—No me ordenaron daros la bienvenida —dijo Guidrag—, sino echaros. Aunque os repito que no teníamos la menor idea de que erais vos, mi señor… sólo sabíamos que llegaba una flota de naves imperiales…
—¿Acaso las naves imperiales ya no son bien recibidas en Piliplok?
Hubo una larga pausa.
—No, mi señor —repuso vacilantemente la skandar—. No son bien recibidas, mi señor. Nos hemos… ¿cómo podría decirlo?… Nos hemos separado del imperio, mi señor. Eso es una república independiente. Un territorio que se administra por sí mismo y no es gobernado desde fuera.
Valentine enarcó las cejas afectadamente.
—Ah, ¿y por qué? ¿Tan opresivo es el gobierno imperial, lo cree así?
—Estáis jugando conmigo, mi señor. Estos asuntos superan mis conocimientos. Yo sólo sé que estamos en tiempos difíciles, que hay cambios, que Piliplok prefiere decidir ella misma su destino.
—¿Debido a que Piliplok aún tiene comida y otras ciudades no? ¿Tan pesada es para Piliplok la carga de tener que alimentar a los hambrientos? ¿Es eso, Guidrag?
—Mi señor…
—Deje de llamarme «mi señor» —dijo Valentine—. Ahora debe llamarme «vuestra majestad».
La capitana reflejó la mayor preocupación todavía.
—¿Es que ya no sois la Corona, mi señor… vuestra majestad…?
—Los cambios de Piliplok no son los únicos que se han producido —explicó Valentine—. Se lo demostraré, Guidrag. Después volveré a mi barco, usted me conducirá al puerto y conversaré con los expertos de esta república independiente vuestra, a fin de que puedan aclararme la situación. ¿De acuerdo, Guidrag? Permítame mostrarle quién soy.
Cogió una mano de Sleet y un tentáculo de Deliamber con su otra mano y se deslizó con naturalidad hacia el estado de sueño vigilante, la situación de trance que le permitía hablar telepáticamente como si de hacer envíos se tratara. De su alma, en dirección a la capitana, fluyó una corriente de tal vitalidad y fuerza que el aire empezó a brillar: no estaba usando simplemente la fuerza desarrollada en él durante la reciente época de vejaciones y caos, sino también la que le prestaban Sleet y el vroon, sus camaradas a bordo de la Lady Thiin, lord Hissune y la madre de éste, la Dama, su madre la ex Dama y todas las personas que amaban al Majipur anterior y deseaban que volviera a ser como antes. Proyectó su mente hacia Guidrag, hacia los cazadores de dragones situados junto a la capitana, hacia los tripulantes de las otras embarcaciones y hacia los ciudadanos de la república independiente de Piliplok que aguardaban al otro lado del mar. Y el mensaje que les envió fue muy sencillo: venía allí para perdonarles sus errores y recuperar su lealtad a la gran comunidad que era Majipur. Les comunicó también que Majipur era indivisible y que el fuerte debía ayudar al débil o ambos perecerían, puesto que el mundo se hallaba al borde del abismo y tan sólo un esfuerzo potente podía salvarlo. Y para finalizar les dijo que el principio del fin de la era de caos se acercaba, porque Pontífice, Corona, Dama y Rey de los Sueños luchaban conjuntamente para reparar el daño y volverían a estar unidos si los ciudadanos tenían fe en la justicia del Divino, en cuyo nombre él reinaba ahora como monarca supremo.
Abrió los ojos. Vio a la aturdida Guidrag que se bamboleaba e iba cayendo de rodillas sobre cubierta, muy despacio, y el resto de skandars la imitó. Luego la capitana puso ambas manos ante sus ojos como si quisiera protegerlos de una luz terrible.
—Mi señor… vuestra majestad… vuestra majestad —murmuró la skandar en tono de aturdimiento y admiración.
—¡Valentine! —exclamó alguien al otro extremo de cubierta—. ¡Valentine Pontífice!
Y el grito fue imitado por marinero tras marinero:
—¡Valentine Pontífice! ¡Valentine Pontífice!
Finalmente esa frase se propagó de barco en barco, surcó las aguas y llegó incluso a los muelles de la distante Piliplok.
—¡Valentine! ¡Valentine Pontífice! ¡Valentine Pontífice!
V
EL LIBRO DE LA REUNIÓN
1
Cuando la fuerza expedicionaria real se hallaba a varias horas río abajo de Ni-moya, lord Hissune llamó a Alsimir.
—Averigua si aún existe la mansión denominada Vista de Nissimorn. En caso afirmativo la requisaré para usarla como cuartel general mientras esté en Ni-moya.
Hissune recordaba aquella casa —recordaba toda Ni-moya, sus torres blancas y sus galerías deslumbrantes— tan vivamente como si hubiera morado en ella la vida entera. Sin embargo jamás hasta ese viaje había pisado el continente de Zimroel. Había visto Ni-moya con los ojos de otra persona. Volvió con sus pensamientos a la época de su adolescencia en la que escudriñó en secreto las cápsulas de recuerdos de los archivos del Registro de Almas, en las profundidades del Laberinto. ¿Cómo se llamaba aquella tendera de Velathys que contrajo matrimonio con el hermano del duque y acabó heredando Vista de Nissimorn? Inyanna, pensó. Inyanna Forlana. Una ladrona del Gran Bazar hasta que el curso de su vida cambió sorprendentemente.
Todo había sucedido al final del reinado de lord Malibor, tan sólo hacía veinte o veinticinco años. Seguramente la protagonista debía vivir todavía, meditó Hissune. Debía seguir viviendo en su mansión maravillosa con vistas al río. Y yo iré a verla y le diré, «La conozco, Inyanna Forlana. La comprendo tan bien como a mí mismo. Somos de la misma raza, usted y yo: favoritos de la fortuna. Y ambos sabemos que los auténticos favoritos de la fortuna son los que saben hacer mejor uso de su buena suerte.»
Vista de Nissimorn continuaba existiendo, se alzaba espléndidamente sobre el promontorio rocoso por encima del puerto y sus balcones voladizos y pórticos flotaban de modo ensoñador en un ambiente de tenue brillo. Pero Inyanna Forlana ya no residía allí. La mansión estaba ocupada por una fanfarrona horda de intrusos, cinco o seis apiñados en cada habitación, que habían garabateado sus nombres en la pared de cristal del Salón de las Ventanas, encendido humeantes hogueras en los balcones que daban al jardín y dejado sus mugrientas huellas dactilares en los relucientes muros blancos. Casi todos huyeron como nieblas matinales en cuanto las fuerzas de la Corona cruzaron la entrada. Pero algunos permanecieron en el lugar y contemplaron hoscamente a Hissune, como si fuera un invasor de otro planeta.
—¿Echo fuera a la chusma que queda, mi señor? —preguntó Stimion.
Hissune asintió.
—Pero antes ofréceles algo de comer y beber y diles que la Corona lamenta tener que establecerse en su vivienda. Y pregúntales si saben algo de lady Inyanna, en tiempos propietaria de esta casa.
Con aire sombrío recorrió habitación tras habitación y comparó lo que contemplaba con la radiante visión que le había producido el registro de recuerdos de Inyanna Forlana. El cambio era desconsolador. No había un solo lugar de la mansión que no estuviera ensuciado, manchado, descolorido, desdorado o saqueado. Un ejército de artesanos tardaría años en devolverle su antiguo aspecto, pensó Hissune.
El estado de Vista de Nissimorn era idéntico al de Ni-moya entera. Hissune, mientras erraba desconsolado por el Salón de las Ventanas con sus panorámicas de todas las zonas de la ciudad, contempló una escena de terrorífica ruina. Se trataba de la ciudad de Zimroel que había sido más próspera y resplandeciente, igual que cualquiera de las urbes del Monte del Castillo. Las torres blancas que en tiempos habían albergado a treinta millones de personas estaban ennegrecidas a causa del fuego de decenas de hogueras. El Palacio Ducal era un muñón destrozado en lo alto de su magnífico pedestal. La Galería Telaraña, una extensión enorme de tejido suspendido donde habían estado ubicadas las tiendas elegantes de la ciudad, se encontraba separada de sus amarres por un lado y yacía abandonada como una capa inservible en la avenida inferior. Las cúpulas de cristal del Museo Universal estaban destrozadas e Hissune no quiso ni pensar qué habría ocurrido con los tesoros que contenían. Los reflectores giratorios del Bulevar de Cristal estaban apagados. Miró hacia los muelles y vio lo que debían haber sido los restaurantes flotantes, en los que era posible comer los platos más exquisitos de Narabal, Steel, Pidruid y otras ciudades lejanas: todos estaban al revés, con la base vuelta hacia arriba en el agua.