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– ¿Cuántos días se quedará?

– Unos días, máximo una semana. Depende de cuándo tenga que volver a Los Ángeles. Tiene que empezar a ensayar para una película y quería descansar primero. Pensé que aquí lo pasaría bien. -Lo dijo de un modo paternal, protector-. Creo que a Anne le habría gustado. Comparten muchas opiniones y actitudes. A Gwen le gustan los mismos libros, la misma música y las mismas obras de teatro.

Pascale miró a John preocupada y Diana incluso le lanzó una mirada a Eric. Ninguna de las dos creía ni por un momento que Robert y Gwen fueran solo «amigos». Estaban seguras de que la actriz estaba decidida a cazarlo y que él era un inocente, listo para el sacrificio. A las dos les resultaba inconcebible pensar que los motivos de la actriz pudieran ser nobles.

Como se había hecho el silencio entre ellos, Eric pidió la cuenta y cada uno pagó su parte, mientras John escudriñaba la factura, decidido a encontrar un error. Siempre daba por sentado que los restaurantes querían estafarlo, por lo cual Pascale detestaba salir a cenar con él. Para cuando acababa de desmenuzar la cuenta y volver a calcularlo todo, le había estropeado la noche a Pascale. Pero en esos momentos estaba tan nerviosa por la inminente llegada de la «amiga» de Robert que no le prestó ninguna atención. Apenas podía esperar el momento de hablar de todo aquello con Diana al día siguiente y pensaba que llevar a Gwen allí era un atrevimiento por parte de Robert. Parecía demasiado pronto, después de la muerte de Anne, para empezar a salir con nadie. Tanto la persona como la visita le parecían mal en todos los sentidos.

– ¿Nos vamos? -preguntó Robert en tono afable.

Volvieron a los coches y regresaron a la casa. Pascale y Diana iban con John y hablaron animadamente de sus planes para «salvar» a Robert de la diablesa Gwen.

– ¿Por qué no le dais una oportunidad y esperáis hasta ver cómo actúa? -dijo John con sensatez, haciendo que las dos mujeres se pusieran furiosas. Se preguntó si no estarían algo celosas de Gwen, aunque no se hubiera atrevido ni a insinuarlo.

Lo único que dijeron era que estaban preocupadas por Robert y que tenían que protegerlo de alguien que, según ellas, no era digna de él. Se lo debían a Anne.

Al llegar a la casa se desearon buenas noches. Mandy ya había vuelto y estaba acostada. Pero Pascale, echada en la cama, no dejaba de pensar en la pesadilla que se les venía encima y se volvió hacia John con aire preocupado.

– ¿Y qué pasará con los paparazzi? -preguntó ansiosamente.

– ¿Qué pasará? -dijo él sin comprender.

No tenía ni idea de qué le hablaba. Parecía que la imaginación de su esposa se hubiera desbocado.

– No nos dejarán en paz, si esa mujer viene aquí. No volveremos a tener ni un segundo de paz durante el resto de las vacaciones.

Era una idea válida y algo en lo que ninguno de ellos había pensado.

– No creo que haya mucho que podamos hacer en ese sentido. Estoy seguro de que ella está acostumbrada y que sabrá cómo manejar la situación -dijo y no sonaba preocupado-. Debo admitir que estoy sorprendido de que la haya invitado a venir, especialmente con Diana y tú arremetiendo contra él -dijo, con aspecto divertido.

– No estábamos arremetiendo contra él -dijo Pascale, soltando chispas y con un aire muy francés-. Nos preocupamos por él. Es probable que no se quede más de un día, cuando vea la casa -dijo Pascale, esperanzada-. Puede que se marche, cuando se dé cuenta de que sabemos qué pretende. Robert puede ser un inocente, pero los demás no lo somos.

John se echó a reír al oírla.

– Pobre Robert. Si supiera la que le espera cuando ella llegue… Supongo que nunca nos acostumbraremos a la idea de que haya otra persona en su vida -dijo John, reflexivamente-. Cualquiera que no sea Anne nos parece una intromisión enorme. Pero él tiene derecho a hacer lo que quiera. Es un hombre adulto y necesita compañía femenina. No puede quedarse solo para siempre. Mira, Pascale, si le gusta esta chica, ¿por qué no? Es guapa, es joven. Él disfruta de su compañía. Podría ser peor.

En realidad, a él le parecía estupendo, más de lo que hubiera reconocido ante Pascale.

– ¿Estás loco? ¿Qué has bebido? ¿No sabes qué es? Es una actriz, una zorra, y tenemos que salvarlo de ella.

Era un punto de vista muy radical, por decirlo suavemente. Pascale sonaba como si fuera Juana de Arco iniciando una cruzada.

– Ya sé lo que piensas, pero me preguntaba si tenemos derecho a inmiscuirnos. Es posible que él sepa lo que hace. Y es posible que solo sean amigos y, si es más que eso, es posible que esté enamorado de ella. Pobre Robert. Lo compadezco.

Pero ¿hasta qué punto era posible compadecerlo? Una de las máximas estrellas de Hollywood venía a visitarlo. Aunque solo fuera por eso, no cabía duda que era mucho más emocionante de lo que había sido su vida con Anne.

– Yo también lo siento por él. Es un inocente. Y esa es, justamente, la razón por la que tenemos que protegerlo. Además, Mandy se horrorizaría si lo supiera.

– No creo que tengas que decírselo -dijo John, muy en serio-. Lo que Robert le diga a su hija sobre esa mujer es asunto suyo.

– De cualquier modo, acabará por descubrirlo -dijo Pascale en tono agorero-. Que se divierta un poco después de tocia la tristeza que ha sufrido por la pérdida de Anne. Además, es probable que solo se trate de eso, de pasar un buen rato. Más adelante, ya encontraremos alguien adecuado para él -concluyó tajante.

– Bueno, no es que lo esté haciendo mal, él sólito -le recordó John-. Diablos, es un monumento y una de las actrices más famosas del país.

– Precisamente -dijo Pascale, como si él hubiera probado que ella tenía razón-. Y esa es la razón por la que debemos protegerlo. No puede ser una buena persona, de ninguna manera, teniendo todo eso en cuenta -dijo Pascale enfáticamente.

– Pobre Robert -repitió John con una sonrisa.

Mientras se iba quedando dormido, acurrucado contra Pascale, John sabía que tenía que compadecerlo, pero, pese a los alarmantes augurios de Pascale, seguía pensando que no estaba nada mal.

Capítulo8

El resto de la semana fue pasando lentamente. Cenaban en casa o salían a cenar fuera, descansaban y tomaban el sol, nadaban y navegaban. Mandy se marchó el sábado, solo un día antes de lo planeado. Pese a todo, ella y su padre lo pasaron muy bien juntos. Él le había dicho, sin entrar en detalles, que iba a venir alguien a visitarlo a la semana siguiente y ella se alegró de que estuviera rodeado de amigos. Tenía intención de preguntarle quién era, pero con el jaleo de los preparativos para la marcha, se le olvidó. Dio por sentado que sería algún compañero de la judicatura y no se le ocurrió que pudiera ser una mujer y no un hombre.

El domingo por la noche, mientras Pascale y Diana preparaban la cena, había un ambiente de expectación por la llegada de Gwen al día siguiente. Robert no había dicho mucho más sobre ella, pero cuando la mencionaba, era evidente que tenía muchas ganas de verla. Pascale y Diana, y también hasta cierto punto John y Eric, seguían sintiendo curiosidad y desconfianza hacia ella. Pese a todas sus ideas preconcebidas, no estaban seguros de qué esperar.

Robert les parecía un niñito perdido en medio del bosque. No había tenido una cita en muchos años y, menos aún, con alguien como aquella mujer. Su mundo le era totalmente desconocido. Era famosa y sofisticada y llevaba una vida que desaprobaban, por principio. Como decía Pascale, no era «respetable», estaba divorciada y no tenía hijos, lo cual era señal, según ellas, de cierto egoísmo y egocentrismo. Era evidente que estaba totalmente dedicada a sí misma y a su carrera. Pascale no había podido tener hijos. Estaban seguras de que Gwen detestaba a los niños. Encontraban mil y una razones para odiarla, incluso antes de ponerle los ojos encima.