye casi toda la problemática del Mann anterior a la Primera Guerra Mundial, lago del que sale más tarde, como ciertos ríos de Europa, pero conservando en su curso, cada vez más amplio y atiborrado de rostros, no pocas tormentosas venas de agua y reflejos de aquel lago». A esos temas, observa Patrizia Rateni, Mann permanece fiel aunque les cambie de signo.
No es sólo un creciente horror a la abyección nacionalista y luego nazi lo que determina su cambio de rumbo. La Alemania «apolítica» y antidemocrática había sido el humus de su arte y al principio se hace la ilusión de defenderla para defender ese humus, para salvar Los Buddenbrook. Pero esa obra maestra – como las siguientes, hasta 1914 – había nacido de una condición fantástica y sentimental realmente «apolítica», o sea inconsciente de ser tal; era una auténtica expresión de aquella vieja Alemania no bourgeois, pero precisamente por eso no podía repetirse o continuarse por una explícita voluntad ideológica, porque la ingenuidad – en sentido fuerte, schilleriano – una vez perdida ya no se recupera y no hay nada más falso que una virginidad reconstruida. Los Buddenbrook eran ciertamente alemanes en ese sentido superior, interior-cosmopolita, habían nacido espontáneamente con ese tono, pero escribir otras obras en esa línea, con una conciencia de la alemanidad declamada y desentrañada en las Consideraciones, hubiera querido decir escribir obras enfáticamente alemanas y populares; no ya la música del corazón de Episodios de una vida tunante de Eichendorff o de El lago de Immen de Storm, sino la fanfarria tosca y patriotera de Paul de Lagarde.
Además la verdad de Los Buddenbrook había sido el relato de la inexorable muerte de aquel mundo tan amado, de la vieja Alemania, y un gran escritor no podía desde luego seguir como si nada y volver atrás, escribir novelas que ignoraran aquella decadencia. No era ya posible continuar escribiendo novelas como Los Buddenbrook una vez perdidas aquella ingenuidad y aquella inocencia, y una vez descubierto el nexo que unía orgánicamente aquel arte al mundo defendido en las Consideraciones. Éstas hacían imposible continuar siendo el escritor de Los Buddenbrook, y el distanciamiento de las Consideraciones lo hacía también imposible, aunque fuera por otras razones; si para escribir Los Buddenbrook hacía falta ser "apolíticos" sin darse cuenta de ello, el descubrimiento de la necesidad de la política y la democracia impedía esa épica y esa música y requería otro escritor.
El propio Thomas Mann, al comienzo de las Consideraciones, habla de la inevitable "revisión de todos los presupuestos de su mundo artístico"; después de ese libro, Mann se va haciendo progresivamente liberal, demócrata, defensor de la Zivilisation sin la que no hay verdadera Kultur, pero el precio que paga en el plano de la creatividad poética es muy alto, porque su vocación y su naturaleza de narrador estaban indisolublemente ligadas a aquel mundo "desesperadamente alemán" que ahora no puede no abandonar. "Es muy posible", escribe él mismo lúcidamente en las Consideraciones, "que yo haya dado ya lo mejor que me era concedido dar."
Las extraordinarias páginas que escribirá más tarde, con el gusto de la composición paródica – por ejemplo en La montaña mágica, o en el espléndido comienzo de José y sus hermanos – no siempre consiguen esconder el hecho de que, en su obra, la maestría – la prestación, decía Bazlen – está en ocasiones por encima de la sustancia y de que no siempre consigue salir airoso con la masa enorme y compleja de su material. La prestación no esconde, sino que voluntariamente revela las incertidumbres de la sustancia: en el Doctor Faustus se adensan las resonancias y las alusiones doctas, pero éstas aplanan y simplifican la novela, como ingenuos letreros admonitorios que indican explícitamente la presencia de temas comprometidos. El Doctor Faustus parece un paso atrás respecto a Los Buddenbrook; como ha dicho Tito Perlini, es un libro que, habiendo sido escrito a causa de Auschwitz, parece escrito a pesar de Auschwitz y del resto de nuestros horrores, como un noble testimonio humanístico, inadecuado respecto a la trágica y total transformación sufrida por el hombre en la edad moderna y genialmente plasmada por el mejor arte moderno, que no es la música romántico-demoníaca de Adrián. El Doctor Faustus queda irremediablemente lejos, como si lo hubiera escrito de verdad, según la ficción manniana, Serenus Zeitblom, el honesto y anticuado pedagogo que, en dicha novela, no entiende la tragedia de la que es testigo y por ello evidencia que la gran tradición alemana ha dejado va verdaderamente de existir.