Hubo la acostumbrada abundancia de vino. Hubo las acostumbradas plegarias. Hubo los acostumbrados himnos. Hubo los acostumbrados discursos. Pero la ceremonia no había llegado aún a su mitad cuando el Pontífice Valentine alzó una mano para indicar que deseaba hablar.
—Amigos… —empezó a decir.
De inmediato se produjeron murmullos de asombro. Un Pontífice se dirigía a otras personas, aunque fueran Poderes, aunque fueran príncipes, llamándolas «amigos»… Qué extraño… qué detalle tan típico de Valentine…
—Amigos —repitió—: Permitidme pronunciar unas breves palabras ahora, ya que más tarde creo raramente tendréis noticias mías, porque estamos en la época de lord Hissune, en el Castillo de lord Hissune, y aquí nadie me verá a partir de hoy. Sólo deseo daros las gracias por haber venido hoy…
Nuevos murmullos. ¿Acaso un Pontífice tenía que «dar las gracias»?
—…y pediros que sigáis gozosos no solo hoy, sino durante toda la época de conciliación que actualmente iniciamos. Porque hoy confirmamos en el cargo a una Corona que os gobernará con sabiduría y benevolencia durante muchos años mientras prosigue la era de la reconstrucción. Y saludamos también como nuevo Poder del reino a otro monarca que últimamente fue nuestro enemigo y que ahora no lo será nunca más, no lo quiera el Divino, ya que ella y su pueblo han sido acogidos en la corriente principal de la vida del planeta, con iguales derechos. Con buena voluntad por parte de todos, es posible reparar agravios antiguos y comenzar la expiación.
Hizo una pausa, cogió una copa repleta de vino reluciente y la sostuvo en alto.
—Casi he terminado. Lo único que queda es implorar la bendición del Divino para esta festividad. Rogar también la bendición de nuestros nobles hermanos del mar, con los que compartimos este mundo y por cuyo posible consentimiento ocupamos una pequeña parte de este inmenso planeta. Y con los que, por fin, después de mucho tiempo, nos hemos unido. Han sido nuestra salvación en esta era de pacificación y cauterización de heridas, y serán nuestros guías, confiemos en ello, en la era venidera.
»Y ahora, amigos, nos acercamos al momento de la ceremonia de la coronación en que la Corona recientemente consagrada se pone la corona del estallido estelar y asciende al Trono de Confalume. Pero naturalmente no estamos ahora en ese salón. A solicitud mía: por órdenes mías. Deseaba respirar esta tarde, por última vez, el espléndido aire del Monte del Castillo y notar el calor del sol en mi piel. Salgo de aquí esta noche, con mi esposa Carabella y los excelentes compañeros que han estado junto a mí a lo largo de numerosos años y en el transcurso de extrañas aventuras. Partimos hacia el Laberinto, donde es mi intención establecerme. Una anciana dotada de gran sabiduría, que ha muerto ya, me dijo cuando nos encontrábamos en un lugar muy alejado denominado Valle de Prestimion, que yo debería hacer algo que consideraba imposible hacer a fin de salvarnos. Y lo hice, porque era preciso hacerlo. Y me anunció que después debería hacer lo que menos deseaba. ¿Y qué es lo que menos deseo hacer? Bien, supongo que es el tener que abandonar este lugar e ir al Laberinto, el hogar que corresponde a un Pontífice. Pero lo haré. Y no con amargura, no con enojo. Lo haré y me alegraré de hacerlo: porque soy Pontífice, porque este Castillo ha dejado de pertenecerme. Seguiré avanzando de acuerdo con los designios del Divino.
El Pontífice sonrió, dirigió la copa de vino hacia la Corona, hacia la Dama, hacia el Rey de los Sueños y hacia la Danipiur. Bebió y pasó la copa a lady Carabella.
—Existen los Noventa y Nueve Escalones —dijo—. Conducen al santuario más recóndito del Castillo, lugar donde debemos completar el rito actual. Después disfrutaremos en el banquete y más tarde los míos y yo partiremos, ya que el viaje hasta el Laberinto es largo y estoy ansioso por llegar por fin a mi hogar. Lord Hissune, ¿tenéis la bondad de conducirnos al interior? ¿Tenéis la bondad, lord Hissune?
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