– Estaba decidida a ser dura, a no ceder -dijo ella, con tristeza-. Estaba furiosa porque me había engañado, pero si lo hubiera manejado de otra manera y hubiera hablado las cosas con él, si no hubiera presentado la demanda de divorcio tan pronto como lo hice, o no la hubiera presentado en absoluto, es probable que siguiéramos casados y él estaría vivo.
– Puede que ese no fuera su destino ni el tuyo. No puedes controlar lo que hace otra persona. Quizá tu vida con él había tocado a su fin.
– No, él le puso fin. En más de un sentido. Lo que él hizo fue muy definitivo. Se pegó un tiro. Su nueva esposa afirmó que todo era culpa mía, que nunca había superado que me divorciara de él. Se las arregló para echarme la culpa de todo. Me parece que, en aquel momento, la creí. Sé que tengo que seguir adelante y dejar de aferrarme a todo aquello. Hace ya bastante tiempo que murió. Pero todavía vacilo antes de empezar nada nuevo. Me recuerdo a mí misma lo que pasó, lo que podría volver a pasar y mi responsabilidad. No es posible huir de todo eso.
– Me parece que tienes que dejar de cargar con ese peso, Gwen -dijo Robert, con suavidad, tendiendo la mano y cogiéndole la suya-. Te lo debes a ti misma. No puedes seguir castigándote toda la vida. Lo que él te hizo también estuvo mal. El también es responsable de lo que pasó, más que tú.
Ella asintió. Robert le estaba diciendo muchas cosas buenas y se sentía conmovida.
– ¿Y qué hay de ti? ¿Te torturas debido a Anne? ¿Sientes que le debes tu vida y que no deberías volver a ser feliz? Porque si es así, es una posición dura. Es necesario que salgas de ella un día, Robert.
– Lo haré, si puedo. Ella era una gran fuerza en mi vida y era, también, una persona con una gran fuerza propia. No puedo imaginar que me deje ir fácilmente. Me parece que esperaba que estaría así, con ella, para siempre. Ahora se ha ido, yo estoy aquí y no sé cómo dar el siguiente paso.
– Lo harás. Dale tiempo. No puedes precipitar las cosas.
No lo hacía ni ella tampoco, y él se lo agradecía.
– Eres una persona extraordinariamente buena, Gwen -dijo Robert con admiración.
– Eso díselo a tus amigos -dijo ella en broma y él levantó los ojos al cielo.
Justo en ese momento entró Eric en la cocina e interrumpió la conversación.
– ¿Habéis visto a Diana? -preguntó.
Ninguno de los dos la había visto. Todavía no había aparecido por la cocina. Eric no parecía muy preocupado mientras se servía una taza de café. Habían tenido otra pelea por la mañana, a causa de su relación con otra mujer, y ella le había dicho que nunca lo superaría, que tendrían que divorciarse. Él le había pedido, una vez más, que lo perdonara y, luego, acabó perdiendo los nervios por la incapacidad que ella mostraba para sobreponerse y perdonarlo. Cuando él perdió los estribos, ella se marchó, furiosa, de la habitación.
En aquel preciso momento, estaba fuera, nadando, tratando de enfrentarse a sus sentimientos de dolor y frustración. Le dolía mucho más porque la otra mujer era mucho más joven que ella. Como resultado, Diana se sentía acabada, vieja y no querida. Por el momento, no conseguía recuperar la confianza en sí misma ni su amor por Eric, quien de repente le parecía un extraño.
Eric se sentó con Robert y Gwen para charlar con ellos. Gwen se ofreció para preparar unos huevos, pero lo único que todos querían eran cruasanes. Cuando John y Pascale aparecieron en la cocina, les calentó los cruasanes y les sirvió café.
Diana entró, envuelta en una toalla de playa, e hizo caso omiso de Gwen. Actuó como si no estuviera allí. Las mujeres se mostraban intransigentes con ella y hasta Robert pensaba que no había nada que hacer. Si la relación entre él y Gwen llegaba a ser seria, ahora sabía que sus mejores amigos no la aprobarían ni serían parte de ella. Le parecía terriblemente injusto, pero no veía cómo podía cambiar las cosas, a menos que ellos estuvieran dispuestos a hacerlo. Se preguntaba si, en caso de haber sido ella otra persona, las cosas serían diferentes. Lo dudaba y estaba furioso con ellos por su actitud, por lo menos en el caso de Pascale y Diana. Estaba disgustado no solo por él mismo, sino también por Gwen. Sus amigos no le habían dado la más mínima oportunidad. Casi lamentaba haberla dejado organizar el día en el Talitha G. Si iban a tratarla de aquella manera, pensaba que no se lo merecían. Estuvo inusualmente callado mientras acababan de desayunar y luego le propuso a Gwen que salieran a navegar.
– Estás disgustado, ¿verdad? -le preguntó ella, una vez en el barco-. ¿Es por lo que te he dicho esta mañana sobre empezar una nueva relación? -Se preguntaba si lo habría ofendido.
– No, es por la forma en que se están comportando mis amigos. Por lo menos, las mujeres. Están actuando como si fueran niñas y empiezo a estar harto.
– Hemos de tener paciencia -dijo ella, con más consideración y tolerancia de las que él sentía o quería concederles.
– Casi lamento haberte traído aquí-dijo con tristeza-. No te mereces esto.
Pero, en cierto sentido, la situación hacía que la transición le resultara más fácil. Quería protegerla y sentía lealtad hacia ella y no solo hacia Anne. También a Gwen le debía algo. Se había abierto a él y había sido sincera. Estaban sentados uno al lado del otro en el barco y la atrajo hacia sí y la besó intensamente. Sintió una euforia y una excitación que no sentía desde hacía años. Volvió a besarla, sin pararse a respirar, y luego le sonrió. Le había parecido la única forma de dar salida a su rabia y, sin ninguna duda, había sido una buena elección. La perfidia de sus amigos solo había servido para unirlos más.
– ¿Estás bien? -le preguntó Gwen después de que la besara, todavía preocupada por él.
Él le contestó con una sonrisa alegre. Tenía un aspecto muy atractivo y joven.
– Muy bien.
Luego la besó de nuevo; ella lo rodeó con sus brazos y, por un instante, él se olvidó de dónde estaba o de por qué se había disgustado. En lo único que podía pensar era en Gwen y en lo extraordinario que era besarla. Ni siquiera se acordó de Anne para nada. Solo pensaba en Gwen y en lo mucho que le importaba.
Navegaron en silencio durante un rato y luego ella señaló a lo lejos y él lo vio. El espléndido yate se dirigía hacia ellos, surcando las aguas lentamente, con sus dos chimeneas y sus elegantes líneas. Era increíblemente hermoso. Lo miraron y luego se sonrieron el uno al otro. Era uno de esos momentos que ambos sabían que recordarían durante mucho tiempo.
– Me haces muy feliz -dijo Robert, con una sonrisa.
Gwen había traído un nuevo entusiasmo a su vida y unos sentimientos que no experimentaba desde hacía años. Estaba impaciente por pasar el día en el barco con ella y solo lamentaba que hubieran invitado a los demás. Pero se apresuró a dar media vuelta al barco para amarrarlo y decirles a sus amigos que el yate se acercaba. Sin pensarlo, subieron por el camino cogidos de la mano. Nunca se había sentido tan cómodo en su vida, ni siquiera con Anne, que era más fría y poco expresiva. Pero todo en Gwen era amable, suave y cálido.
Al llegar a la casa, se dirigió arriba, a su habitación, para coger el bañador y unas cuantas cosas; luego fue a la habitación de Gwen a buscarla. Ella se había puesto un vestido blanco, de algodón, con tirantes. El pelo le enmarcaba la cara. Se volvió y le sonrió. Volvió a estrecharla entre sus brazos y la besó y, esta vez, no sintió ni culpa ni tristeza. Sentía un alivio y una paz intensos y un profundo cariño. Todavía no la conocía bien, pero sabía que había encontrado una mujer que podía significar mucho para él. Eran muchas las cosas que le gustaban de ella. Sin decir palabra, bajaron las escaleras, cogidos de la mano, en abierto desafío a sus amigos. Gwen estaba dispuesta a actuar discretamente, pero él le dejó claro, a ella y a ellos, que esto era lo que quería y en lo que se había convertido. Por lo menos de momento, esperaba que aceptaran y respetaran no solo esos cambios, sino también a Gwen. De lo contrario, tendrían que pagar las consecuencias.