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—Entrégate en paz… Pon a un lado tu odio si deseas ser el que afirmas ser.

—Déjame en paz, Valentine.

—Voy hacia ti.

—No, no, no, no.

En esta ocasión Valentine estaba preparado para las andanadas de negativas que llegaron como rocas hacia él. Contuvo la fuerza brutal del odio de Faraataa, la desvió y ofreció a cambio amor, confianza, fe… y recibió más odio como respuesta, un odio implacable, invariable, inamovible.

—No me dejas otra opción, Faraataa.

Tras un gesto de desprecio Faraataa avanzó hacia el altar en el que yacía atada la reina metamorfa. Alzó su daga de madera pulida.

—¿Deliamber? —dijo Valentine—. ¿Carabella? ¿Tisana? ¿Sleet?

Asieron a Valentine, aferraron sus manos, sus brazos, sus hombros. El Pontífice captó la fuerza que se introducía en su ser. Pero ni siquiera esa fuerza bastaba. Hizo un llamamiento al otro lado del mundo y encontró a la Dama de la Isla, la nueva Dama, la madre de Hissune. Extrajo vigor de ella, y también de su madre, la ex Dama. Y ni siquiera así era suficiente. Pero en ese instante cambió de dirección.

—¡Tunigorn! ¡Stasilaine! ¡Ayudadme!

Y ellos le ayudaron. Localizó a Zalzan Kavol. A Asenhard. A Ermanar. A Lisamon. No bastaba. No bastaba. Un intento más.

—¿Hissune? Ven tú también Hissune. Dame tu fuerza. Dame tu arrojo.

—Aquí estoy, vuestra majestad.

Sí, sí. Ahora era posible. Oyó una vez más las palabras de la anciana Aximaan Threysz: Nos salvarás haciendo algo que consideras imposible hacer. Sí. Ahora sería posible.

¡Faraataa!

Una ráfaga como el sonido de una trompeta inmensa brotó de Valentine y cruzó el mundo hacia Piurifayne. Hizo su recorrido en la fracción más pequeña de un instante y localizó su blanco, que no era Faraataa sino el odio de éste, la pasión ciega, la ira incontenible, el deseo de venganza, destrucción, aniquilación, erradicación. Localizó su blanco y lo destruyó, lo extrajo de Faraataa con una acometida irresistible. Valentine absorbió el llameante enojo, lo despojó de fuerza y se desprendió de él. Y Faraataa quedó vacío.

Durante un instante el arma siguió suspendida por encima de la cabeza del metamorfo, que estaba tenso y erguido, apuntando al corazón de la Danipiur. Después, de los labios de Faraataa brotó el ruido de un chillido mudo, un sonido sin substancia, una vacuidad, un vacío. Se mantuvo erguido a pesar de todo, inmóvil, paralizado. Pero estaba vacío: era un caparazón, un pellejo. La daga cayó de sus dedos inertes.

—Vete —dijo Valentine—. En nombre del Divino, vete. ¡Vete!

Y Faraataa cayó de bruces y no volvió a moverse.

Todo quedó en silencio. El mundo quedó terriblemente mudo. Nos salvarás, había dicho Aximaan Threysz, haciendo algo que consideras imposible hacer. Y él no había dudado.

La voz del rey acuático Maazmoorn le llegó desde muy lejos.

—¿Has acabado el recorrido, hermano Valentine?

—Sí, ya he acabado el recorrido.

Valentine abrió los ojos. Dejó el diente, se quitó el aro de la frente. Miró alrededor y vio los semblantes pálidos, los ojos asustados: Sleet, Carabella, Deliamber, Tisana.

—Todo ha terminado —dijo en voz baja—. La Danipiur no morirá. Nadie lanzará más monstruos contra nosotros.

—Valentine… Miró a Carabella.

—¿Qué ocurre, cariño?

—¿Te encuentras bien?

—Sí —repuso él—. Me encuentro perfectamente.

Se encontraba muy cansado, muy extraño. Pero… sí, estaba perfectamente. Había hecho lo que tenía que hacer. No había tenido otra opción. Y todo había terminado.

—Aquí no nos queda nada que hacer —dijo a Sleet—. Despídete de Nitikkimal en mi nombre, y del resto de habitantes de este lugar, y comunícales que todo se arreglará, que lo prometo solemnemente. Después nos pondremos en camino.

—¿Hacia Dulorn? —preguntó Sleet. El Pontífice sonrió y sacudió la cabeza.

—No. Hacia el este. Primero a Piurifayne, para ver a la Danipiur y a lord Hissune y dar vida al nuevo orden que regirá el mundo, puesto que lo hemos librado de este odio. Y luego será el momento de ir al hogar, Sleet. ¡Será el momento de ir al hogar!

8

Celebraron la ceremonia de la coronación al aire libre, en el espléndido atrio herboso de Punta de Vildivar, desde donde podía verse el magnífico panorama de los Noventa y Nueve Escalones y las zonas más altas del Castillo. No era normal celebrar esa ceremonia en otro lugar que no fuera el salón del trono de Confalume, pero desde hacía tiempo nadie prestaba excesiva atención a lo habitual. El Pontífice Valentine había insistido en que la coronación tuviera lugar al aire libre. ¿Quién podía ignorar el deseo expreso de un Pontífice?

En consecuencia todos se habían congregado, por deseo expreso del Pontífice, bajo el dulce cielo primaveral del Monte del Castillo. El lugar estaba profusamente decorado con plantas en flor: los jardineros habían traído halatingos florecientes y los habían dispuesto milagrosamente en enormes maceteros sin dañar los brotes. A ambos lados del patio sus flores carmesíes y doradas despedían fulgores casi luminiscentes. Había tanigales y alabandinos, caramangos y sefitongales, eldirones, pinninas y decenas de otras especies, todas en plena época de floración. Valentine había ordenado que hubiera flores por todas partes y, por lo tanto, había flores en todas partes.

Era tradicional, en una ceremonia de coronación, situar a los Poderes del reino en los vértices de una figura con forma de rombo, suponiendo que los cuatro habían podido acudir: la nueva Corona ocupaba la posición de honor en el rombo, el Pontífice se situaba frente a él y la Dama de la Isla y el Rey de los Sueños quedaban a ambos lados. Pero esta coronación era distinta a todas las ceremonias acontecidas en Majipur, puesto que había cinco Poderes y se había hecho precisa otra configuración.

Pontífice y Corona se hallaban uno al lado del otro. A la derecha de la Corona lord Hissune se encontraba, a cierta distancia, su madre Elsinome, Dama de la Isla. A la izquierda del Pontífice Valentine, a igual distancia, Minax Barjazid, el Rey de los Sueños. Y delante del grupo, mirando a los otros cuatro, estaba la Danipiur de Piurifayne, el quinto y más reciente Poder de Majipur.

Y alrededor los hombres de confianza y consejeros: el primer consejero Sleet a un lado del Pontífice, lady Carabella al otro, Alsimir y Stimion flanqueando a la Corona y un pequeño grupo de jerarcas, Lorivade y Talinot Esulde entre ellas, cerca de la Dama. El Rey de los Sueños había venido acompañado de sus hermanos Cristoph y Dominin, y la Danipiur estaba circundada por una decena de piurivares ataviados con relucientes vestiduras de seda; todos los metamorfos permanecían muy juntos como si no acabaran de creer que eran huéspedes de honor en una ceremonia del Monte del Castillo.

Más alejados del grupo se hallaban príncipes y duques, Tunigorn, Stasilaine, Divvis, Mirigant, Elzandir y otros, y diversos delegados de ultramar, procedentes de Alaisor, Stoien, Piliplok, Ni-moya y Pidruid. Y había invitados especiales, Nitikkimal del Valle de Prestimion, Millilain de Khyntor y otros cuyas vidas se habían cruzado con la del Pontífice mientras éste recorría el mundo. Incluso se encontraba allí aquel hombrecillo rubicundo, Sempeturn, perdonado ya por su traición gracias al valor demostrado en la campaña de Piurifayne: el invitado miraba a todas partes, admirado y maravillado, y no cesaba de hacer el gesto del estallido estelar a lord Hissune y el del Pontífice a Valentine, actos de homenaje que al parecer tenían una frecuencia incontrolable. También había ciertas personas del Laberinto, amigos de la infancia de la nueva Corona: Vanimoon, casi un hermano para Hissune cuando ambos eran niños; Shulaire, la esbelta hermana de ojos almendrados del anterior; Heulan, los tres hermanos de Heulan, y muchos más que también permanecían rígidos, con los ojos tan abiertos como sus bocas.