Se sintió embaucado. Tanto soñar con ver Ni-moya y verla por fin en ese estado, quizá sin reparación posible…
¿Cómo habrá ocurrido todo esto?, se preguntó. ¿Por qué la gente de Ni-moya, hambrienta, aterrorizada y loca, había atacado a su propia ciudad? ¿Y estaría igual el corazón de Zimroel, la belleza que había costado milenios crear echada a perder en el paroxismo de una destrucción irracional? Hemos pagado un precio elevado, concluyó Hissune, por los siglos de satisfacción vanidosa.
Stimion se presentó para informarle de las noticias que sobre lady Inyanna había sonsacado a uno de los ocupantes ilegales: había huido de Ni-moya hacía más de un año, explicó, cuando uno de los falsos monarcas le había exigido la mansión para utilizarla como palacio. Adonde había ido, si estaba viva o muerta… nadie sabía nada. El duque de Ni-moya y su familia habían huido igualmente, incluso antes que lady Inyanna, y gran parte de la nobleza.
—¿Y esa falsa Corona? —inquirió Hissune.
—Ha escapado también, mi señor. Todos ellos, ya que había más de uno, y al final eran diez o doce y se peleaban entre ellos. Pero echaron a correr como bilantunes asustados cuando el Pontífice Valentine llegó a la ciudad el mes pasado. Sólo hay una Corona actualmente en Ni-moya, mi señor, y su nombre es Hissune.
Hissune esbozó una sonrisa.
—Y éste debe ser mi gran desfile, ¿no? ¿Dónde están los músicos, dónde las manifestaciones? ¿Por qué tanta suciedad y destrucción? No se parece en nada a lo que pensé iba a ser mi primera visita a Ni-moya, Stimion.
—Regresaréis en tiempos más felices, mi señor, y todo será como antes.
—¿Eso crees? ¿Lo crees realmente? ¡Ah, ruego que tengas razón, amigo mío!
Llegó Alsimir.
—Mi señor, el alcalde del lugar envía sus respetos y solicita visitaros esta tarde.
—Dile que venga por la noche. En estos momentos hay tareas más urgentes que reunirse con los alcaldes locales.
—Así se lo comunicaré, mi señor. Creo que el alcalde se siente alarmado, mi señor, por el volumen del ejército que intentáis acuartelar aquí. Se ha referido a la dificultad de suministrar provisiones y hay algunos problemas sanitarios que…
—Suministrará las provisiones exigidas, Alsimir, o nos haremos con los servicios de un alcalde más capacitado —dijo Hissune—. Dile eso también. Y también podrías decirle que mi señor Divvis llegará pronto con un ejército casi tan numeroso como éste, o tal vez mayor, y que después vendrá mi señor Tunigorn y que por lo tanto puede considerar sus esfuerzos actuales como un ensayo de las responsabilidades reales que pronto tendrá que afrontar. Pero hazle saber igualmente que las exigencias alimenticias de Ni-moya disminuirán en parte cuando yo salga de aquí, ya que me llevaré varios millones de ciudadanos como parte del ejército de ocupación que irá a Piurifayne. Y pregúntale qué métodos sugiere para elegir voluntarios. Si se opone a alguna medida, Alsimir, comunícale que no hemos venido aquí para fastidiarlo sino para salvar su provincia del caos, aunque nos gustaría mucho más hacer deporte en el Monte del Castillo. Si piensas que su actitud es incorrecta después de decirle todo esto, encadénalo y averigua si algún concejal importante desea mostrarse más cooperativo. Si no hay ninguno, encuéntralo. —Hissune hizo una mueca—. Dejemos al alcalde de Ni-moya. ¿Hay alguna noticia de mi señor Divvis?
—Muchas, mi señor. Ha partido de Piliplok y nos sigue por el Zimr con la máxima rapidez posible, organizando su ejército al mismo tiempo. Tenemos mensajes suyos llegados de Puerto Saikforge, Stenwamp, Orgeliuse, Impemonde y Valle de Obliorn, y lo último que sabemos es que se aproxima a Larnimisculus.
—Que si no recuerdo mal se halla a varios miles de kilómetros al este de Ni-moya, ¿no es cierto? —dijo Hissune—. De modo que no es simplemente un rato lo que tendremos que esperarle. Bien, llegará cuando llegue y es imposible acelerar su marcha, y tampoco me parece sensato salir hacia Piurifayne hasta que nos reunamos. —Sonrió pesarosamente—. Nuestra tarea sería tres veces más fácil, creo, si este planeta fuera la mitad de grande que ahora. Alsimir, envía nuestras salutaciones cordiales para Divvis a Larnimisculus y tal vez a Belka, Clarischanz y alguna otra ciudad de la ruta y hazle saber mis deseos de volver a verlo pronto.
—¿Lo deseáis, mi señor? —preguntó Alsimir. Hissune lo miró con fijeza.
—Lo deseo —dijo—. ¡Con toda sinceridad, Alsimir!
Eligió como despacho el gran estudio de la tercera planta del edificio. Tiempo atrás, cuando la mansión era el hogar de Calain, hermano del duque de Ni-moya —Hissune lo sabía por los recuerdos sobre el lugar que había hecho suyos— la enorme sala había albergado la biblioteca de libros antiguos encuadernados con pieles de animales poco comunes. Pero los libros habían desaparecido. El estudio era un espacio vacío con un simple escritorio rayado en el centro. Extendió allí sus mapas y consideró la empresa que le aguardaba.
A Hissune no le gustó quedarse en la Isla del Sueño cuando Valentine partió hacia Piliplok. Su intención era encargarse él mismo de la pacificación de Piliplok, por la fuerza de las armas. Pero Valentine tenía ideas distintas y su criterio prevaleció. Hissune podía ser la Corona, sí, más en el momento de aquella decisión comprendió que su situación iba a ser anómala durante algún tiempo, puesto que tendría que enfrentarse a la existencia de un Pontífice vigoroso, activo y muy notorio que no tenía intención alguna de retirarse al Laberinto. Los estudios políticos de la joven Corona no incluían precedentes de esa situación. Incluso los monarcas más fuertes y ambiciosos, como lord Confalume, lord Prestimion, lord Dekkeret o lord Kinniken, habían renunciado a su cargo y marchado a su morada subterránea cuando les llegó la hora de abandonar el Castillo.
Pero no había precedentes, admitió Hissune, de nada de lo que estaba ocurriendo en esos momentos. Y no podía negar que el viaje de Valentine a Piliplok, que a él le había parecido la necedad más alocada posible, había sido en realidad una brillante maniobra estratégica.
Difícil imaginarlo: ¡la ciudad rebelde arrió sumisamente sus banderas y se sometió al Pontífice sin un solo lamento, precisamente tal como Valentine preveía! ¿Qué magia poseía, se preguntó Hissune, para poder asestar un golpe tan osado con tanta seguridad en sí mismo? Aunque Valentine había recobrado el trono tras la guerra de restauración usando tácticas muy similares, ¿o no era así? Su bondad y su amabilidad ocultaban un temperamento notablemente fuerte y resuelto. Y no obstante, pensó Hissune, no se trataba de una capa convenientemente colocada, esa gentileza de Valentine: era la naturaleza básica de su carácter, la parte más profunda y auténtica. Un ser extraordinario, un gran rey de curiosos métodos…
Y en ese momento el Pontífice avanzaba hacia el oeste por el Zimr acompañado por su reducido séquito, recorría todas las zonas afectadas y negociaba apaciblemente la vuelta a la cordura. De Piliplok había ido a Ni-moya, ciudad a la que llegó varias semanas antes que Hissune. Los falsos monarcas huyeron mientras se aproximaba, vándalos y bandidos pusieron fin a los saqueos. Y los asombrados y empobrecidos ciudadanos de la gran urbe salieron a millones, según los informes, deseosos de aclamar a su nuevo Pontífice como si éste, con un solo gesto de su mano, fuera capaz de llevar al mundo a su estado anterior. Detalle que facilitó las cosas a Hissune, al presentarse después que Valentine. En lugar de tener que perder tiempo y recursos en la pacificación de Ni-moya, al llegar a la ciudad la encontró tranquila y con deseos razonables de cooperar en las tareas precisas.