Hissune se sintió abrumado por la sorpresa tras las palabras pronunciadas por el más veterano señor del Castillo. Pasó la mirada por todo el salón.
—¿He oído bien? ¿Estamos debatiendo hoy el derrocamiento de un rey?
—Lo expresas con excesiva fuerza —respondió Divvis con aire congraciador—. Lo único que estamos debatiendo es la corrección de que Valentine siga siendo Corona, a tenor de lo que ahora sabemos sobre las intenciones hostiles de los cambiaspectos y a tenor de lo que siempre hemos sabido sobre los métodos de Valentine para resolver cualquier tipo de situaciones desagradables. Si estamos en guerra, y aquí no queda ya nadie que lo ponga en duda, es lógico objetar que Valentine no es el hombre apropiado para dirigirnos en estos momentos, si en realidad vive. Pero substituirle no es derrocarle. Existen medios constitucionales, legítimos, para apartar a Valentine del Trono de Confalume sin causar conflictos a Majipur y sin manifestar falta de cariño y respeto a la actual Corona.
—Es decir, permitiendo que muera el Pontífice Tyeveras.
—Exacto. ¿Qué dices a eso, Hissune?
Hissune no respondió de inmediato. Al igual que Divvis, Ghizmaile y seguramente casi todos los reunidos, él había llegado a la conclusión, intranquilo porque la misma le disgustaba, de que lord Valentine necesitaba ser reemplazado por alguien más firme, más agresivo, incluso más beligerante. No era hoy la primera vez que tenía esos pensamientos, aunque los había mantenido en secreto. Y evidentemente existía un método fácil para efectuar la transferencia de poderes: provocando el ascenso al Pontificado de Valentine, tanto con el acuerdo de éste como sin él.
Pero la lealtad de Hissune hacia lord Valentine era enorme y estaba muy enraizada, ya que se trataba de su guía, su mentor, el artífice de su carrera. Y él sabía, quizá mejor que cualquiera de los presentes, el horror que sentía Valentine por la idea de verse obligado a ir al Laberinto y que la Corona no lo juzgaba como un ascenso sino como un descenso a las honduras más negras. Y hacerle esa jugarreta a sus espaldas, mientras de modo tan valiente como erróneo trataba de restablecer la paz en el mundo sin recurrir a las armas… Bien, eso era una crueldad, de las más monstruosas posibles, ciertamente.
No obstante había razones de estado que lo exigían. ¿En qué época se había sancionado la crueldad por razones de estado? Hissune sabía cuál habría sido la respuesta de lord Valentine a esa pregunta. Pero no estaba seguro de su propia opinión. Finalmente decidió hablar.
—Es posible que Valentine no sea la Corona apropiada para esta ocasión: tengo dudas al respecto y preferiría contar con más datos antes de responder. Puedo asegurar que no me gustaría verle destituido por la fuerza… ¿Cuándo ha sucedido algo semejante en Majipur? Creo que nunca. Pero por fortuna no será preciso actuar de esa forma, cosa que todos reconocemos. Sin embargo creo que podemos dejar para otro momento el problema de la capacidad de Valentine, ya que nos hallamos en tiempo de crisis. Lo que deberíamos examinar, dejando de lado al resto de asuntos, es el tema de la sucesión.
Se produjo repentina agitación en el salón del consejo. Los ojos de Divvis buscaron los de Hissune como si intentaran introducirse en los secretos del alma del joven. El duque de Halanx se sonrojó. El príncipe de Banglecode quedó rígidamente erguido en su silla. El duque de Chorg se inclinó hacia adelante, alerta. Sólo los dos hombres más ancianos, Cantalis y Ghizmaile, permanecieron inmóviles, tal vez porque el problema de elegir a un individuo como Corona no fuera motivo de preocupación para personas con poca vida por delante.
—En esta discusión —prosiguió Hissune— hemos optado por hacer caso omiso de un aspecto impresionante del mensaje de Tunigorn: Elidath, considerado hasta ahora el heredero de lord Valentine, ha muerto.
—Elidath no deseaba ser Corona —intervino Stasilaine en voz tan baja que apenas se oyó.
—Es posible —replicó Hissune—. Ciertamente Elidath no dio muestras de codiciar el trono cuando conoció las tareas de la regencia. Pero la cuestión es que la trágica pérdida de Elidath elimina al hombre al que seguramente se habría ofrecido la corona si lord Valentine hubiera dejado de ocupar el trono. Desaparecido Elidath carecemos de un plan claro para la sucesión. Y mañana podríamos enterarnos de que lord Valentine ha muerto, o que Tyeveras ha muerto por fin, o que los hechos nos exigen preparar la destitución de Valentine de su cargo actual. Debemos estar preparados para cualquiera de estas posibilidades. Somos nosotros los que elegiremos a la próxima Corona: ¿sabemos quién será?
—¿Está pidiéndonos que aprobemos ahora mismo el decreto de sucesión? —inquirió el príncipe Manganot de Banglecode.
—Creo que ese punto ya es obvio —dijo Mirigant—. La Corona nombró un regente cuando fue al gran desfile y el regente nombró tres más, supongo que con la aprobación de lord Valentine, cuando partió del Castillo. Esos tres hombres nos han gobernado durante varios meses. Si hay que buscar un monarca nuevo, ¿no hemos de elegir entre esos tres hombres?
—Me asustas, Mirigant —contestó Stasilaine—. En tiempos pensaba que era espléndido llegar a ser Corona, como supongo pensaron la mayoría de los aquí presentes cuando eran niños. Yo he dejado de ser un niño y vi cuánto cambiaba Elidath, no para bien, cuando cayó sobre él todo el peso del poder. Seré el primero en rendir homenaje a la nueva Corona. ¡Pero que sea otro hombre y no Stasilaine!
—La Corona —opinó el duque de Chorg— nunca ha de ser un hombre que codicie enormemente el trono. Pero creo que tampoco puede ser un hombre al que le asuste el trono.
—Te lo agradezco, Elidath —dijo Stasilaine—. No soy candidato, ¿queda claro?
—¿Divvis? ¿Hissune? —inquirió Mirigant.
Hissune notó que un músculo brincaba en una de sus mejillas y que en brazos y piernas tenía un aterimiento extraño. Miró a Divvis. El candidato de más edad sonrió y se alzó de hombros, y no respondió. Hissune tenía un estruendo en los oídos, una palpitación fuerte en las sienes. ¿Debía hablar? ¿Qué iba a decir? Puesto que el hecho se había producido por fin, ¿podía erguirse ante los príncipes y anunciar despreocupadamente que él deseaba ser Corona? Presentía que Divvis estaba inmerso en una maniobra de difícil comprensión. Y por primera vez desde que entrara esa tarde en el salón del consejo, el joven no tenía la menor idea sobre la dirección a seguir.
El silencio parecía interminable.
Y por fin Hissune oyó su voz, sosegada, firme, comedida:
—Creo que no es preciso prolongar el procedimiento más allá de este punto. Han surgido dos candidatos: ahora parece adecuado considerar la idoneidad de ambos. No aquí. No hoy. De momento hemos hecho suficiente. ¿Qué opina, Divvis?
—Hablas con sensatez y clarividencia, Hissune. Como siempre.
—En tal caso solicito un aplazamiento para considerar estos problemas y guardar más noticias de la Corona —dijo Mirigant.
Hissune alzó una mano.
—Una cosa más, antes de acabar. Esperó a que le prestaran atención.
—Desde hace tiempo deseo viajar al Laberinto —dijo—, a fin de visitar a mi familia y ver a mis amistades. Creo que además sería beneficioso que uno de nosotros conferenciara con los altos cargos pontificios y obtuviera información directa sobre el estado de salud de Tyeveras, ya que podría darse el caso de que tengamos que elegir Pontífice y Corona en los meses venideros, y debemos estar preparados para ese hecho extraordinario si se produce. Propongo en consecuencia la designación de la embajada oficial del Monte del Castillo que irá al Laberinto, y yo mismo me ofrezco como embajador.
—Apoyo la propuesta —dijo Divvis al instante.
Se procedió a la tarea de discutir y votar. Hecho esto se votó el aplazamiento de la reunión y los presentes se disgregaron formando un remolino de grupitos. Hissune quedó solo, preguntándose cuándo despertaría de ese sueño. Al cabo de unos instantes notó que el rubio y alto Stasilaine se hallaba juntó a él, serio y sonriente al mismo tiempo.