– Robert ni siquiera sabe qué le ha caído encima -añadió Diana, pensativa.
No se podía negar que Gwen era impresionante, pero ¿era sincera? A Diana no le importaba si lo era o no, no quería que le cayera bien. Se había metido en su trinchera y se negaba a moverse.
En la ciudad, Robert y Gwen se habían olvidado de ellos, como si fueran unos chiquillos traviesos a los que habían dejado en casa. Decidieron ir al puerto, a uno de los cafés al aire libre y charlar un rato. Para entonces, los dos estaban cansados de bailar, aunque se habían divertido. Robert trató de recordar cuándo fue la última vez que había bailado. Probablemente, en la boda de Mike. Cuando era joven, le gustaba bailar, pero Anne nunca había sido muy aficionada.
Robert y Gwen hablaron durante horas, sentados en el Gorilla Bar, admirando los barcos atracados en el puerto. Eran más de las dos de la madrugada cuando volvieron a la casa y, por suerte, todo el mundo estaba durmiendo y no los oyeron entrar.
– Gracias -dijo Gwen, en un susurro, frente a la puerta de la habitación de Robert-. He pasado una noche estupenda.
– Yo también -respondió él, susurrando igualmente. Luego se inclinó y la besó suavemente en la mejilla. Ninguno de los dos estaba listo para ir más allá. Así, la situación les resultaba más cómoda a ambos-. Hasta mañana, que duermas bien -dijo, deseando poder arroparla, aunque pensó que era una idea tonta. Era una mujer, no una niña.
En realidad, no tenía ni idea de qué hacer a partir de entonces, cómo empezar, cómo iniciar un idilio con ella, especialmente bajo el mismo techo que sus amigos. Ni siquiera estaba seguro de estar preparado y el hecho de preguntárselo le hizo darse cuenta de que no lo estaba.
Esperó hasta que ella cerró la puerta de su dormitorio y luego cerró su propia puerta sin hacer ruido. En cuanto lo hubo hecho, lo lamentó. Pero, como había observado al presentársela a los demás, esta parte tampoco era fácil. En realidad, todo era como un reto, pero el mayor reto era saber cómo manejar sus recuerdos de Anne, su sentido de lealtad hacia ella y su propia conciencia. Esa era la parte más difícil y, por el momento, no tenía ni idea de cómo superarla; además, sospechaba que Gwen tampoco, aunque no era su problema. Era él quien tenía que abordarlo y lo sabía. Mientras estaba tumbado en la cama, pensando primero en Anne y luego en Gwen, no podía menos de preguntarse si estaría dormida, qué aspecto tendría cuando dormía, qué llevaba puesto para dormir, si es que llevaba algo. Había muchas cosas que quería averiguar sobre ella. La cabeza seguía dándole vueltas cuando se quedó dormido y, al despertar a la mañana siguiente, descubrió que había soñado con ella. Mientras se duchaba, se afeitaba y se vestía, se dio cuenta de que estaba impaciente por verla.
Capítulo9
Cuando Robert bajó a desayunar, se encontró con que Gwen ya estaba allí, tomando café con leche y leyendo el Herald Tribune y que no había nadie más a la vista. Habían sido los primeros en aparecer y ella le preparó una taza de café y le cedió el periódico.
– ¿Has dormido bien?
Se mostraba interesada y preocupada por él, y tenía que admitir que eso le gustaba. Mucho. Era agradable que alguien se interesara de nuevo por él.
– Más o menos -admitió-. A veces, sueño con Anne.
Pero no le contó que no era con su esposa fallecida con quien había soñado la noche anterior; había soñado con ella y eso lo había perturbado. La verdad es que la deseaba, pero no pensaba que la mereciera. No tenía derecho a desertar de Anne, física o emocionalmente, incluso si ella no estaba allí. Se preguntó qué habría pensado Anne de todo aquello y si lo habría aprobado. Le hubiera gustado pensar que sí.
– Después de divorciarme de mi marido, me costó mucho volver a salir con alguien -dijo Gwen con sencillez, como si lo comprendiera y no quisiera presionarlo. Era otra cosa que le gustaba de ella. Había tantas cosas que le gustaban de ella, muchas más de las que hubiera esperado-. Es difícil pasar de una vida a otra. Solo estuve casada nueve años y tú lo estuviste treinta y ocho. ¿Cómo puedes esperar pasar de esa vida a la siguiente sin cierto estrés y cierta introspección y adaptación? Hace falta tiempo.
– Me parece que no lo había pensado nunca. No esperaba tener que hacerlo.
Ni enamorarse de otra persona, pero eso no se atrevió a decírselo.
– Yo tampoco -dijo ella-, pero a veces el destino nos obliga a enfrentarnos a las situaciones que menos esperábamos y más temíamos.
Robert nunca le había preguntado qué pasó para poner fin a su matrimonio, pero ahora lo hizo. Ella vaciló un instante antes de contestar.
– Tenía una relación con otra. Una relación muy seria, con una de nuestras mejores amigas, y yo me enteré.
– ¿Así que lo dejaste? -Robert parecía impresionado y lo sentía por ella.
– Sí. En unos cinco segundos. Ni siquiera lo pensé. Reaccioné y me marché.
– ¿Y él, qué hizo?
– Me pidió que volviera. En realidad, me lo suplicó, pero yo nunca volví a hablarle ni discutí la situación con él. Lo odié durante mucho tiempo, pero ya no. Nunca lo perdoné. Ella era mi mejor amiga y los culpé a los dos. En aquellos tiempos, era bastante rígida.
– ¿Lo has lamentado alguna vez? Dejarlo, quiero decir.
– Sí. Después de hacerlo, me daba de bofetadas, pero nunca dejé que él lo supiera. Era demasiado orgullosa. Mi orgullo parecía lo más importante. Mi ego estaba herido, tanto como mi corazón, lo cual era estúpido. De cara al exterior, no vacilé ni un solo momento. No quería que él supiera que todavía lo quería.
– ¿Y cómo te sientes ahora?
– Ahora estoy bien, pero durante mucho tiempo no fue así. Al principio, me sentía amargada, furiosa y destructiva… y destrozada.
– ¿Qué crees que deberías haber hecho? ¿Aceptarlo de nuevo?
Lo sorprendió su respuesta.
– Es probable, porque no creo que seamos humanos o que valgamos la pena o que valga la pena conocernos, si no podemos perdonarnos. Me costó mucho tiempo hacerlo y, cuando lo hice, ya era demasiado tarde. Cuando sucedió, lo único que quería era castigarlo. Y lo hice. Me divorcié de él. Más tarde, comprendí que podía haberlo perdonado, vivir con ello y seguir casada con él. Pero, para entonces, era demasiado tarde. Lo mismo podía haberme sucedido a mí, solo que no fue así. Seguí enamorada de él mucho tiempo después de separarnos, pero no pude obligarme a perdonarlo. Es algo que lamentaré siempre. Necesité mucho tiempo para hacer las paces con eso. -Tenía un aire triste al decirlo.
– Debe de ser difícil poder elegir en esas cosas -dijo Robert, en voz baja-, poder decidir hasta dónde llegar, dónde trazar la línea. En cierto modo, para mí fue más fácil. Yo no elegí perder a Anne; solo tuve que aceptarlo. Tú tenías opciones y, si te lo permites, puedes culparte mucho tiempo por lo que elegiste hacer. Estoy seguro de que tomaste la decisión acertada.
– Supongo que sí. Durante mucho tiempo no estuve segura. Después de dejarlo, lo lamenté profundamente, pero era demasiado orgullosa para retroceder. Al final, los dos pagamos un alto precio. Aprendí una dura lección.
– ¿Qué pasó con él? -Algo que vio en los ojos de Gwen lo impulsó a hacerle esa pregunta.
– Después de suplicarme varios meses que volviera con él y de que yo me negara, al final se casó con la mujer con la había tenido la relación. Puede que lo hubiera hecho de todos modos, pero no estoy segura de que estuviera enamorado de ella. -Al pronunciar el resto de palabras, su voz estaba tensa y era evidente que estaba bajo el peso de una tremenda carga-. Y luego se mató, seis meses después. Así que, en lugar de una vida arruinada, yo destruí tres, la de ella, la mía y la de él. Sé que siempre me sentiré culpable. -Estaba siendo sincera con él, sin importarle lo doloroso que le resultaba.
– No puedes hacerte eso -dijo él con afecto. Nunca le había contado la historia, pero ahora que lo había hecho, comprendió lo traumático que el divorcio y la muerte de su ex marido habían sido para ella-. No puedes saber qué más estaba pasando en su vida, en su cabeza, en aquel momento. Podía ser su propia culpabilidad o alguna otra cosa.