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—¿Qué novedades hay? —preguntó Hissune.

—¡Lord Valentine vive! —exclamó Stasilaine.

—¡Gracias al Divino! ¿Dónde está ahora?

—En Suvrael —dijo Mirigant—. Alojado en el Palacio Barjazid. Eso afirma el Rey de los Sueños, y hoy mismo hemos recibido confirmación de la Corona.

—¡Suvrael! —repitió Hissune, asombrado, como si acabaran de explicarle que Valentine había llegado a un continente desconocido en medio del Gran Océano, o a otro planeta—. ¿Por qué Suvrael? ¿Cómo llegó allí?

—Tras abandonar Piurifayne llegó al territorio de Bellatule —replicó Stasilaine— y la indocilidad de los dragones le impidió navegar hacia el norte. Además Piliplok, como supongo sabrás, se ha rebelado. Por tanto los de Bellatule le llevaron hacia el sur y allí ha hecho un pacto con los Barjazid, que harán uso de sus poderes para devolver la cordura al mundo.

—Osada maniobra.

—Cierto. Dentro de poco Valentine irá a la Isla para reunirse otra vez con la Dama.

—¿Y después? —inquirió Hissune.

—Eso no está decidido aún. —Stasilaine miró fijamente a Hissune—. No tenemos claras las perspectivas en los meses venideros.

—Creo que yo sí las tengo claras —dijo Hissune—. ¿Dónde está Divvis?

—Ha ido de cacería hoy —repuso Elzandir—. A los bosques de Frangior.

—¡Vaya, un lugar desgraciado para su familia! —dijo Hissune—. ¿No fue allí donde murió su padre, lord Voriax?

—Así es —contestó Stasilaine.

—Espero que Divvis tenga más cuidado —manifestó Hissune—. Le aguardan grandes tareas. Y me sorprende que no esté aquí, sabiendo que hoy regresaba yo del Laberinto. —Miró a Alsimir—.Ve a llamar a mi señor lord Divvis. Dile que debe celebrarse inmediatamente una reunión del consejo de regencia y que estoy aguardándole. —Se volvió hacia los otros y les dijo—: He cometido una grave falta de cortesía, caballeros, dada mi excitación por estar aquí. No he presentado a esta buena mujer, y eso no es correcto. Les presento a la señora Elsinome, mi madre, que por primera vez en su vida contempla el mundo externo al Laberinto.

—Mis señores —dijo ella, con el color afluyendo a sus mejillas pero por lo demás sin reflejar confusión o vergüenza.

—El caballero Stasilaine… el príncipe Mirigant… el duque Elzandir de Chorg…

Todos la fueron saludando con enorme respeto, casi como si fuera la misma Dama. Y Elsinome acogió los saludos con tal porte y presencia de ánimo que Hissune experimentó escalofríos de sumo placer.

—Que conduzcan a mi madre al pabellón de lady Thiin —dijo Hissune— y la acomoden en unos aposentos dignos de una gran jerarca de la Isla. Iré al salón del consejo dentro de una hora.

—Una hora no es tiempo suficiente para que lord Divvis regrese de su cacería —dijo mansamente Mirigant. Hissune asintió.

—Eso supongo. Pero no soy culpable de que lord Divvis haya elegido este día para ir al bosque. Y hay tantas cosas que decir y hacer que creo debemos empezar antes de que él llegue. Mi señor Stasilaine, ¿está de acuerdo conmigo?

—Desde luego.

—En tal caso, dos de los tres regentes están de acuerdo. Suficiente para autorizar la citación. Caballeros, en el salón del consejo dentro de una hora…

Todos se encontraban allí cuando Hissune, refrescado y con ropa limpia, entró en el salón cincuenta minutos más tarde. Tras tomar asiento ante la mesa de la presidencia junto a Stasilaine, el joven miró a los príncipes reunidos e inició su intervención.

—Hablé con Hornkast —dijo— y vi al Pontífice Tyeveras. Hubo agitación en la sala, la tensión creció.

—El Pontífice continúa vivo —agregó Hissune—. Pero no vivo tal como ustedes y yo lo entendemos. Ya no habla, ni siquiera profiere los gritos y alaridos que constituían su forma de hablar últimamente. Vive en otro reino, muy lejos, y creo que se trata del reino situado junto al Puente del Adiós.

—¿Y cuándo, entonces, se supone que morirá? —preguntó Nimian de Dundilmir.

—Oh, no será pronto, pese a todo —replicó Hissune—. Allí pueden mantenerlo con vida varios años más gracias a sus hechicerías, eso tengo entendido. Pero creo que no habría que demorar mucho más el óbito.

—Esa decisión debe tomarla lord Valentine —dijo el duque de Halanx.

Hissune movió afirmativamente la cabeza.

—Exacto. Volveré a hablar de ello dentro de poco. —Se levantó, se acercó a la bola del mundo y apoyó una mano en el corazón de Zimroel—. Durante mi viaje al Laberinto he recibido los despachos regulares. Conozco la declaración de guerra hecha contra nosotros por ese piurivar, Faraataa o quien sea. Y sé que los metamorfos no sólo han atacado Zimroel con plagas agrícolas, sino también con una horda de animales espantosos que causan enorme caos y pánico. Tengo conocimiento del hambre que existe en el distrito de Khyntor, la secesión de Piliplok, los desórdenes de Ni-moya. Desconozco qué está ocurriendo al oeste de Dulorn y no creo que nadie lo sepa en este lado de la Fractura. Sé además que Alhanroel occidental avanza con rapidez hacia las condiciones caóticas del otro continente y que los problemas se extienden con celeridad hacia el este, hasta las mismas estribaciones del Monte. A pesar de todo lo anterior son escasas las medidas concretas que hemos tomado hasta la fecha. Al parecer el gobierno central se ha esfumado, los duques provinciales se comportan como si fueran independientes y en el Monte del Castillo estamos muy por encima de las nubes.

—¿Y qué propones? —inquirió Mirigant.

—Varias cosas. En primer lugar, crear un ejército que ocupe la frontera de Piurifayne, a fin de cercar la provincia y penetrar en la jungla en busca de Faraataa y los simpatizantes de éste, cosa que les aseguro no será fácil.

—¿Y quién estará al mando de ese ejército? —dijo el duque de Halanx.

—Permítame volver a ese punto dentro de un momento —contestó Hissune—. Prosigo. Necesitamos un segundo ejército, a organizar también en Zimroel, para ocupar Piliplok, por medios pacíficos si es posible, por la fuerza en caso contrario, y lograr que vuelva a ser fiel al gobierno central. En tercer lugar debemos convocar un cónclave en el que todos los gobernantes provinciales discutan una distribución lógica de productos alimenticios. Las provincias no afectadas aún compartirán lo que tengan con las que padecen hambre. Por supuesto deberá quedar perfectamente claro que exigimos un sacrificio, pero no un sacrificio intolerable. Las provincias reacias a compartir los alimentos, si las hubiera, se arriesgarán a la ocupación militar.

—Muchísimos ejércitos —dijo Manganot— para una sociedad con tan escasa tradición militar.

—Cuando hemos precisado ejércitos —replicó Hissune—, siempre hemos podido organizarlos. Así fue en la época de lord Stiamot y durante la guerra de restauración de lord Valentine y así será ahora, puesto que no tenemos elección. Observo, no obstante, que ya existen varios ejércitos informales, bajo el mando de los diversos monarcas autoproclamados. Podemos aprovechar esos ejércitos y los de los nuevos monarcas.

—¿Hacer uso de traidores? —exclamó el duque de Halanx.

—De cualquier persona que pueda ser útil —contestó Hissune—. Los invitaremos a colaborar con nosotros. Les conferiremos un rango bastante elevado, aunque confío en que no sea el rango que ellos mismos se han conferido. Y expondremos claramente que, si no cooperan, los aniquilaremos.

—¿Aniquilar? —se extrañó Stasilaine.

—El término preciso que deseaba emplear.

—Hasta Dominin Barjazid fue perdonado y devuelto a sus hermanos. Quitar la vida, aunque se trate de la vida de un traidor…

—No es una frivolidad —dijo Hissune—. Pretendo hacer uso de estos hombres, no matarlos. Pero creo que deberemos matarlos si no se avienen a ser utilizados. En fin, les ruego que dejemos este punto para otro momento.