—Mejor santo que loco, diría yo —comentó Elidath con el ceño fruncido—. Pero esta bondad, esta santidad… ¿crees que son las cualidades de la Corona que más necesita Majipur, cuando está abriéndose una época de conflictos y perplejidad?
—No tengo respuesta a eso, viejo amigo.
—Yo tampoco. Pero sí tengo ciertos temores.
—Igual que yo —contestó Tunigorn—. Igual que yo.
3
Y-Uulisaan yacía alerta y en tensión a oscuras, escuchando el rugido del viento en los desiertos de Gihorna: un cortante viento del este que levantaba remolinos de arena húmeda y la arrojaba con insistencia contra los laterales de la tienda de campaña.
La caravana real con la que estaba viajando hasta el momento se hallaba acampada centenares de kilómetros al suroeste de Piliplok. El río Steiche estaba a pocos días de trayecto, y al otro lado aguardaba Piurifayne. Y-Uulisaan ansiaba desesperadamente cruzar por fin el río y respirar de nuevo el aire de su provincia natal, y cuanto más se aproximaba la caravana, tanto más agudo era su deseo. Estar otra vez entre los suyos, libre de la tensión de esta mascarada interminable…
Pronto… pronto…
Pero antes debía informar a Faraataa, por algún medio, de los planes de lord Valentine.
Habían pasado seis días desde el último contacto de Faraataa con Y-Uulisaan, y entonces éste no sabía que la Corona pretendía peregrinar a territorio piurivar. Indudablemente Faraataa debía conocer esa información. Pero Y-Uulisaan carecía de medios fiables para comunicar con Faraataa, tanto si recurría a los canales convencionales, que prácticamente no existían en aquellos parajes horribles y apenas habitados, como si se decidía por la comunicación con los reyes acuáticos. Eran precisas varias mentes para atraer la atención de un rey acuático y Y-Uulisaan no tenía compañeros en esta misión.
Era igual, lo intentaría. Igual que había hecho las tres últimas noches, concentró las energías de su cerebro, las proyectó y se puso tenso para iniciar un contacto más o menos aceptable con el líder de la rebelión, que se hallaba a casi dos mil kilómetros de distancia.
—¿Faraataa? ¿Faraataa?
Inútil. Sin la ayuda de un rey acuático a modo de intermediario, una transmisión de esas características era prácticamente imposible. Y-Uulisaan lo sabía. A pesar de todo continuó intentándolo. Quizá existiera, se obligó a creer, una mínima probabilidad de que un rey acuático captara por casualidad la transmisión y la amplificara. Una probabilidad mínima, una posibilidad despreciable, pero que él no podía desdeñar.
—¿Faraataa?
La figura de Y-Uulisaan fluctuó ligeramente a causa del esfuerzo. Sus piernas se alargaron, su nariz disminuyó de tamaño. Detuvo el cambio a desgana antes de que fuera perceptible para el resto de ocupantes de la tienda y recobró la forma humana. No se había atrevido a descuidar su aspecto ni siquiera un segundo desde que asumió la apariencia humana en Alhanroel, por temor a que alguien descubriera que era un espía piurivar. Hecho que le provocaba enorme tensión interna, hasta tal punto que apenas podía tolerarla. Pero se aferraba a la forma elegida.
Continuó proyectando en la noche la fuerza de su espíritu.
—¿Faraataa? ¿Faraataa?
Nada. Silencio. Soledad. Lo usual.
Al cabo de unos instantes desistió y trató de dormir. La mañana aún quedaba lejos. Se tendió y cerró sus doloridos ojos.
Pero el sueño no quería llegar. Raramente lo hacía en este viaje. En el mejor de los casos Y-Uulisaan debía conformarse con cabezadas irregulares. Había excesivas distracciones: el rigor del viento, el sonido de la arena arrojada contra la lona, los ásperos ronquidos de los miembros del séquito de la Corona que compartían la tienda con él. Y sobre todo el dolor omnipresente y aturdidor de estar aislado entre seres hostiles de otra raza. Tenso, muy nervioso, Y-Uulisaan aguardó la llegada del alba.
Más tarde, entre la Hora del Chacal y la Hora del Escorpión, el piurivar captó el sonido de una música monótona e insinuadora que rozaba con suavidad su mente. Tan tenso estaba que la repentina intromisión le despojó por un momento de su estabilidad formaclass="underline" imitó a dos de los humanos que dormían cerca de él, adoptó torpemente el aspecto piurivar durante una fracción de segundo y recobró el dominio de sí mismo. Se incorporó con el corazón desbocado y respirando irregularmente y buscó el origen de aquella música.
Sí. Allí estaba. Un gemido monótono que se deslizaba extrañamente entre los intervalos de la escala. Lo reconoció como el canto mental de un rey acuático, inconfundible a causa de su naturaleza y su timbre, a pesar de que él no había escuchado antes el cántico de aquel rey en particular. Abrió su mente al contacto y un instante más tarde, con enorme alivio, oyó la voz mental de Faraataa.
—¿Y-Uulisaan?
—¡Al fin, Faraataa! ¡Cuánto tiempo he esperado esta llamada!
—Llega en el momento señalado, Y-Uulisaan.
—Sí, lo sé. Pero tengo noticias urgentes para ti. He llamado noche tras noche, intentando establecer contacto. ¿No oíste nada?
—Nada. Esta llamada es la regular.
—Ah.
—¿Dónde estás, Y-Uulisaan, y qué novedades hay?
—Estoy en algún lugar de Gihorna, muy al sur de Piliplok y muy alejado de la costa, casi en el Steiche. Continúo viajando con la comitiva de la Corona.
—¿Y es posible que el gran desfile le haya llevado a Gihorna?
—Ha interrumpido el gran desfile, Faraataa. Ahora se dirige a Ilirivoyne, para conferenciar con la Danipiur.
Como respuesta llegó silencio, un silencio tan preciso, tan duro, que crujía como la energía de los rayos y casi apagaba un silbido crepitante. Y-Uulisaan, al cabo de unos segundos, pensó que el contacto se había roto por completo. Pero finalmente Faraataa habló de nuevo:
—¿La Danipiur? ¿Qué quiere de ella la Corona?
—El perdón.
—¿El perdón de qué, Y-Uulisaan?
—De todos los crímenes cometidos por su pueblo contra nosotros.
—¿Debo entender que se ha vuelto loco?
—Algunos de sus acompañantes opinan así. Otros dicen que es la forma de hacer las cosas de Valentine, afrontar al odio con amor.
Hubo otro largo silencio.
—La Corona no debe hablar con ella, Y-Uulisaan.
—Pienso igual.
—No es momento para perdonar. Es el momento para contender, o no habrá victoria para nosotros. Evitaré que vea a la Danipiur. No debe reunirse con ella. Es posible que intente llegar a un arreglo con ella, ¡y no debe haber arreglo alguno!
—Lo entiendo.
—La victoria es casi nuestra. El gobierno está desmoronándose. El imperio del orden está descomponiéndose. ¿Sabes, Y-Uulisaan, que han surgido tres falsas coronas? El primero se proclamó en Khyntor, el segundo en Ni-moya y el tercero en Dulorn.
—¿Es cierto eso?
—Totalmente cierto. ¿No sabías nada?
—Nada. Y creo que Valentine tampoco. Estamos muy lejos de la civilización. ¡Tres monarcas falsos! ¡Es el principio del fin para ellos, Faraataa!
—Eso creo yo. Todo se desarrolla bien para nosotros. Las plagas siguen extendiéndose. Con tu ayuda, Y-Uulisaan, hemos podido contrarrestar las medidas del gobierno y empeorar mucho más la situación. Zimroel es un caos. En Alhanroel empiezan a surgir las primeras dificultades. ¡La victoria es nuestra!
—¡La victoria es nuestra, Faraataa!
—Pero debemos detener a la Corona antes de que llegue a Ilirivoyne. Dime vuestra localización exacta, si es posible.
—Llevamos tres días viajando en flotacoche, en dirección suroeste, desde Piliplok hasta el Steiche. Esta tarde he oído decir a alguien que el río está a dos jornadas de viaje, tal vez menos. Ayer la Corona y algunos miembros de su séquito se adelantaron al cuerpo principal de la caravana. Ya deben estar cerca del río.