Выбрать главу

Capítulo 10

El día en el Talitha G con Henry Adams y su esposa Cherie resultó ser más divertido y fascinante de lo que nadie en el grupo de Robert esperaba o soñaba. Henry se mostró encantador con todo el mundo y era tan guapo que Pascale y Diana no podían quitarle los ojos de encima. Él los colmó de atenciones, a todos ellos, y se aseguró de que la tripulación hiciera lo mismo. Les asignaron cabinas para cambiarse de ropa. Cherie, Pascale y Diana se hicieron amigas enseguida y la supermodelo y superestrella de las pasarelas de París y Nueva York se pasó la tarde flirteando con John, quien pensaba que debía de haberse muerto y que estaba en el cielo.

El almuerzo que les prepararon fue fabuloso y, después, todos se tumbaron al sol, disfrutando de un confort y una opulencia vergonzosos. Para cuando acabó el día, aunque Gwen no era más atractiva para Diana y Pascale, sus amigos, las estrellas de cine, sí que lo eran. Diana le susurró a Pascale, mientras descansaban echadas en unas cómodas tumbonas, que no le costaría nada acostumbrarse a aquella vida. Las dos estaban sorprendidas de que Gwen quisiera quedarse con Robert en su destartalada casa. Era evidente que todos aquellos hombres tan apuestos la admiraban enormemente. Se desvivían por ella, pero ella los trataba a todos como si fueran hermanos o amigos. Estaba claro que quien le importaba, y mucho, era Robert y nadie más, con gran pesar de Pascale y Diana. Le dedicaba toda su atención y se ocupaba de que estuviera cómodo, satisfecho y bien tratado. De haber sido justas, las dos deberían haberse alegrado por él. Por lo menos, Eric y John así lo hacían.

Cenaron en el comedor del yate, anclado frente al puerto de Saint-Tropez, viendo deslizarse a los veleros que volvían a casa, de vuelta de los cruceros de placer o las carreras. Toda una serie de embarcaciones más pequeñas daban vueltas alrededor del yate, solo para admirar la hermosa nave y para ver quién iba a bordo. Varios turistas y un par de paparazzi bien informados les hicieron algunas fotos. Parecían saber quién estaba en cada yate de la Riviera. Y este era una presa de primer orden para ellos, con cinco estrellas a bordo, bebiendo champán y vestidos con biquinis y tangas. Cherie Adams fue en topless toda la tarde, pero Gwen se mostró prudente y no se quitó la parte de arriba del biquini. Sabía demasiado bien lo que la prensa sensacionalista hubiera hecho con unas fotos así.

Gwen y Robert parecían felices y relajados, sentados juntos, hablando en voz baja, cuando no reían con sus anfitriones, mientras jugaban al mentiroso, o cogidos de la mano, sin decir nada, contemplando el Mediterráneo, abstraídos en sus pensamientos, muy cerca el uno del otro. Pascale y Diana los miraban de vez en cuando. La primera seguía insistiendo en que era una vida a la que Robert no se adaptaría nunca, ni querría hacerlo. Era demasiado jet set para él, especialmente si se pensaba en lo sensata que había sido la vida compartida con Anne. Sencillamente, no eran esa clase de personas, pero Robert parecía estar pasándolo bien y se le veía tan cómodo hablando con Henry y con su fabulosa esposa o con los otros dos actores a bordo como con los viejos amigos que había traído con él.

Eric estaba claramente impresionado por Cherie, igual que John. Les había dejado sin habla cuando se quitó la parte de arriba del biquini y siguió charlando con ellos como si tal cosa. Era ciertamente la costumbre en Francia, pero ninguno de los dos estaba preparado para el efecto que tendría en ellos.

A la hora de la cena, todos estaban extremadamente cómodos unos con otros y cuando, finalmente, el bote los llevó de vuelta a Coup de Foudre, Diana dijo que se sentía como Cenicienta mientras veía cómo los lacayos volvían a ser ratones y la carroza, una calabaza.

– ¡Guau! ¡Vaya día! -Pascale tenía la mirada perdida en el horizonte mientras uno de los miembros de la tripulación del Talitha G la ayudaba a bajar desde el bote a su diminuto muelle.

Los tres actores del barco la habían colmado de atenciones y detestaba tener que marcharse. Se moría de ganas de contarle a su madre a quién había conocido y en qué yate había estado. Se sentía como una reina por un día.

– Te deja sin aliento, ¿eh? -le dijo Eric a John mientras servía vino para todos en la sala de la villa-. Vaya vida que llevas -le dijo a Gwen, admirándola todavía más por no jugar a hacerse la estrella.

En cierto sentido, verla con sus amigos había puesto las cosas en perspectiva. Pero a Robert le gustaba eso de ella, el hecho de que estuviera tan a sus anchas con los amigos de él como con los suyos propios y que no se diera aires de importancia. Se había dado cuenta de ello la primera vez que la vio y el tiempo que había pasado con ella desde entonces se lo había confirmado.

Por una vez, Diana y Pascale tenían muy poco que decir y la forma en que la miraban parecía haber cambiado sutilmente. De ninguna manera la habían aceptado, solo porque conociera un montón de estrellas de cine, pero estaban dispuestas a reconocer, por lo menos en privado, que quizá había más en ella de lo que al principio habían sospechado. No podía negarse que Robert parecía muy feliz. Sin embargo, seguían sintiendo una abrumadora necesidad de protegerlo. De qué, ya no estaban tan seguras, pero ambas seguían igualmente convencidas de que Gwen no podía ser tan buena y sincera como parecía. Pero ahora resultaba más difícil asignarle intenciones perversas. No había ninguna razón para que estuviera con Robert, excepto que le importaba de verdad.

Aquella noche, Robert y Gwen se fueron a tomar algo en la ciudad, en el Gorilla Bar, y se demoraron un rato en la discoteca. De camino a casa, él la besó de nuevo, como había hecho antes, y le dio las gracias por el maravilloso día que les había ofrecido a todos ellos, presentándoles a sus amigos, y se echó a reír al recordar la cara de John cuando Cherie se quitó la parte de arriba del biquini.

– ¡Te relacionas con gente muy lanzada! -comentó.

Ella asintió sonriendo y al hacerlo pareció todavía más joven.

– Son muy divertidos, en pequeñas dosis. -Las personas con las que habían estado aquel día eran todos buenos amigos suyos, pero mucha de la gente de Hollywood no la atraía en absoluto. Había mucha más sustancia en ella-. Hace falta más que eso para que la vida sea interesante, me temo. Y si te dejas, esa vida acaba estropeándote.

Estaba claro, por lo menos a ojos de Robert, que eso no le había pasado a ella. La admiraba enormemente por ser quien era.

– ¿No te aburres con estos viejos amigos míos?

Para empezar, eran todos bastante mayores que ella y sus vidas eran mucho más vulgares. Especialmente la suya, pensaba Robert, que era lo bastante sensato para no verse como una figura romántica. Pero lo más importante era que ella lo veía así y mucho. Gwen no había conocido nunca a nadie que la impresionara tanto, a quien admirara tanto. Ya antes de ir a Saint-Tropez, se había dado cuenta de que se estaba enamorando de él. Las buenas noticias eran que él parecía corresponder a sus sentimientos.

– Me gustan tus amigos -dijo tranquilamente, mientras volvían en coche a casa-. No creo que yo les guste mucho, pero puede que lo superen. Me parece que lo único que quieren es ser leales a Anne. Quizá con el tiempo, comprenderán que no estoy tratando de ocupar el lugar de nadie, de que me gusta estar contigo -dijo con una sonrisa y él se inclinó para besarla otra vez.

– Haces que me sienta muy afortunado -dijo él.

Todavía se debatía consigo mismo, pensando en Anne, en lo mucho que la había amado, en lo diferente que era de Gwen y en los muchos y maravillosos años que habían pasado juntos. Pero ya no estaba allí, por mucho que él lo lamentara. Trataba de decirse que tenía derecho a que hubiera alguien en su vida, aunque no fuera alguien tan deslumbrante como Gwen. No podía imaginar que ella quisiera estar con él mucho tiempo, aunque solo fuera porque le llevaba veintidós años, lo cual a él, si no a ella, le parecía mucho. Ella nunca había parecido intimidada por la diferencia de edad.