Por lo que Hissune sabía, Divvis tenía idénticas dificultades en el extremo opuesto de Piurifayne. Los metamorfos no eran numerosos y sus ciudades parecían portátiles. Debían huir de claro en claro como insectos nocturnos de alas diáfanas. O se disfrazaban de árboles y arbustos y permanecían en silencio, conteniendo la risa cuando los ejércitos de la Corona pasaban junto a ellos. Estos duikos enormes, pensó Hissune, podrían ser exploradores metamorfos, por lo que sé. Hablemos con ese espía, o mensajero, o asesino, lo que sea: tal vez averigüemos algo, o al menos nos entretendremos.
Alsimir volvió al cabo de unos momentos con el prisionero, que iba severamente custodiado.
Al igual que los escasos piurivares vistos hasta entonces por Hissune, el recién llegado tenía una figura extrañamente turbadora; era muy alto, y delgado hasta el punto de parecer frágil. Iba completamente desnudo a excepción de una tira de cuero que rodeaba sus caderas. Su piel y las franjas finas y correosas de su cabello eran de un color verde claro muy raro y su semblante carecía prácticamente de rasgos salientes: los labios eran meras hendiduras, la nariz un simple bulto y los ojos tenían un sesgo notable y apenas eran visibles bajo los párpados. Reflejaba inquietud y no parecía peligroso. En cualquier caso Hissune deseó poseer el don de ver el interior de la mente, como Deliamber, Tisana o el mismo Valentine, para quienes los secretos del prójimo solían no ser tales secretos. Ese metamorfo podía tener reservada alguna sorpresa desagradable.
—¿Quién eres? —preguntó Hissune.
—Me llamo Aarisiim. Sirvo al Rey Real, el que vosotros conocéis como Faraataa.
—¿Te ha enviado él a verme?
—No, lord Hissune Él no sabe que estoy aquí.
El metamorfo empezó a temblar de pronto, se estremeció de modo convulsivo y durante un instante la forma de su cuerpo pareció cambiar y oscilar. Los guardianes de la Corona actuaron al instante, situándose entre el cambiaspecto e Hissune en previsión de que aquellos movimientos fueran el preludio de un ataque. Pero Aarisiim se recobró enseguida y recuperó su aspecto.
—He venido para traicionar a Faraataa —dijo en voz baja.
—¿Estás diciendo que nos llevarás al lugar donde se esconde? —inquirió el sorprendido Hissune.
—Lo haré, sí.
Demasiado estupendo para ser verdad, pensó Hissune, y fue pasando la mirada en torno al círculo formado por Alsimir, Stimion y sus otros consejeros de confianza. Evidentemente todos opinaban lo mismo: reflejaban escepticismo, hostilidad, recelo.
—¿Por qué deseas hacer tal cosa? —prosiguió la Corona.
—Él ha hecho algo contrario a la ley.
—¿Y ahora te das cuenta, cuando la rebelión ha durado ya…?
—Me refiero, mi señor, a un acto ilegal de acuerdo con nuestras normas, no con las vuestras.
—Ah. ¿Y de qué se trata?
—Fue a Ilirivoyne, apresó a la Danipiur y ahora pretende asesinarla. No es legal capturar a la Danipiur. No es legal privarla de la vida. Él no quiso escuchar ningún consejo. La ha apresado. Para mi vergüenza, fui uno de los que le acompañaban. Pensé que sólo quería retenerla, para que no firmara un pacto con vosotros en contra de los piurivares. Eso dijo él, que no la mataría a menos que creyera que la guerra estaba totalmente perdida.
—¿Y piensa lo mismo ahora? —preguntó Hissune.
—No, lord Hissune. Cree que la guerra no está perdida, ni mucho menos: está a punto de poner en libertad nuevos animales y propagar más enfermedades, y piensa que se encuentra en el umbral de la victoria.
—En ese caso, ¿por qué matar a la Danipiur?
—Para asegurarse la victoria.
—¡Vaya locura!
—Lo mismo opino, mi señor. —Los ojos de Aarisiim estaban muy abiertos y despedían un fulgor extraño muy llamativo—. Naturalmente Faraataa la considera un rival peligroso, más inclinada a la paz que a la guerra. Eliminada ella, queda eliminada la amenaza a su poder. Pero hay más que eso. Pretende sacrificarla en el altar, ofrecer su sangre a los reyes acuáticos para seguir contando con la ayuda de ellos. Ha construido un templo a semejanza del que estuvo en tiempos en Vieja Velalisier. Y él mismo la pondrá en la piedra y le arrebatará la vida con sus manos.
—¿Y cuándo se supone que ocurrirá tal cosa?
—Esta noche, mi señor. A la Hora del Haigus.
—¿Esta noche?
—Sí, mi señor. He venido tan rápido como me ha sido posible pero vuestro ejército es muy numeroso y temía morir si no encontraba a vuestros guardianes antes de que me localizaran los soldados… Habría venido ayer, o antes, pero fue imposible, no podía…
—¿Y cuántas jornadas de viaje hay de aquí a Nueva Velalisier?
—Cuatro, tal vez. Quizá tres, si vamos muy rápidos.
—¡Entonces la Danipiur está perdida! —exclamó el encolerizado Hissune.
—Si no la sacrifica esta noche…
—Has dicho que sería esta noche.
—Sí, las lunas son propicias esta noche, las estrellas son propicias esta noche… pero si no se decide, si en el último momento cambia de opinión…
—¿Y Faraataa cambia de opinión con frecuencia? —inquirió la Corona.
—Nunca, mi señor.
—En ese caso no hay forma de llegar allí a tiempo.
—No, mi señor —dijo tristemente Aarisiim.
Hissune dirigió la mirada hacia los duikos, muy serio. ¿La Danipiur muerta? Después de eso no quedaría esperanza de llegar a un acuerdo con los cambiaspectos: únicamente ella, así lo consideraba Hissune, podía mitigar la furia de los rebeldes y tolerar la firma de algún pacto. Sin ella iba a ser una batalla hasta el final.
—¿Dónde está hoy el Pontífice? —dijo a Alsimir.
—Al oeste de Khyntor, tal vez en Dulorn, en alguna parte de la Fractura.
—¿Y podemos hacerle llegar un mensaje?
—Los canales de comunicaciones que nos unen con esa región son muy inseguros, mi señor.
—Lo sé. Quiero que le llegue esta información como sea y antes de dos horas. Ensaya cualquier cosa que pueda dar resultado. Magos. Predicadores. Comunícate con la Dama y que ella lo intente con sus sueños. Todos los canales imaginables, Alsimir, ¿lo has entendido? Valentine debe saber que Faraataa planea asesinar a la Danipiur esta noche. Que le llegue esa información. Como sea. Como sea. Y comunícale que tan sólo él puede salvarla. Como sea.
7
Para lograrlo, pensó Valentine, necesitaré el aro de la Dama tanto como el diente de Maazmoorn. No debe haber fallos de transmisión, ninguna distorsión del mensaje: haré uso de todos los medios disponibles.
—Quédate muy cerca —dijo a Carabella. Y repitió las mismas palabras a Deliamber, Tisana y Sleet—. Rodeadme. Cuando extienda los brazos, cogedme de la mano. No digáis nada, simplemente cogedme.
El día era brillante y despejado, el ambiente matinal, vigorizador, fresco, dulce como el néctar de alabandina. Pero en Piurifayne, muy al este, la noche estaba cayendo ya.
Se puso el aro. Asió el diente del rey acuático. Llenó sus pulmones de aquel aire fresco y dulce hasta que prácticamente se mareó.
—¿Maazmoorn?
La llamada brotó de Valentine con tanta potencia que los que le rodeaban debieron captar la reacción: Sleet reculó, Carabella se llevó las manos a las orejas y los tentáculos de Deliamber se agitaron con bruscos movimientos.