Se habría arrodillado pero la Dama pareció adivinar sus intenciones antes de que pudiera hacer el gesto y le detuvo con un rápido movimiento de cabeza. La Dama extendió una mano hacia el príncipe. Hissune, que sin saber cómo entendió qué se esperaba de él, tocó suavemente las puntas de los dedos de la anciana, sólo durante un instante, y recibió un cosquilleante flujo de energía que le habría hecho brincar hacia atrás de no mantener un control tan tenso sobre sus emociones. Pero con la inesperada corriente notó que cobraba un torrente de seguridad en sí mismo, fuerza, compostura.
Acto seguido se volvió hacia la Corona.
—Mi señor —musitó.
Le sorprendió y consternó la alternación del aspecto de lord Valentine desde la última vez que lo había visto, en el Laberinto, hacía mucho tiempo, al principio del malaventurado gran desfile. Por aquel entonces el monarca estaba poseído por una fatiga terrible, pero aun así sus facciones reflejaban una luz interior, cierta alegría incontenible que ninguna clase de cansancio podía disipar por completo. La situación había cambiado. El sol cruel de Suvrael le había oscurecido la piel y blanqueado el cabello, confiriéndole una apariencia raramente feroz, casi bárbara. Tenía los ojos hundidos y macilentos, el semblante demacrado y arrugado, no quedaba rastro alguno de la jovialidad de espíritu que era el rasgo más visible de su carácter. Parecía un desconocido: sombrío, tenso, distante.
Hissune empezó a hacer el gesto del estallido estelar. Pero lord Valentine le interrumpió de modo impaciente y, tras extender los brazos, cogió la mano de Hissune y la estrechó con fuerza un momento. Otro detalle embarazoso. No era normal estrechar la mano de los monarcas. Y con el contacto de aquellas manos Hissune volvió a notar una corriente que fluía en su interior, aunque esta energía, a diferencia de la que había recibido de la Dama, le dejó inquieto, crispado, turbado.
En cuanto la Corona le soltó la mano Hissune retrocedió e hizo una señal a Elsinome, que se hallaba inmóvil en la entrada como si el hecho de ver a dos Poderes de Majipur en la misma habitación la hubiera convertido en piedra.
—Mi señor… gentil Dama… —dijo Hissune en voz apagada y ronca—. Os ruego deis la bienvenida a mi madre, la señora Elsinome.
—Una madre digna de un hijo tan digno —repuso la Dama: eran las primeras palabras que pronunciaba y el joven pensó que aquella voz era la más exquisita que había oído: rica, serena, musical—. Acércate, Elsinome.
Tras salir de su estado de trance, Elsinome dio unos pasos en el suelo de liso mármol y la Dama avanzó igualmente hacia ella, de tal forma que se encontraron en el centro de la sala octogonal. Allí la Dama abrazó a la visitante, con fuerza y enorme cordialidad. Y cuando por fin las mujeres se separaron, Hissune vio que su madre parecía una persona recluida en la oscuridad durante largo tiempo que un día contempla el sol en todo su esplendor. Tenía los ojos brillantes, la cara sonrojada, sin ninguna muestra de timidez o admiración.
Elsinome miró después a lord Valentine y se dispuso a hacer el gesto del estallido estelar, obteniendo de la Corona el mismo rechazo que su hijo, la palma de una mano extendida hacia ella.
—Eso no es preciso, buena Elsinome.
—¡Mi señor, es mi obligación! —replicó ella en voz firme.
—No. Ya no. —La Corona sonrió por primera vez aquella mañana—. Esos gestos y esas reverencias son lógicos en las apariciones en público. Aquí no hay necesidad de tanta pompa.
Contempló a Hissune.
—No te habría reconocido, creo, de no haber sabido que ibas a venir hoy. Hemos estado separados tanto tiempo que somos como desconocidos, o así me lo parece.
—Varios años, mi señor, y no han sido años fáciles —replicó Hissune—. El tiempo siempre produce cambios y años como éstos producen grandes cambios.
—Es cierto. —Lord Valentine se inclinó hacia adelante y examinó a Hissune con tal atención que el joven quedó desconcertado. Finalmente la Corona comentó—: En tiempos creí conocerte bien. Pero el Hissune que yo conocía era un muchacho que ocultaba su timidez con disimulo. El que está aquí ahora se ha hecho un hombre, un príncipe, incluso, y le queda algo de timidez pero no demasiada. Y la timidez, creo, se ha convertido en algo más profundo… astucia, tal vez. O quizás en habilidad de estadista, si los informes que tengo son ciertos, y me inclino a creer que lo son. Sin embargo creo que aún puedo ver al niño que conocí en tiempos, en alguna parte de tu ser. Pero reconocerlo es más que difícil.
—A mí me resulta difícil, mi señor, ver en vos al hombre que me pagó hace años para que fuera su guía en el Laberinto.
—¿Tanto he cambiado, Hissune?
—Sí, mi señor. Temo por vos.
—Teme por Majipur, si es que debes temer por algo. No desperdicies temores conmigo.
—Temo por Majipur, y mucho. ¿Pero cómo podéis pedirme que no tema por vos? Sois mi benefactor, mi señor. Todo os lo debo a vos. Y cuando os veo tan débil, tan sombrío…
—Son tiempos sombríos, Hissune. El estado del mundo se refleja en mi cara. Pero tal vez nos aguarda una primavera. Dime una cosa, ¿qué novedades traes del Monte del Castillo? Sé que príncipes y señores han hecho grandes planes.
—Ciertamente, mi señor.
—¡Pues habla!
—Como ya imaginaréis, mi señor, estos planes dependen de vuestra ratificación, el consejo de regencia no se atrevería a emprender…
—Eso supongo. Háblame de los propósitos del consejo. Hissune respiró profundamente.
—En primer lugar —dijo—, proponemos situar un ejército en torno a la frontera de Piurifayne, a fin de evitar que los metamorfos sigan exportando plagas y otros horrores.
—¿Has dicho cercar Piurifayne, o invadirlo? —preguntó lord Valentine.
—En principio cercarlo, mi señor.
—¿En principio?
—La idea, una vez afirmemos nuestro control en la frontera, consiste en adentrarse en la provincia en busca del rebelde Faraataa y sus partidarios.
—Ah. ¡Capturar a Faraataa y a sus partidarios! ¿Y qué se hará con ellos cuando sean capturados? Cosa que dudo mucho, considerando mis experiencias personales cuando vagué por aquella jungla.
—Los confinaremos.
—¿Nada más? ¿Ningún cabecilla ejecutado?
—¡Mi señor, no somos salvajes!
—Claro, claro. ¿Y el objetivo de esta invasión será exclusivamente capturar a Faraataa?
—Simplemente eso, mi señor.
—¿No se intentará derrocar a la Danipiur? ¿Ninguna campaña de exterminio de los metamorfos?
—Esas ideas jamás se han sugerido.
—Comprendo. —Valentine tenía una voz extrañamente controlada, casi de burla, muy distinta a la que Hissune estaba acostumbrado a escuchar—. ¿Y qué otros proyectos propone el consejo?
—Un ejército de pacificación que ocupe Piliplok, si es posible sin derramamiento de sangre, y controle cualquier otra ciudad o provincia que se haya separado del gobierno. Además proponemos la neutralización de los diversos ejércitos particulares creados por los diversos monarcas que actualmente abundan en muchas zonas, y, si es posible, poner esos ejércitos al servicio del gobierno. Por último, ocupar militarmente cualquier provincia que se niegue a participar en un nuevo programa para compartir las reservas alimenticias con las regiones afectadas.
—Un plan bastante amplio —dijo lord Valentine, con el mismo tono extraño e impersonal—. ¿Y quién dirigirá esos ejércitos?
—El consejo sugiere dividir el mando entre mi señor Divvis, mi señor Tunigorn y yo mismo —replicó Hissune.
—¿Y yo?
—Como es lógico vos tendréis el mando supremo de todas nuestras fuerzas, mi señor.
—Claro, claro.