—No, mi señor —le interrumpió Deliamber—. No se trata de la Danipiur. No por lo que sabemos.
—¿Qué dices?
—El nombre de la persona para la que trabajaba Y-Uulisaan es Faraataa, un individuo consumido por el odio, un bárbaro que no logró el apoyo de la Danipiur para su proyecto y por ello reunió a sus simpatizantes para ejecutarlo. Existen dos facciones metamorfas, ¿comprendéis, mi señor? Este Faraataa dirige a los radicales, a los ávidos de guerra. Su plan consiste en llevarnos al caos mediante el hambre y obligarnos a salir de Majipur. Mientras que la Danipiur parece ser más moderada, o al menos no tan feroz.
—En tal caso debo proseguir la marcha hacia Ilirivoyne y hablar con ella.
—Jamás encontraréis Ilirivoyne, mi señor —dijo Deliamber.
—¿Por qué motivo?
—Han desmontado la ciudad y la llevan a la espalda por la jungla. Percibo su presencia cuando hago mis hechizos… pero se trata de una presencia móvil. La Danipiur huye de vos, mi señor. No desea reunirse con vos. Tal vez porque es un acto político arriesgado, tal vez porque ella es incapaz de seguir controlando a los suyos y teme que todos recurran a la facción de Faraataa si os presta cualquier clase de servicio. Sólo estoy haciendo suposiciones, mi señor. Pero os lo aseguro, jamás la encontraréis, aunque escudriñéis esta jungla durante mil años.
Valentine asintió.
—Es probable que tengas razón, Deliamber. Seguramente debe ser así. —Cerró los ojos e hizo desesperados esfuerzos para dominar el tumulto de su cerebro. ¡Qué mal había juzgado la situación!—. La comunicación mediante las mentes de los dragones marinos… ¿desde cuándo existe?
—Es posible que desde hace mucho tiempo, mi señor. Al parecer los dragones son más inteligentes de lo que pensábamos… y se diría que existe algo parecido a una alianza entre ellos y los metamorfos, o al menos con algunos metamorfos. Eso no está muy claro.
—¿Y Y-Uulisaan? ¿Dónde está? Deberíamos seguir interrogándole al respecto.
—Muerto, mi señor —dijo Lisamon Hultin.
—¿Cómo es eso?
—Cuando estalló la tormenta todo era confusión y él trató de escapar. Volvimos a capturarlo pero por poco tiempo, ya que el viento me impidió seguir sujetándolo y después fue imposible localizarlo. Encontramos su cadáver al día siguiente.
—Poco se ha perdido, mi señor —opinó Deliamber—. No le habríamos sonsacado mucho más.
—Me habría gustado tener la oportunidad de hablar con él, a pesar de todo —replicó Valentine—. Bien, eso es imposible. Y tampoco podré hablar con la Danipiur, me temo. Pero resulta difícil abandonar la idea. ¿No existe esperanza alguna de encontrar Ilirivoyne, Deliamber?
—Ninguna, eso creo, mi señor.
—Considero a la Danipiur como un aliado. ¿No te parece extraño? La reina metamorfa y la Corona aliados contra los que nos han declarado la guerra biológica. Una tontería, ¿eh, Tunigorn? Vamos, habla sin rodeos: ¿opinas que es una tontería?
Tunigorn se encogió de hombros.
—Puedo decir muy poco al respecto, Valentine. Lo único que sé es que creo que Deliamber tiene razón: la Danipiur no desea reunirse con la Corona y no permitirá que la encontremos. Y creo que dedicar más tiempo a encontrarla…
—Sería una tontería. Sí. Muy tonto cuando me aguardan tantas tareas en otros lugares.
Valentine guardó silencio. Distraídamente cogió un par de los objetos que sostenía Zalzan Kavol y empezó a pasárselos de una a otra mano. Plagas, hambre, monarcas falsos, pensó. Locura. Caos. Guerra biológica. La ira del Divino hecha manifiesta. ¿Y la Corona recorriendo interminablemente la jungla metamorfa en una misión estúpida? No. No.
—¿Tienes la menor idea sobre nuestra posición actual? —preguntó a Deliamber.
—Mi mejor estimación es que nos hallamos a unos tres mil kilómetros al suroeste de Piliplok, mi señor.
—¿Cuánto tiempo crees que nos costaría llegar allí?
—Yo no iría a Piliplok en estos momentos, Valentine —intervino Tunigorn.
—¿Por qué? —dijo Valentine con el entrecejo fruncido.
—Es arriesgado.
—¿Arriesgado? ¿Para la Corona? ¡Estuve allí solo hace uno o dos meses, Tunigorn, y no vi riesgo alguno!
—Las cosas han cambiado. Piliplok se ha proclamado república libre, ésas son las noticias que tenemos. Los ciudadanos de Piliplok, que todavía tenían amplias reservas alimenticias, temían que esos alimentos fueran requisados con destino a Khyntor y Ni-moya. Y de ese modo Piliplok se ha separado de la mancomunidad.
Valentine le contempló como si mirara un abismo infinito.
—¿Se han separado? ¿Una república libre? ¡Esas palabras no tienen sentido!
—A pesar de todo parecen tener sentido para los ciudadanos de Piliplok. Desconocemos qué clase de recepción brindarían a la Corona en estos tiempos. Creo que sería prudente ir a otro sitio hasta que la situación se aclare —dijo Tunigorn.
—¿Cómo puedo tener miedo a entrar en una de mis ciudades? —respondió muy enojado —. ¡Piliplok mantendrá su lealtad en cuanto yo llegue!
—¿Tan seguro estás de eso? —preguntó Carabella—. Ahí está Piliplok, rebosante de orgullo y egoísmo. Y aquí llega la Corona, en un vehículo destrozado, vestido con harapos enmohecidos. Y todos te aclamarán, ¿eso crees? Han cometido una traición y lo saben. Agravarán su traición antes que arriesgarse a ceder pacíficamente a tu autoridad. ¡Mejor no entrar en Piliplok si no es al frente de un ejército, eso pienso yo!
—Y yo —añadió Tunigorn.
Valentine miró consternado a Deliamber, a Sleet, a Ermanar. Todos sostuvieron su mirada en silencio, grave, triste, desoladamente.
—¿Debo entender que han vuelto a destronarme? —inquirió Valentine sin dirigirse a alguien en concreto—. Un vagabundo harapiento, otra vez, ¿eso soy yo? No debo entrar en Piliplok. ¿No debo? Y hay monarcas falsos en Khyntor y Ni-moya. Ellos tienen ejércitos, supongo, y yo no, y por lo tanto tampoco debo ir allí. ¿Qué debo hacer? ¿Ser malabarista por segunda vez? —Se echó a reír—. No, creo que no. Soy la Corona y seguiré siendo la Corona. Pensaba que ya había completado la tarea de reparar mi posición en el mundo, pero es obvio que no. Sácame de esta jungla, Deliamber. Encuentra un camino hasta la costa, a alguna ciudad portuaria que se mantenga fiel a mí. Posteriormente partiremos en busca de aliados y volveremos a arreglar las cosas, ¿eh?
—¿Y dónde vamos a encontrar esos aliados, mi señor? —preguntó Sleet.
—Donde podamos —respondió Valentine mientras se encogía de hombros.
8
En el transcurso del descenso del Monte del Castillo y la travesía del valle del Glayge hasta el Laberinto, Hissune había visto indicios en todas partes del torbellino que azotaba el país. Aunque en Alhanroel, región tranquila y fértil, la situación no se había complicado tanto como más al oeste y en Zimroel, existía empero una tensión visible y prácticamente tangible: puertas cerradas, ojos asustados, semblantes contraídos. Pero en el Laberinto, pensó Hissune, nada parecía haber sufrido cambios importantes, quizá porque siempre había sido un lugar de puertas cerradas, ojos asustados y semblantes contraídos.
El Laberinto tal vez no había cambiado, pero Hissune sí. Y el cambio fue patente desde el momento en que entró por la Boca de las Aguas, la entrada ritual majestuosa y opulenta usada de forma tradicional por los Poderes de Majipur cuando visitaban la ciudad del Pontífice. Detrás quedaba la tarde cálida y brumosa del valle del Glayge, las brisas fragantes, las montañas verdes, el fulgor vibrante y gozoso del crepúsculo. Y delante aguardaba la noche eterna de los recovecos herméticos del Laberinto, el lustre áspero de la iluminación artificial, la extraña falta de vida de un aire que jamás había conocido el contacto con la lluvia y el viento. Y en el momento de pasar de unos a otros dominios Hissune imaginó por un brevísimo instante que un portalón inmenso se cerraba detrás de él estruendosamente, que una barrera horrenda le separaba de todas las cosas bellas del mundo. Y tuvo un escalofrío de temor.