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Debra lleva el cabello largo, es marrón oscuro y está atado en una trenza que le llega a la cintura. Usa pintalabios rojo brillante y cuando los entrecierra, los ojos adoptan forma de media luna; son también marrones, y observan alrededor para comprender cuál es nuestro trabajo. Se quita la gabardina de charol negro. Debajo lleva unos pantalones azul turquesa estilo sari, metidos dentro de unas botas Wellington de charol amarillo y, encima, una falda de patinaje en seda rosa. En la parte superior lleva una chaqueta de banda musical con rayas amarillas y blancas que parece robada del cadáver del Sergeant Pepper. Resulta difícil decir cuántos años tiene, podría tener treinta, pero su presencia y autoridad son las de una mujer de cincuenta.

– ¿Has reparado el zapato? -pregunta a Megan.

– No -interviene la abuela-. ¿Y usted quién es? -La abuela se vuelve hacia la mujer que está junto a Debra.

– Soy Julie Durk, la productora.

Julie tiene más de treinta, la piel pálida y los ojos azules. A diferencia de Debra, ella viste como yo, lleva unos téjanos descoloridos, un jersey de cuello alto negro y botas negras de piel de cabritilla. También lleva una chaqueta de béisbol en la que, donde debería ir el nombre del equipo, se lee «Lucia, Lucia» con letras rojas.

– ¿Dónde estamos? -dice Debra, mientras inspecciona el taller. Luego, más enfadada que curiosa, observa a Megan. Antes de que Megan pueda hablar, la abuela interrumpe.

– En la compañía de zapatos Angelini -dice la abuela-, hacemos zapatos a medida para bodas.

– Nunca había oído de vosotras -dice Debra, dando vueltas alrededor de la mesa de cortar para mirar el patrón en el que June está trabajando-. ¿Conocéis a Barbara Schaum?

– ¿La especialista en sandalias del East Village? Es estupenda -dice la abuela-, comenzó su carrera a principios de los años sesenta.

– Esta tienda ha estado aquí desde 1903 -digo con la esperanza de que esta mujer se entere de que debe tratar con respeto a mi abuela.

– No quedan muchas como vosotras -dice Debra. Luego se mueve al otro lado del taller para estudiar el zapato en el que he estado trabajando-. ¿Qué habéis dicho que hacéis?

– Hacemos zapatos de boda -digo. Ahora estoy irritada.

– La señora McGuire tiene muchas cosas en la cabeza -dice Megan, pidiendo disculpas por su jefa.

– Por favor -dice Debra, agitando con desdén la mano hacia Megan-. Bueno, ¿por qué no podéis reparar mi zapato?

– No se puede arreglar -le digo.

– Entonces tenemos que filmar de nuevo -dice Julie, mordiéndose el labio.

– Es una película de moda -suelta Debra-, debemos hacerlo bien.

– ¿Quién hizo este zapato? -La abuela sostiene el ejemplar roto.

– Fourgeray, es francés.

– Si habláis con él, decidle que es mejor usar titanio en el tacón.

– Está muerto, pero se lo diré a su agente -dice Debra con sarcasmo.

– Jovencita, estoy ocupada. No necesito esa actitud -continúa la abuela, imperturbable-. El zapatero pegó la base. -Levanta el tacón-. Este trabajo es de baja calidad.

– Pues fueron muy caros -se queja Julie. Sus palabras suenan a disculpa, pero no estoy segura de si las dirige a la abuela o a Debra.

– Estoy segura de que lo fueron, pero están hechos con descuido, no importa cuánto hayan costado -dice la abuela, arqueando las cejas-. Veamos, ¿qué parte del zapato se ve en la escena?

– El zapato es la escena, hay un primer plano y un travelling -dice Debra, apoyando las manos sobre la mesa de cortar e inclinando la cabeza para pensar.

– Quizá… -empieza a decir Julie.

Debra la detiene.

– Si ellas no pueden repararlo, no pueden repararlo. Tendremos que filmar la escena de nuevo con otro zapato.

– ¿Quieren ver nuestra colección? -le pregunta la abuela. Debra no responde-. No somos francesas, pero sí expertas.

– Vale, vale, veamos qué tenéis -dice Debra. Se sienta en un taburete de trabajo y lo acerca a la mesa-. Me habéis arrastrado hasta aquí. -Mira a Megan, y coloca las manos sobre el papel para hacer patrones-. Muy bien, impresionadme -dice mientras nos mira.

– Este lugar es una tierra maravillosa llena de posibilidades -dice Megan, mirando a la abuela y a mí con esperanza.

– Es una tienda de zapatos hechos a medida -la corrige la abuela -. Valentine, trae por favor las muestras.

– ¿Qué buscas exactamente? -le pregunta June a Debra.

– Es un momento Cenicienta -explica Debra, poniéndose de pie e interpretando la escena-. La novia sale de la iglesia y un zapato se le cae.

– Eso significa mala suerte -dice la abuela.

– ¿Cómo lo sabe? -pregunta Debra.

– Es un viejo cuento de novias italianas, ¿la película es sobre una italiana?

– Sí, la hija de un tendero del Village.

– Megan dijo que transcurre en los años cincuenta -dice la abuela, dirigiéndose a Megan, que sonríe agradecida por la inclusión en la conversación profesional-. Uno de nuestros modelos fue diseñado por mi esposo en 1950.

– Me encantaría verlo -dice Debra, sonriendo con entusiasmo fingido.

Distribuyo las cajas que saco del armario de muestras sobre la mesa de trabajo. La abuela limpia las cajas con un paño de franela suave antes de abrirlas. Es una costumbre, ya que trabajamos con pedazos de tela blanca que se pueden manchar y arañar con el contacto.

– Ofrecemos seis estilos diferentes de zapatos de boda. Mi suegro dio a sus diseños los nombres de sus personajes favoritos de la ópera. El zapato Lola, inspirado en Cavalleria Rusticana, es, con mucho, el más popular -comienza la abuela-. Es una sandalia con un tacón hecho de varias capas de cuero. A menudo decoramos las correas con pequeños dijes y adornos. Normalmente se fabrica con piel de becerro, pero yo la he hecho con satén de doble capa.

Debra mira el zapato.

– Es precioso -lo pone sobre la mesa-, pero demasiado ligero y liviano. Yo necesito consistencia.

La abuela abre la siguiente caja.

– Éste es el zapato Inés, por Il Trovatore.

Debra inspecciona el escarpín clásico con tacón estilo sabrina y dice:

– Estamos más cerca, pero no del todo.

– El zapato Mimí, por La Bohème , es un botín que casi siempre nos piden en satén quebrado o en terciopelo estampado. Yo pongo delicados ojales y cordones de cinta de seda. -La abuela coloca el botín sobre la mesa.

– Estupendo -dice Julie-, pero un botín nunca se saldría.

– El Gilda, por Rigoletto, es una chinela bordada, lleva tacones de aguja, aunque a menudo lo fabricamos con tacones bajos.

– Éste es mi favorito -dice Julie, elevando la voz.

– El Osmina, por la ópera Suor Angélica, es un zapato tipo merceditas con botones. La novia puede elegir entre una o dos correas, o una correa en T.

Debra mira el zapato con los ojos entrecerrados.

– No -concluye.

– El Flora, sacado de La Traviata , es prácticamente nuevo, lo diseñé en 1989. -La abuela les enseña unas bailarinas con cintas que se entrecruzan por encima del tobillo y suben hasta media pantorrilla-. Me cansé de enviar a las novias a Gapezio, así que decidí hacer una pieza para ese mercado. Realmente era el único diseño que nos faltaba en la colección original.

– Si me casara otra vez, me pondría éstos en un santiamén -dice Debra mientras señala los Flora-, pero no se trata de lo que yo quiero, sino de nuestro personaje. -Debra coge el Gilda-. Creo que es éste. Es impresionante. Además, un zueco sí se puede caer.

– Ese es el que mi esposo diseñó en 1950, así que tenéis precisión histórica.

– Y usted, señora Angelini, es el secreto mejor guardado en el mundo de los zapatos -dice Debra, sonriendo por primera vez. No sé si de alivio o por los zapatos, pero está satisfecha.