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—Has hecho bien en despertarme. ¿Se ha tomado ya alguna medida?

—Unos quinientos arqueros se dirigen hacia los tejados, mi señor. Y estamos preparando los lanzaenergía de largo alcance con la máxima rapidez posible.

—No basta. Ni mucho menos. Lo que hemos de evitar es que cunda el pánico en la ciudad… veinte millones de civiles asustados corriendo y tropezando unos con otros camino de la muerte. Es vital demostrarles que dominamos la situación, inmediatamente. Sitúa cinco mil arqueros en los tejados. Diez mil, si los tenemos. Quiero que todo el que sepa manejar un arco tome parte en esto… en toda la ciudad, bien visibles, impartiendo confianza.

—Sí, mi señor.

—Y que se dé la orden general de que todos los ciudadanos deben permanecer bajo techo hasta nuevo aviso. Nadie debe salir a la calle, nadie, por muy urgentes que sean sus obligaciones, mientras esas aves nos sigan amenazando. Otra cosa. Que Stimion haga saber a Divvis que tenemos problemas y que se mantenga alerta si piensa entrar en Ni-moya esta mañana. Y quiero que mandes buscar al anciano encargado del parque de animales exóticos de las colinas, el que vimos la semana pasada… Ghitain, Khitain o algo parecido. Explícale cuál es la situación, si es que no se ha enterado, tráelo bien protegido y que alguien recoja varias aves muertas y las traiga aquí para que él las examine.

Hissune volvió la cabeza hacia la ventana otra vez, con gesto colérico. El cadáver del niño estaba totalmente tapado por las bestias, nueve o diez de ellas que se movían vorazmente junto al cuerpo. Los libros escolares estaban esparcidos patéticamente alrededor.

—¡Cambiaspectos! —exclamó con voz amarga—. ¡Envían monstruos para hacer la guerra a los niños! ¡Ah, pero les haremos pagar con creces por esto, Alsimir! Haremos que estas aves se coman a Faraataa, ¿qué te parece? Vete ahora mismo, hay mucho que hacer!

Llegaron más informes detallados en sucesión interminable mientras Hissune desayunaba apresuradamente. Más de cien muertos a causa del ataque aéreo y el número crecía con rapidez. Y como mínimo otras dos bandadas de monstruos habían llegado a la urbe, con un total aproximado de mil quinientas aves hasta el momento, por lo que se había podido calcular.

Pero el contraataque desde los tejados estaba dando fruto: las aves, debido a su gran tamaño, volaban de forma lenta y torpe y constituían blancos bien visibles para los arqueros… y no mostraban tener miedo alguno a éstos. En consecuencia era relativamente fácil alcanzarlas, y eliminarlas parecía simplemente cuestión de tiempo, aunque nuevas hordas salidas de Piurifayne estuvieran en camino. Las calles de la ciudad quedaron sin ciudadanos, ya que la noticia del ataque y la orden de la Corona de que nadie saliera acabó extendiéndose hasta los barrios más alejados. Finalmente las aves sobrevolaron hoscamente la silenciosa y desierta Ni-moya.

A media mañana se supo que Yarmuz, el cuidador del Parque de Animales Fabulosos, había sido llevado a Vista de Nissimorn y se hallaba muy atareado en el patio, diseccionando a una de las aves muertas. Hissune lo había conocido varios días antes, ya que Ni-moya estaba infestada de toda clase de criaturas, los animales raros y mortíferos creados por los rebeldes metamorfos, y el zoólogo podía ofrecer valiosos consejos para hacerles frente. Tras bajar las escaleras, Hissune encontró a Khitain, un hombre entrado en años, de ojos sombríos y pecho hundido, agachado sobre los restos de un ave tan enorme que la Corona, al principio, creyó estar contemplando varios animales extendidos en el cemento.

—¿Alguna vez había visto un animal como éste? —preguntó Hissune.

Khitain alzó la cabeza. Estaba pálido, tenso, tembloroso.

—Nunca, mi señor. Es una criatura de pesadilla.

—Una pesadilla metamorfa, ¿eso opina?

—Sin duda, mi señor. Evidentemente no se trata de un ave natural.

—¿Pretende decir que es una criatura sintética? Khitain sacudió la cabeza.

—No por completo, mi señor. Creo que han creado estos animales mediante manipulación genética de formas de vida ya existentes. La forma básica es la de la milufta, al menos eso está claro… ¿Sabéis algo de la milufta? Es el ave carroñera de mayor tamaño de Zimroel. Pero los metamorfos la han hecho mayor todavía y la han transformado en un ave de rapiña, han convertido en animal rapaz a un carroñero. Estas glándulas de veneno, en la base de las garras… Ningún animal de Majipur las tiene, aunque en Piurifayne existe un reptil llamado ammazoar que está armado de idéntico modo y al parecer ha servido de modelo para estas aves.

—¿Y las alas? —dijo Hissune—. Parecen apropiadas de los dragones marinos.

—Son de modelo similar. Es decir, no son típicas alas de ave sino más bien membranas digitales extendidas, las que tienen ciertos mamíferos: los jimos, por ejemplo, los murciélagos, los dragones marinos. Estos últimos, mi señor, son mamíferos, ¿sabéis?

—Sí, lo sé —repuso secamente Hissune—. Pero los dragones no usan las alas para volar. ¿Con qué propósito, diría usted, ponen alas de dragón a un ave?

Khitain se encogió de hombros.

—Con ningún propósito aerodinámico, por lo que deduzco. Pueden haberlo hecho simplemente para que los animales tengan una apariencia más aterrorizadora. Cuando se crea una forma de vida con la idea de emplearla como instrumento bélico…

—Sí. Sí. Por tanto usted opina sin asomo de duda que estas aves son otra arma más de los metamorfos.

—Sin asomo de duda, mi señor. Como he explicado, no es una forma de vida natural de Majipur, no se parece a ninguna existente en estado salvaje. Una criatura tan voluminosa y peligrosa no ha podido pasar catorce mil años sin ser descubierta.

—En consecuencia se trata de otro crimen que debemos agregar a la lista. ¿Quién podía imaginar, Khitain, que los cambiaspectos eran científicos de tanto ingenio?

—Se trata de una raza muy antigua, mi señor. Pueden tener muchos secretos de esta índole.

—Esperemos —dijo Hissune mientras se estremecía— que no tengan preparadas cosas más desagradables contra nosotros.

Pero a primeras horas de la tarde el ataque había finalizado prácticamente. Cientos de aves habían sido abatidas: los cuerpos de todas las que podían recogerse fueron depositados en la plaza situada junto a la entrada principal del Gran Bazar, donde formaron un enorme montículo que despedía un hedor horrible. Y las supervivientes, tras comprender por fin que en Ni-moya no les aguardaba nada mejor que flechas, huyeron hacia las montañas del norte y tan sólo grupos dispersos permanecieron en la ciudad. Cinco arqueros perecieron en la defensa de Ni-moya, noticia que Hissune acogió con desánimo: todos habían sido atacados por detrás mientras escrutaban el cielo en busca de aves. Un coste elevado, pensó la Corona. Pero sabía que el sacrificio había sido preciso. No podía permitirse que la mayor urbe de Majipur fuera rehén de una bandada de bestias voladoras.

Durante una hora o quizá más Hissune recorrió la ciudad en flotador para asegurarse de que era prudente anular las restricciones que impedían salir a la calle. Después regresó a Vista de Nissimorn, a tiempo para enterarse por boca de Stimion que las fuerzas comandadas por Divvis estaban llegando a los muelles de Vista de la Ribera.