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Gwen llamó el lunes por la mañana para decirle a Robert que llegaría en coche a la hora de almorzar. Estaban seguras de que aparecería en una limusina, probablemente con un chófer vestido de librea o algo igualmente absurdo. Habían hecho que Marius le arreglara la cama, en el dormitorio donde había dormido Mandy, pero no les hubiera importado que se rompiera otra vez. Eran como niñas en un campamento o en el internado, dispuestas a torturar a la nueva alumna.

Robert se duchó y vistió antes de que ella llegara, sin darse cuenta de nada. Vestía pantalones cortos blancos, camisa deportiva también blanca y sandalias marrones y tenía un aspecto muy atractivo. Era un hombre apuesto y con el bronceado tenía mejor aspecto que nunca; parecía más joven y sano que en muchos meses o incluso años.

Gwen había dicho que no la esperaran para almorzar; Robert dijo que él tampoco almorzaría y que la llevaría a comer a un bistrot en Saint-Tropez, si tenía hambre. Le parecía más cortés por su parte que desatenderla y almorzar con los demás. Pero les instó a que comieran sin él. Se mostraba tan tranquilo y amable como siempre, sin tener ni idea de lo resentidos que estaban con Gwen. De haber sospechado lo que la esperaba, nunca le hubiera pedido que fuera.

Pascale estaba preparando el almuerzo cuando oyó que llegaba un coche y miró por la ventana de la cocina, pero lo único que vio fue un diminuto Deux Chevaux y, a continuación, una bonita pelirroja que salía de él vestida con una minifalda vaquera, camiseta blanca y sandalias también blancas. Parecía muy corriente, pero, al mismo tiempo, lozana, sana y limpia. Llevaba el pelo recogido en una trenza y, por un momento, Pascale pensó que se parecía un poco a Mandy, solo que más bonita. Al principio, se preguntó quién sería y luego comprendió, con sobresalto, que era Gwen. No había ninguna limusina a la vista, ni chófer ni paparazzi. Gwen miró a su alrededor, mientras cogía una gran bolsa de paja y una única maleta pequeña.

Casi sin querer, Pascale le pidió a Marius que fuera a ayudarla. Mientras miraba cómo se dirigía hacia ella, vio que Robert salía de la casa. Debía de haber estado vigilando su llegada desde una ventana del piso de arriba, como un chaval que espera que llegue una amiga.

En cuanto vio a Robert, a Gwen se le iluminó la cara e incluso Pascale tuvo que admitir que tenía una sonrisa deslumbradora, una piel maravillosa y unas piernas espectaculares con la minifalda y las sandalias. Tenía un tipo extraordinario y parecía feliz y relajada con Robert mientras se encaminaban, lentamente, hacia la cocina. Al cabo de un momento, Pascale la tenía frente a ella y Robert se la presentaba, sonriendo orgulloso.

– Encantada de conocerte -mintió Pascale-. Hemos oído hablar mucho de ti.

– Yo también he oído hablar mucho de vosotros -dijo Gwen con simpatía-. Tú debes de ser Pascale. ¿Qué tal la casa?

Le estrechó la mano y no pareció darse cuenta de lo fría que era la recepción que le ofrecían. Era de trato fácil, nada afectada y, sorprendentemente, nada pretenciosa. Se había ofrecido para llevar su maleta arriba ella misma, pero Robert le había pedido a Marius que la llevara él. Entonces Gwen se ofreció para ayudar a Pascale y se dirigió directamente al fregadero. Se lavó las manos y pareció dar por sentado que iba a trabajar con Pascale.

– Yo… no… esto… está bien. No hace falta que me ayudes.

Así que Gwen se quedó allí, con Pascale y Robert. Él le estaba contando, animadamente, todo el trabajo que Pascale había hecho en la casa y lo confortable que la había dejado para todos ellos.

– Tendrían que pagarnos por estar aquí -dijo Robert con admiración, justo cuando John entraba en la cocina.

– Secundo esa moción -dijo John, mirando a la mujer y preguntándose quién podía ser y pensando para sí que, quienquiera que fuese, era increíblemente guapa.

Entonces vio la cara de su mujer y comprendió con quién estaba hablando. Al principio, no la había reconocido y lo que más le sorprendió fue que no esperaba que tuviera un aspecto tan humano, tan encantador, tan joven.

Ciertamente, no representaba los cuarenta y un años que tenía, pero Pascale se preguntaba si eso sería natural o si se habría «hecho algo». Llevaba muy poco maquillaje y parecía asombrosamente natural en todos los sentidos. Actuaba con sencillez, sin pretensiones, con una amabilidad y calidez naturales y su aspecto físico era fabuloso. Al mirarla atentamente, a John le resultó imposible ver en ella a la diablesa que su mujer le había descrito y hasta la propia Pascale parecía sorprendida e incómoda ante el evidente encanto de Gwen.

Diez minutos después, el almuerzo estaba en la mesa y aparecieron los Morrison, que se detuvieron en seco en cuanto vieron a la amiga de Robert. No se parecía en absoluto a lo que habían imaginado. Era mucho más bella y natural y, cuando habló con ellos, les pareció genuinamente cálida. Pero incluso así, Diana se dijo que era una actriz y que podía engañar a cualquiera.

Sin percibir ninguna de las malévolas ideas que tenían sobre ella, Gwen se sentó a la mesa con ellos, después de llevar varias bandejas desde la cocina. Se había incorporado al grupo directamente, ayudando a Pascale sin vacilaciones ni reservas. Robert le había ofrecido llevarla a almorzar a un restaurante, pero ella dijo que prefería quedarse con sus amigos. Dijo que Robert hablaba tanto de ellos que estaba muy contenta de conocerlos por fin. Al oír esto, Pascale y Diana cruzaron una mirada cómplice. Seguían convencidas de que, debajo de aquel exterior tan atractivo, se escondía una bruja.

Cuando se sentaron a almorzar, Robert le preguntó a Gwen qué tal le había ido en Antibes. Parecía estar muy cómodo con ella. Ella le contestó que lo había pasado bien, que había leído mucho y tomado mucho el sol. Comentó que estaba agotada cuando llegó.

– ¿Qué has leído? -preguntó, interesado, mientras los demás la observaban, fascinados y algo incómodos.

Había algo irreal en estar allí sentados, charlando con ella, después de haberla visto en la pantalla tantas veces. Gwen le dijo a Robert, contestando a su pregunta, que había leído una serie de novelas nuevas y muy buenas y le dio los títulos. Eran los mismos libros que Pascale y Diana acababan de leer.

– Siempre confío en sacar una película de las cosas que leo, pero no es fácil encontrar nada nuevo de calidad. La mayoría de los guiones son muy sosos y aburridos -dijo a modo de explicación.

Dijo que hacía poco que había trabajado en una película basada en una novela de Grisham y que le había encantado. Ni Pascale ni Diana querían reconocer que estaban impresionadas, pero la verdad es que sí lo estaban.

Robert había leído dos de los cuatro libros que ella acababa de mencionar y estuvo de acuerdo con ella. Le habían gustado. Hablaron animadamente de eso y de muchas otras cosas, hasta que Pascale sirvió el café. Eric y John ya habían entrado en la conversación, pero las dos mujeres se resistían. No querían que las sedujera, aunque estaba claro que los hombres estaban cayendo rápidamente bajo el influjo de su encanto. Era fácil ver por qué a Robert le gustaba estar con ella. Era natural, inteligente, tenía sentido del humor y era fácil estar con ella. Mucho más fácil en ese momento que con Diana y Pascale. Era Gwen quien charlaba de esto y de aquello con todos, preguntándoles qué habían hecho durante las vacaciones y llevando todo el peso de la conversación, aunque ni Pascale ni Diana se lo ponían fácil. Le contestaban con monosílabos y, en ocasiones, ni siquiera le contestaban, aunque ella no parecía enterarse ni que le importara.

Cuando estaban a punto de acabar el almuerzo, Agathe entró en la sala, aportando una nota cómica que relajó la tensión general. Totalmente ajena al efecto que causaba, pasó canturreando en voz baja, con una pila de toallas en los brazos y uno de los caniches haciendo cabriolas detrás de ella. Salió casi tan rápidamente como había entrado. Gwen se quedó con la mirada fija en ella, mientras el generoso trasero de Agathe se alejaba, balanceándose al ritmo de la música. Llevaba unos shorts con un estampado de piel de leopardo, unos sostenes con brillantitos y sus zapatos favoritos, de satén rojo y tacón alto.