—Dame el siguiente —dijo Elidath.
Al principio había hecho esfuerzos conscientes para leer, o al menos examinar superficialmente, todos los documentos antes de añadir su firma. Después se había conformado con leer el sumario, de ocho o diez líneas de longitud, que todos los documentos llevaban anexo en su primera hoja. Pero incluso había renunciado a eso, hacía mucho tiempo. ¿Los leía todos Valentine?, se había preguntado. Imposible. Aunque tan sólo leyera los sumarios, tendría que dedicar días y noches enteras a la tarea, sin tiempo para comer, para dormir y menos aún para atender las responsabilidades reales de su cargo. Elidath firmaba casi todos los documentos sin ni siquiera echarles un vistazo. Por lo que él sabía, o por lo que él se preocupaba, podía estar firmando una proclama que prohibía comer salchichas el Día del Invierno, o que ilegalizara la lluvia en la provincia de Stoiner, o incluso un decreto para confiscar sus propias tierras y las entregaba al fondo de jubilación de los secretarios administrativos. Firmaba todo. Un rey, o un rey suplente, debía tener fe en la competencia de su personal o la tarea no sería simplemente abrumadora sino también totalmente inimaginable.
Suspiró. Elidath de Morvole, Primer Consejero y…
—¡El siguiente!
Aún experimentaba cierta sensación de culpabilidad por haber dejado de leer los documentos. ¿Pero acaso la Corona necesitaba saber en realidad que las ciudades de Muldemar y Tidias habían firmado un acuerdo, relacionado con la administración conjunta de ciertos viñedos cuyo título de propiedad había estado en disputa desde el séptimo año de reinado del Pontífice Thimin y la Corona lord Kinniken? No. No. Firma y ve avanzando, pensó Elidath, y deja que Muldemar y Tidias se regocijen con su amistad sin preocupar al rey por ello.
Elidath de Morvole…
Mientras cogía el siguiente documento y buscaba el lugar de la firma, un secretario le interrumpió.
—Excelencia, los caballeros Mirigant y Divvis están aquí.
—Que entren —replicó Elidath sin levantar la cabeza.
Elidath de Morvole, Primer Consejero y Regente…
Los caballeros Mirigant y Divvis, consejeros del círculo interno, primo y sobrino respectivamente de lord Valentine, se reunían con Elidath todas las tardes a la misma hora, a fin de correr juntos por las calles del Castillo y de ese modo expulsar del tenso organismo del Regente parte de la tensión que su cargo engendraba. Apenas tenía otra oportunidad para hacer ejercicio: la salida diaria con ellos era una válvula de escape valiosísima para Elidath.
Consiguió firmar otros dos documentos mientras los recién llegados entraban en la enorme sala, espléndidamente adornada con paneles de bannikop, semotán y otras maderas raras, y se aproximaban al Regente entre el estruendo de sus botas al tocar el elegante entarimado. Elidath cogió otro documento mientras pensaba que iba a ser el último de la jornada. Sólo tenía una hoja y, sin saber por qué, el consejero la examinó sin excesiva atención mientras la firmaba: un título nobiliario, nada menos, que elevaba al rango de Caballero de Iniciado del Monte del Castillo a un afortunado plebeyo, en reconocimiento a sus grandes méritos, a sus valiosísimos servicios…
—¿Qué estás firmando? —preguntó Divvis, inclinado sobre el escritorio y señalando la hoja que Elidath tenía delante. Era un hombretón de espalda ancha y barba negra que, próximo ya a la edad madura, cada vez se parecía más a su padre, la anterior Corona—. ¿Acaso Valentine piensa reducir los impuestos otra vez? ¿O ha decidido declarar día festivo el cumpleaños de Carabella?
Pese a estar acostumbrado al humor particular de Divvis, Elidath no lo soportaba tras una jornada de trabajo espantoso y absurdo. Cólera repentina estalló en él.
—¿Hablas de lady Carabella? —espetó. Divvis pareció sorprenderse.
—Oh, ¿tan formales estamos hoy, Primer Consejero Elidath?
—Si yo me refiriera a tu difunto padre simplemente como Voriax, imagino cuál sería tu reacción…
—Mi padre fue Corona —dijo Divvis en voz fría y tensa—, y merece el respeto con que se considera a un rey desaparecido. Mientras que lady Carabella es simplemente…
—Lady Carabella, primo, es la consorte de tu rey actual —dijo bruscamente Mirigant, mirando a Divvis con una ira que Elidath jamás había visto en aquel hombre tan cordial—. Y además, te lo recuerdo, ella es la esposa del hermano de tu padre. Por dos razones, así pues…
—Está bien —repuso Elidath con aire de cansancio—. Basta ya de tonterías. ¿Vamos a correr esta tarde? Divvis se echó a reír.
—Siempre que no estés muy cansado después de tanto hacer de Corona.
—Nada me gustaría más —dijo Elidath— que bajar corriendo el Monte desde aquí hasta Morlove, cinco meses de buenas zancadas para llegar allí y después pasar tres años podando mis huertos y… ¡Ah, sí! Iré a correr con vosotros. Dejadme acabar con este documento…
—La fiesta por el cumpleaños de lady Carabella —comentó Divvis, sonriente.
—Un título nobiliario —dijo Elidath—. Con lo que tendremos, si guardáis el secreto el tiempo preciso, un nuevo caballero iniciado, un tal Hissune hijo de Elsinome, eso dice aquí, residente del Laberinto pontificio, en reconocimiento a sus grandes méritos y…
—¿Hissune hijo de Elsinome? —exclamó Divvis—. ¿Sabes quién es, Elidath?
—¿Cómo esperas que lo sepa?
—Piensa en la ceremonia de la restauración de Valentine, cuando insistió en que todos aquellos tipos raros estuvieran con nosotros en el salón del trono de Confalume… sus malabaristas, aquel capitán de barco skandar con un brazo mutilado, el yort de los bigotes anaranjados y todos los demás. ¿No recuerdas que estuvo también un niño?
—¿Te refieres a Shanamir?
—¡No, uno más joven todavía! Un muchachito delgado, de diez o doce años, que no respetaba a nadie, un chico con ojos de ladrón, que siempre hacía preguntas embarazosas y convencía a la gente para que le regalaran medallas y condecoraciones. Después se las abrochaba en la túnica y se pasaba las horas mirándose al espejo. ¡Aquel niño se llamaba Hissune!
—El niño del Laberinto —intervino Mirigant—, que a todos hacía prometer que le contratarían como guía si iban alguna vez al Laberinto. Lo recuerdo, sí. Un pillo muy listo, diría yo.
—Ese pillo es ahora caballero iniciado —dijo Divvis—. O lo será, si Elidath no rompe esa hoja que está contemplando como un tonto. No piensas aprobar esto, ¿verdad, Elidath?
—Por supuesto que lo haré.
—¿Un caballero iniciado que llega del Laberinto?
Elidath se encogió de hombros.
—Como si fuera un cambiaspectos de Ilirivoyne. No estoy aquí para anular las decisiones de la Corona. Si Valentine dice caballero iniciado, caballero iniciado será, tanto si es un pillo, un pescador, un vendedor de salchichas, un metamorfo o un tipo que recoge estiércol… —Se apresuró a poner la fecha al lado de su firma—. Ya está. ¡Listo! Ahora ese chico es tan noble como tu, Divvis.
El aludido se irguió pomposamente.
—Mi padre fue la Corona lord Voriax. Mi abuelo fue el Primer Consejero Damiandane. Mi bisabuelo fue…
—Sí. Sabemos todo eso. Y yo afirmo, ese chico es ahora tan noble como tú, Divvis. Este documento lo afirma. Tal como afirmaba un documento similar extendido para algún antepasado tuyo, desconozco hace cuánto tiempo y, ciertamente, el motivo. ¿O piensas que la nobleza es algo innato, como los cuatro brazos y la piel oscura de los skandars?