¿Qué clase de recepción, se preguntó, me ofrecerán en la república independiente de Piliplok?
Prácticamente no quedaba una sola persona que no se hubiera opuesto a su decisión de ir a Piliplok. Sleet, Tunigorn, Carabella, Hissune… todos hablaban de riesgos e incertidumbre. Piliplok, con su locura, era capaz de cualquier cosa, incluso de apresar a Valentine y retenerlo como rehén a fin de garantizar su independencia. «El que entre en Piliplok», había opinado Carabella, lo mismo que había dicho meses atrás estando en Piurifayne, «deberá hacerlo al frente de un ejército y tú careces de ejército, mi señor.»
Hissune había expuesto idénticos argumentos. «En el Monte del Castillo se decidió», había comentado la joven Corona, «que en cuanto los nuevos ejércitos estén organizados deberá ser la Corona quien dirija las tropas que entren en Piliplok… en tanto que el Pontífice se encarga de la estrategia a distancia más segura.» Valentine le replicó que no sería necesario lanzar tropas contra Piliplok e Hissune mostró su extrañeza. «Adquirí enorme experiencia durante la guerra de restauración», explicó Valentine, «cuando apacigüé a súbditos rebeldes sin que hubiera derramamiento de sangre. Si tú, un monarca inexperto y desconocido, llegaras a Piliplok con soldados detrás, por fuerza provocarías la resistencia armada de la población. Pero si se presenta el Pontífice… ¿Quién recuerda alguna época en la que un Pontífice fuera visto en Piliplok…? Y todos quedarán asombrados, acobardados, no se atreverán a alzar la mano contra él aunque entre solo en la ciudad.»
Aunque Hissune había seguido exponiendo dudas de peso, finalmente Valentine impuso su tesis. Ningún otro resultado era posible, y Valentine lo sabía: el primer día de desempeño de su cargo pontificio, cuando acababa de traspasar el poder temporal de la Corona al joven príncipe, él no podía quedar relegado a esa posición de testaferro que se suponía lógica en los pontífices. Valentine estaba descubriendo que nadie renuncia al poder con facilidad, ni siquiera las personas que en tiempos creyeron estar poco dispuestas a asumirlo.
Pero el problema no era simplemente contender por el poder, pensó Valentine. El problema era evitar que corriera la sangre si tal cosa no era precisa. Evidentemente Hissune no creía posible reconquistar Piliplok por medios pacíficos. Y Valentine deseaba demostrarle que era posible. Digamos que formará parte de la educación de la nueva Corona en el arte del gobierno, meditó Valentine. Y si fracaso, concluyó, bien: en ese caso digamos que será parte de mi educación.
Por la mañana, cuando Piliplok apareció de pronto junto a la oscura desembocadura del gran río Zimr, Valentine dio orden de que la flota se dividiera en dos grupos, con la nave capitana, la Lady Thiin, en el vértice de la formación. Y ataviado con la vestimenta pontificia de vivos tonos escarlatas y negros que pidió le hicieran antes de salir de la Isla se situó en la proa de la nave, de forma que todo Piliplok pudiera verle con claridad al frente de la flota real.
—Otra vez nos mandan los barcos dragoneros —dijo Sleet. Era cierto. Igual que la vez anterior, cuando Valentine llegó a Piliplok siendo Corona con la intención de iniciar la gran procesión por Zimroel, la flota de dragoneros navegaba hacia la nave capitana. Pero la vez anterior lucían brillantes emblemas verde y oro en sus cordajes y habían recibido al monarca con gozosos sonidos de trompetas y tambores. En ese momento, vio Valentine, los dragoneros llevaban una bandera distinta, amarilla y atravesada por un gran tajo carmesí, sombría y siniestra como la forma espigada de las mismas embarcaciones. Debía ser la bandera de la república independiente que Piliplok afirmaba ser y la flotilla de dragoneros no iba a recibir al Pontífice de forma amistosa.
El gran almirante Asenhart miró inquietamente a Valentine. Señaló el megáfono que llevaba en la mano.
—¿Debo ordenarles que se rindan y nos escolten hasta el puerto, majestad?
Pero el Pontífice se limitó a sonreír e indicó al almirante que conservara la calma.
La embarcación más potente de Piliplok, un barco monstruoso provisto de un mascarón de proa con terribles colmillos y unos extraños mástiles de tres puntas, abandonó la formación y se situó cerca de la Lady Thiin. Valentine reconoció al momento el barco, el de su vieja conocida Guidrag, la veterana capitana de dragonero: y allí estaba la feroz skandar, en cubierta, gritando por un megáfono:
—¡En nombre de la república independiente de Piliplok, no avancéis más e identificaos!
—Déme ese artefacto —dijo Valentine a Asenhart. Se acercó el megáfono a los labios y gritó—: ¡Esta nave es la Lady Thiin y yo soy Valentine! ¡Suba a bordo y hable conmigo, Guidrag!
—¡Tal vez no lo haga, mi señor!
—¡No he dicho lord Valentine, sino Valentine! —respondió—. ¿Entiende lo que le digo? ¡Y si no quiere subir aquí, bien, bajaré yo! ¡Dispóngase a recibirme a bordo!
—¡Majestad! —dijo Sleet, horrorizado. Valentine miró a Asenhart.
—Prepare una cesta flotante para nosotros. Sleet, tú eres el primer consejero: me acompañarás. Y tú también, Deliamber.
—Mi señor, por favor… —dijo ansiosamente Carabella.
—Si quieren apresarnos —repuso Valentine—, lo harán igual a bordo de su nave que de la mía. Tienen veinte barcos por cada uno de los nuestros y además van bien armados. Vamos, Sleet… Deliamber…
—¡Majestad! —intervino con voz firme Lisamon Hultin—. ¡No podéis hacer eso si yo no os acompaño!
—¡Ah, magnífico! —-dijo Valentine, risueño—. ¡Das órdenes al Pontífice! Admiro tu espíritu: pero no, esta vez no llevaré guardaespaldas, ni armas, ni protección de ningún tipo aparte de esta vestimenta. ¿Está listo el flotador, Asenhart?
Ataron y suspendieron del palo de trinquete la cesta. Valentine subió e hizo una señal a Sleet, que tenía el semblante serio y desolado, y al vroon. Volvió la cabeza hacia los reunidos en la cubierta de la nave capitana: Carabella, Tunigorn, Asenhart, Zalzan Kavol, Lisamon y Shanamir, todos le miraban como si hubiera perdido por completo la cordura.
—Ya deberíais conocerme a fondo —dijo en voz baja y ordenó que arriaran la cesta.
La cesta quedó flotando en el agua, se deslizó suavemente sobre las olas y trepó por un lado del barco dragonero hasta quedar agarrada por el gancho que Guidrag había hecho bajar. Instantes después Valentine pisaba la cubierta de la embarcación, cuyos maderos estaban oscurecidos por manchas indelebles de sangre de dragón. Una decena de impresionantes skandars, el más débil dos veces más corpulento que Valentine, se situaron ante éste comandados por la anciana Guidrag. La capitana tenía la dentadura con más lagunas y el espeso pelaje más descolorido todavía que la vez anterior. Sus ojos amarillos despedían fuerza y autoridad, aunque Valentine captó igualmente cierta vacilación en sus facciones.
—¿Qué es esto, Guidrag? ¿Por qué me acogéis con tan poca amabilidad en esta visita? —inquirió Valentine.
—Mi señor, no teníamos la menor idea de que volvíais.
—Sin embargo parece que he vuelto una vez más. ¿Y no debería ser saludado con más alegría?
—Mi señor… aquí han cambiado las cosas —dijo la skandar, tartamudeando un poco.
—¿Cambios? ¿La república independiente? —Contempló la cubierta y miró a los otros barcos, colocados por todos los lados—. ¿Qué es una república independiente, Guidrag? No creo hacer oído ese término anteriormente. Contésteme: ¿qué significa?
—Sólo soy una capitana de dragonero, mi señor. Estos asuntos políticos… no soy quién para comentarlos…
—En tal caso, discúlpeme. Pero al menos acláreme esto: ¿con qué fin os mandaron salir al encuentro de mi flota, si no es para darnos la bienvenida y acompañarnos al puerto?