La Danipiur se llevó las puntas de los dedos a la barbilla: un gesto negativo que transmitía diversión y desprecio por las palabras del invitado. Faraataa se negó a dejarse llevar por la irritación.
—Cuando llegaron —dijo la Danipiur— eran muy pocos. Ahora son muchos y entre Majipur y otros planetas hay escasos viajes. ¿Comprendes cuánto tiempo sería preciso para transportar veinte mil millones de personas fuera de este planeta? Si cada hora saliera una nave cargada con diez mil humanos creo que jamás nos libraríamos de todos, porque ellos se reproducirían con rapidez superior al tiempo de carga de las naves.
—En ese caso que sigan aquí y continuaremos guerreando contra ellos. Se mataran ellos mismos por la comida, al cabo de cierto tiempo no habrá alimentos y los que queden morirán de inanición y sus ciudades se convertirán en lugares abandonados. Y nosotros habremos acabado con ellos para siempre.
De nuevo las puntas de los dedos tocaron la barbilla.
—¿Veinte mil millones de cuerpos muertos? ¡Faraataa, Faraataa, sé razonable! ¿No captas el significado de eso? Tan sólo en Ni-moya hay muchas más personas que en todo Piurifayne… ¿y cuántas ciudades existen aparte de ésa? ¡Piensa en el hedor de tantos cadáveres! ¡Piensa en las enfermedades de corrupción que crearía tanta carne putrefacta!
—Será carne muy magra, si todos mueren de hambre. No habrá tanta pudriéndose.
—Hablas con excesiva frivolidad, Faraataa.
—¿Sí? Bien, hablo con frivolidad. Con mi frivolidad he destrozado al opresor bajo cuyas botas nos hemos retorcido durante catorce mil años. Con mi frivolidad los he sumido en el caos. Con mi frivolidad…
—¡Faraataa!
—He logrado muchas cosas con mi frivolidad, Danipiur. No solo sin recibir tu ayuda, sino de hecho con tu franca oposición casi siempre. Y ahora…
—¡Escúchame, Faraataa! Has liberado fuerzas poderosas, sí, y has afectado a los Invariables de un modo que yo no creía posible. Pero ha llegado el momento de que hagas una pausa y medites un poco las consecuencias finales de tus actos.
—Lo he hecho —replicó él—. Recuperaremos nuestro planeta.
—Es posible. ¡Pero a qué costo! Has propagado plagas por las tierras de los humanos… ¿Podrás eliminarlas con la misma facilidad, eso piensas? Has creado animales monstruosos y terribles y los has dejado sueltos. Y ahora propones que el mundo quede atestado de cadáveres putrefactos, veinte mil millones de cadáveres. ¿Estás salvando nuestro mundo, Faraataa, o estás destruyéndolo?
—Las plagas se extinguirán cuando desaparezcan los cultivos básicos en la alimentación humana, cultivos que en su mayoría no nos son de gran utilidad. Los animales nuevos, son escasos y el mundo es grande, y los científicos me aseguran que no pueden reproducirse, por lo tanto nos desharemos de ellos en cuanto cumplamos nuestra tarea. Y yo tengo menos miedo que tú a esos cadáveres putrefactos. Las aves carroñeras se alimentarán como siempre se han alimentado y erigiremos templos sobre los montículos de huesos que queden. La victoria es nuestra, Danipiur. Hemos recobrado el mundo.
—Eres demasiado confiado. Ellos no han contraatacado todavía… ¿Pero y si lo hacen, Faraataa, y si lo hacen? Te ruego que recuerdes Faraataa, las hazañas de lord Stiamot a costa de nosotros.
—Lord Stiamot necesitó treinta años para completar su conquista.
—Cierto —dijo la Danipiur—, pero sus ejércitos eran poco numerosos. Ahora los Invariables nos superan enormemente en número.
—Y ahora conocemos el arte de enviar plagas y monstruos contra ellos, cosa que no conocíamos en tiempos de lord Stiamot. Su misma superioridad numérica les será desfavorable, en cuanto sus reservas alimenticias se agoten. ¿Cómo van a combatirnos durante treinta días, y mucho menos durante treinta años, cuando el hambre está desintegrando su civilización?
—Los soldados hambrientos pueden luchar con más fiereza que los soldados rollizos. Faraataa se echó a reír:
—¿Soldados? ¿Qué soldados? Estás diciendo estupideces, Danipiur. Esta gente es blanda.
—En la época de lord Stiamot…
—La época de lord Stiamot fue hace ocho milenios. La vida ha sido muy fácil para ellos desde entonces y se han convertido en una raza de simplones y cobardes. Y el mayor simplón de todos es ese lord Valentine de los humanos, ese loco santo con su piadosa aversión a la violencia. ¿Qué hemos de temer de un rey como ése, que no tiene estómago para la sangre?
—De acuerdo: no hemos de temer nada por parte de él. Pero podemos aprovecharnos de él, Faraataa. Y eso es lo que pretendo hacer.
—¿De qué forma?
—Ya sabes que el sueño de él es llegar a un acuerdo con nosotros.
—Yo sé —dijo Faraataa— que llegó a Piurifayne con la absurda esperanza de negociar contigo y que tú, muy sensatamente, evitaste verlo.
—Llegó en busca de amistad, sí. Y sí, evité verlo. Tenía que averiguar más detalles sobre tus intenciones antes de iniciar negociaciones con él.
—Ahora ya conoces mis intenciones.
—Cierto. Y te ruego que dejes de propagar esas plagas y me des tu apoyo cuando me reúna con la Corona. Tus actos constituyen una amenaza para mis objetivos.
—¿Cuáles son?
—Lord Valentine es distinto a los otros monarcas que he conocido. Como has dicho, es un loco santo: un hombre apacible sin estómago para la sangre. Su aversión a la guerra lo convierte en una persona dócil y manejable. Pretendo arrancarle concesiones que ninguna Corona anterior nos habría hecho. El derecho a establecernos de nuevo en Alhanroel, recuperar la propiedad de Velalisier, la ciudad santa, tener voz en el gobierno; igualdad política total, en resumen, en la estructura de la vida en Majipur.
—¡Mejor destruir por completo esa estructura y establecernos donde nos apetezca sin pedir permiso a nadie!
—Debes comprender que eso es imposible. No puedes desalojar de este planeta ni exterminar veinte mil millones de personas. Lo que podemos hacer es firmar la paz con ellos. Y en Valentine se basa nuestra oportunidad de paz, Faraataa.
—¡Paz! ¡Qué palabra tan sucia y tan falsa! ¡Paz! Oh, no, Danipiur. Yo no deseo la paz. Yo no estoy interesado en la paz sino en la victoria. Y la victoria será nuestra.
—La victoria que ansias será la condena para todos nosotros —replicó la Danipiur.
—Creo que no. Y creo que las negociaciones con la Corona no te llevarán a ninguna parte. Si él hace las concesiones que pretendes plantearle, sus mismos príncipes y duques lo derribarán y lo sustituirán por un hombre más despiadado. ¿Y adonde habremos ido a parar entonces? No, Danipiur, debo proseguir mi guerra hasta que los Invariables desaparezcan por completo de nuestro planeta. Cualquier otra medida significa prolongar nuestra esclavitud.
—Te lo prohíbo.
—¿Prohibir?
—¡Soy la Danipiur!
—Lo eres. ¿Pero qué importancia tiene eso? Yo soy el Rey Real, del que hablan las profecías. ¿Cómo puedes prohibirme algo? Los mismos Invariables tiemblan al pensar en mí. Los aniquilaré, Danipiur. Y si te opones, también te aniquilaré.
Se levantó y con brusco gesto de su mano volcó la copa de vino y derramó el contenido en la mesa. Se detuvo junto a la puerta, volvió la cabeza y por un instante dejó que su cuerpo tomara la forma denominada el Río, un gesto de desafío y desprecio. Después recobró su aspecto real.
—La guerra proseguirá —dijo—. Por el momento te permito que sigas desempeñando este cargo, pero te lo advierto: no entables negociaciones traicioneras con el enemigo. En cuanto al santo lord Valentine, su vida me pertenece. Su sangre servirá para limpiar las Mesas de los Dioses el día de la nueva consagración de Velalisier. Ten cuidado, Danipiur. O te usaré con el mismo fin.