Se sentía totalmente perdido.
—¡El brindis, excelencia!
¿El brindis? ¿El brindis? ¿Qué era eso? Una ceremonia. Una obligación para él. Eres Corona de Majipur. Sí. Debía hablar. Debía pronunciar unas palabras ante aquellas personas.
—Amigos… —empezó a decir. Y entonces se produjo la zambullida vertiginosa en el caos.
8
—La Corona quiere verte —dijo Shanamir.
Hissune alzó la mirada, sorprendido. Durante la última hora y media había aguardado nerviosamente en una antecámara deprimente dotada de numerosas columnas y un techo grotesco y bulboso, preguntándose qué estaría ocurriendo al otro lado de las puertas de la habitación de lord Valentine y si tendría que esperar allí por tiempo indefinido. Eran más de las doce de la noche y dentro de diez horas la Corona y su séquito debían salir del Laberinto para desarrollar la siguiente etapa del gran desfile, a no ser que los extraños sucesos de la noche hubieran alterado los planes. Hissune aún tenía que ascender al anillo más externo, recoger sus pertenencias y despedirse de su madre y de sus hermanas, y regresar con el tiempo suficiente para unirse a la comitiva de viajeros… y además tenía que buscar tiempo para dormir. Todo era confuso.
Tras el desmayo de la Corona, después de que lord Valentine fuera llevado a sus aposentos, tras la limpieza del salón del banquete, Hissune y otros miembros del grupo de la Corona se habían reunido en aquella habitación vulgar. Había llegado la noticia, al cabo de un rato, de que lord Valentine estaba recobrándose satisfactoriamente y que todos debían aguardar nuevas instrucciones. Más tarde, uno por uno, la Corona fue llamándolos: primero Tunigorn, luego Ermanar, Asenhart, Shanamir y los demás, hasta que Hissune quedó a solas con miembros de la guardia real y algunos funcionarios de menor importancia. No le pareció correcto preguntar a algún subalterno cómo debía comportarse él. Pero tampoco se atrevía a salir y en consecuencia se limitó a esperar, y siguió esperando y esperando…
Cerró los ojos en cuanto notó picor y dolor en ellos, pero no durmió. Una imagen revoloteaba constantemente en su cerebro: la Corona a punto de caer, él y Lisamon Hultin levantándose de un brinco de las sillas, en el mismo instante, a fin de sostener a lord Valentine. Hissune no podía expulsar de sus pensamientos el horror de aquella culminación brusca y asombrosa del banquete: la Corona perpleja, patética, esforzándose en encontrar palabras sin poder descubrir las correctas, tambaleándose, temblando, cayendo…
Naturalmente un monarca podía emborracharse y mostrar una conducta tan necia como cualquier otra persona. Durante sus años de trabajo en la Casa de los Archivos, una de las muchas cosas que Hissune aprendió, gracias a sus investigaciones ilegales de las cápsulas de recuerdos guardadas en el Registro de Almas, fue que no había rasgos de superhombre en las personas que lucían la corona del estallido estelar. Por lo tanto era perfectamente posible que esa noche lord Valentine, al parecer muy disgustado por encontrarse en el Laberinto, no hubiera contenido el flujo de vino a fin de aliviar su nerviosismo hasta acabar sumido en la confusión del beodo cuando llegó su turno para intervenir.
Pero sin saber por qué Hissune dudaba que hubiera sido el vino el causante del aturdimiento de la Corona, aunque el mismo lord Valentine hubiera ofrecido dicha explicación. El joven había observado atentamente a la Corona durante las alocuciones y en aquellos momentos no le había parecido beodo, tan sólo sociable, jovial, tranquilo. Y más tarde, cuando el menudo mago vroon tocó a lord Valentine con los tentáculos y le devolvió el conocimiento, la Corona se había mostrado algo trémula, como cualquier persona desmayada, pero en cualquier caso bastante despejado. Nadie podía desembriagarse con tanta rapidez. No, pensó Hissune, es más probable que la causa sea otra y no la borrachera, algún encantamiento, algún envío intenso que se había adueñado del espíritu de lord Valentine en aquel preciso instante. Y ello era espantoso.
Se levantó y recorrió el tortuoso pasillo que conducía a los aposentos de la Corona. Mientras se acercaba a la puerta, adornada con intrincadas tallas y rebosante de estallidos estelares dorados y emblemas reales, aquélla se abrió y salieron Tunigorn y Ermanar, ambos con semblante contraído y sombrío. Le saludaron con una inclinación de cabeza y Tunigorn, tras hacer un rápido gesto con el dedo, ordenó a los guardias que dejaran pasar al joven.
Lord Valentine se hallaba sentado ante un amplio escritorio de madera muy rara, color sangre y muy pulida. Las manos gruesas y nudosas de la Corona estaban extendidas ante el monarca sobre la superficie de la mesa, como si estuviera apoyándose en ellas. Su rostro estaba pálido, sus ojos parecían tener dificultades para concentrarse, sus hombros estaban caídos.
—Mi señor… —empezó a decir Hissune, vacilante, y finalmente guardó silencio.
Se quedó al lado mismo de la puerta, sintiéndose avergonzado, fuera de lugar, muy incómodo. Lord Valentine no parecía haber advertido su presencia. Se encontraba en la habitación Tisana, la anciana intérprete de sueños, y también estaban Sleet y el vroon, pero ninguno de ellos hizo comentarios. Hissune estaba aturdido. No tenía la menor idea sobre las normas protocolarias para dirigirse a una Corona cansada y obviamente enferma. ¿Debía hacer patentes sus mejores deseos, o fingir que el monarca gozaba de excelente salud? Hissune hizo el gesto del estallido estelar y, al no obtener respuesta, lo repitió. Notó ardor en sus mejillas.
Trató de encontrar algún vestigio de su anterior seguridad juvenil y no lo logró. Curiosamente, cuanto más veía a la Corona más incómodo se sentía, y no al revés. Un detalle de difícil comprensión.
Sleet acudió por fin en socorro del joven.
—Mi señor, es el Iniciado Hissune —dijo con voz recia.
La Corona alzó su cabeza y miró a Hissune. La intensidad de la fatiga que indicaban sus ojos inmóviles y sin brillo era terrible. Y sin embargo lord Valentine, mientras Hissune lo contemplaba con asombro, se apartó del borde del agotamiento del mismo modo que un hombre se aferra a una rama tras haber caído a un precipicio y trepa en busca de la seguridad: con un alarde desesperado de fuerza incontenible. Era asombroso ver algo de color en aquellas mejillas, un poco de animación en aquel semblante. La Corona incluso lograba transmitir una clara sensación de realeza, de autoridad. Hissune, admirado, se preguntó si ello no sería producto de algún truco aprendido por los príncipes en el Monte del Castillo, mientras se instruyen para ascender al trono…
—Acércate —dijo lord Valentine. Hissune dio otros dos pasos.
—¿Tienes miedo de mí?
—Mi señor…
—No puedo consentir que pierdas el tiempo temiéndome, Hissune. Tengo muchas cosas que hacer. Igual que tú. En tiempos llegué a pensar que yo no te inspiraba ningún temor. ¿Estaba equivocado?
—Mi señor, el único problema es que parecéis muy cansado… y creo que yo también estoy cansado… esta noche ha sido muy rara para mí, para vos, para todos…
La Corona asintió.
—Una noche llena de grandes rarezas, sí. ¿Aún no ha amanecido? Nunca sé qué hora es, cuando me encuentro en este lugar.
—Es poco más de medianoche, mi señor.
—¿Sólo poco más de medianoche? Creía que estaba a punto de amanecer. ¡Qué larga ha sido esta noche! —Lord Valentine se echó a reír suavemente—. Pero en el Laberinto siempre es poco más de medianoche, ¿no es cierto, Hissune? ¡Por el Divino, si supieras cuánto ansío volver a ver el sol!
—Mi señor… —dijo en un susurro Deliamber, con sumo tacto—. Se está haciendo francamente tarde y aún queda mucho por hacer…