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Pero le quedaban los piligrigormos. Había gannigogs a millones en los contenedores, dispuestos para la suelta. Había quexes, vriigs, zambinaxes, malamolas. Disponía de otras plagas: una nube de polvo rojo que regaría una ciudad entera durante la noche y envenenaría el agua potable durante semanas, y una espora purpúrea de la que brotaba un gusano que atacaba a los animales de pasto, y cosas peores todavía. Faraataa no sabía si recurrir a estas armas, ya que sus científicos le decían que quizá no fuera tan simple controlarlas tras la derrota de los Invariables. Pero si la guerra empezaba a decantarse del lado de los invasores, si no quedaba más esperanza… bien, él no dudaría, recurriría a cualquier cosa que perjudicara al enemigo, a pesar de las consecuencias.

Regresó Aarisiim, con aspecto apocado.

—Hay noticias, oh Rey Real.

—¿De qué frente?

—De ambos, oh Rey. Faraataa lo miró fijamente.

—Bien, ¿tan mal van las cosas? Aarisiim titubeó:

—En el oeste están aniquilando a los piligrigormos. Tienen un fuego que lanzan con tubos metálicos, y funden los caparazones. Y el enemigo está atravesando con rapidez la zona en la que soltamos los piligrigormos.

—¿Y en el este? —dijo inflexiblemente el caudillo metamorfo.

—Han abierto brecha en el bosque y no hemos logrado tender a tiempo la red de enredaderas cazapájaros. Están buscando Ilirivoyne, eso informan los exploradores.

—Para localizar a la Danipiur. Para aliarse con ella en contra nuestra. —Los ojos de Faraataa llameaban—. ¡Malas noticias, Aarisiim, pero no estamos acabados, ni mucho menos! Que vengan Benuuiab, Siimii y algunos más. También nosotros iremos a Ilirivoyne y capturaremos a la Danipiur antes de que lo hagan ellos. Y la mataremos, si es preciso. ¿Quién podrá hacer un pacto contra nosotros en esas condiciones? Si buscan un piurivar con autoridad para gobernar, sólo habrá uno, Faraataa, y Faraataa no firmará tratados con los Invariables.

—¿Capturar a la Danipiur? —dijo Aarisiim con tono de duda—. ¿Matar a la Danipiur?

—Si he de hacerlo —repuso Faraataa—, ¡acabaré con el mundo entero antes que devolverlo a los humanos!

5

A primera hora de la tarde se detuvieron en un lugar de la Fractura oriental denominado Valle de Prestimion, que Valentine recordaba como un importante centro agrícola de la época anterior. El viaje por la atormentada Zimroel le había forzado a ver escenas de carácter inevitablemente tétrico: granjas abandonadas, ciudades despobladas, muestras de luchas terribles por la supervivencia… Pero seguramente el Valle de Prestimion era el paraje más descorazonador.

Los campos estaban chamuscados y ennegrecidos, la gente se mostraba muda, estoica, aturdida.

—Éramos cultivadores de lusavándula y arroz —explicó a Valentine su anfitrión, un cultivador llamado Nitikkimal que al parecer era el alcalde de distrito—. Luego llegó la roya de la lusavándula, todo murió y tuvimos que quemar los campos. Y pasarán otros dos años, como mínimo, antes de que sea seguro volver a sembrar. Pero nos hemos quedado. Ningún habitante del Valle de Prestimion ha huido, vuestra majestad. Tenemos poca cosa para comer… y los gayrogs nos conformamos con muy poco, ¿sabéis?, pero de todas formas no tenemos suficiente… No hay trabajo que hacer, cosa que nos pone nerviosos, y es triste ver la tierra repleta de cenizas. Pero es nuestra tierra y por eso seguimos aquí. ¿Podremos volver a sembrar algún día, vuestra majestad?

—Sé que podrán hacerlo —dijo Valentine. Y se preguntó si no estaría ofreciendo falso consuelo a aquella gente.

La vivienda de Nitikkimal era una magnífica casa solariega situada en un extremo del valle, construida con altas tablas negras de madera de ghannimor y con un techo de pizarra verde. Pero el interior era húmedo y expuesto a corrientes de aire, como si el dueño ya no tuviera ánimo para hacer las reparaciones exigidas por el clima lluvioso del Valle de Prestimion.

Esa tarde Valentine estuvo a solas un rato en la espléndida habitación de Nitikkimal, que éste le había cedido, antes de acudir a la sala de reuniones del ayuntamiento para hablar con los ciudadanos del distrito. Un grueso pliego de despachos llegados del este le había sorprendido allí. Hissune, por lo que leyó, se había adentrado mucho en territorio metamorfo y se hallaba en las proximidades del Steiche buscando Nueva Velalisier, nombre con el que era conocida la capital rebelde. Valentine se preguntó si la Corona tendría más suerte que él en su búsqueda de la ciudad errante, Ilirivoyne. Y Divvis había organizado otro ejército más numeroso todavía para invadir el territorio piurivar por el lado opuesto. A Valentine le preocupó saber que un hombre belicoso como Divvis se encontraba en aquellas junglas. Esto no es lo que pretendía, meditó. Mandar ejércitos invasores a Piurifayne, precisamente lo que él esperaba evitar. Pero naturalmente el hecho era inevitable, y él lo sabía. Y los tiempos exigían la presencia de hombres como Hissune y Divvis, no como éclass="underline" ellos desempeñarían su papel, él el suyo y, si el Divino lo quería, las heridas del mundo empezarían a sanar algún día.

Ojeó los otros despachos. Noticias del Monte del Castillo: Stasilaine era regente en la actualidad, el hombre que debía afanarse con las tareas rutinarias del gobierno. Valentine lo compadeció. Stasilaine el espléndido, Stasilaine el ágil, sentado ante aquel escritorio, garabateando su nombre en hojas de papel… ¡El tiempo nos trastorna a todos!, pensó el Pontífice. Nosotros, que creíamos que la vida del Monte del Castillo se reducía a cacerías y jolgorios, sometidos ahora a responsabilidades, teniendo que sostener el dislocado planeta con nuestras espaldas. ¡Qué lejos parecía estar el Castillo, qué lejos el gozo de aquella época en la que el mundo parecía gobernarse por sí solo y todo el año era primavera!

También había despachos de Tunigorn. Estaba recorriendo Zimroel a escasa distancia de Valentine, dedicado a las tareas rutinarias que imponían las actividades de socorro: distribuir alimentos, conservar los pocos recursos que quedaban, enterrar a los muertos y otras medidas para combatir el hambre y las plagas. Tunigorn el arquero, Tunigorn el famoso cazador… Ahora estaba justificando, ahora estamos justificando todos, pensó Valentine, la tranquilidad y el bienestar de nuestra alegre juventud en el Monte.

Puso a un lado los despachos. Sacó el diente de dragón de la caja donde lo conservaba, el diente que aquella mujer, Millilain, le había puesto en la mano de forma tan extraña cuando entraba en Khyntor. Desde el primer contacto con aquel objeto, el Pontífice estaba convencido de que se trataba de algo más importante que una simple baratija, un amuleto para ciegos supersticiosos. Pero sólo con el paso de los días dedicando tiempo a comprender el significado y los usos del diente —en secreto, siempre en secreto, ni siquiera Carabella debía enterarse— acabó entendiendo qué clase de regalo le había hecho Millilain.

Acarició la brillante superficie. Tenía un aspecto delicado, era tan fino que casi parecía transparente. Pero tenía la dureza de la piedra más sólida posible y sus bordes ahusados eran tan cortantes como acero afiladísimo. Era frío al tacto, aunque Valentine pensaba que tenía un núcleo de fuego.

En su mente empezó a sonar música de campanas.

Un tañido solemne, lento, casi funerario al principio. Después fue una cascada de sonido, un ritmo acelerado que rápidamente se transformó en una mezcla pasmosa de melodías, tan apresuradas que se sobreponían a las últimas notas de la precedente. Y finalmente sonaron todas las melodías al unísono, una compleja sinfonía de cambios que deslumbraba la mente. Sí, él conocía ya esa música, comprendía su origen: era la música del rey acuático Maazmoorn, la criatura que los moradores de tierra firme denominaban el dragón de lord Kinniken, el habitante más poderoso del inmenso planeta.