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– ¿En Dios?

– No. En papá. Él no nos defraudará.

Nuestra familia, como todas las familias italoamericanas que conozco, celebra muchas fiestas de excusa: los cumpleaños y los aniversarios que terminan en cero o en cinco. Incluso tenemos nombres especiales para ellas. A un aniversario de veinticinco años se le llama bodas de plata, un cumpleaños de treinta años es la festa, un aniversario de cincuenta años se conoce como bodas de oro y cualquier celebración de setenta años es un milagro. Así que imaginad lo emocionados que estamos por brindar por la abuela, que tiene buena salud, una vitalidad excelente y una condición física inmejorable (excepto por esas rodillas), y que aún conserva «todas sus luces», como ella misma dice, en este festejo de su octogésimo cumpleaños.

Puesto que toda mi familia cercana asistirá, pensé que sería un momento ideal para presentarles a Roman. Sé que estoy corriendo un riesgo, pero he aprendido que, cuando se trata de mi familia, es mejor presentar al nuevo novio en un lugar público abarrotado, porque hay menos posibilidades de que alguien meta la pata, cometa un lapsus o decida mostrar el álbum familiar que contiene mis fotos con el trasero desnudo y alas de querubín el día que cumplí cuatro años.

Le ofrecimos a la abuela la gran fiesta estándar del salón de los Caballeros de Colón en Forest Hills, con un DJ, el techo lleno de globos de color plata, el vía crucis ilustrado en las paredes cubiertas de tiras de papel crepé y una tarta de merengue a su gusto y con la edad escrita encima. Pero prefirió una noche chic de cena y baile en el café Carlyle. Ya había visto más que suficiente a la familia completa en la boda de Jaclyn. Además, la mejor cantante de todos los tiempos, según la abuela, Keely Smith, la gran intérprete y comediante, es la estrella del Carlyle. Cuando mi amigo Gabriel, el maître, nos dijo que ella actuaba, reservamos una mesa.

Keely Smith y su música tienen un sitio especial en la vida de la abuela. Cuando mis abuelos eran jóvenes, solían viajar para ver cantar a Keely con Louis Prima, entonces su esposo, acompañados por Sam Butera y The Witnesses. La actuación era un cabaret moderno, una alternativa a la orquesta de la época de las grandes bandas. La abuela asegura que ellos personificaban la última moda.

Los italoamericanos reverenciamos tanto a Louis Prima que nos casan y nos entierran con su música. Jaclyn, Tess y Alfred bailaron la versión de Oh, Mane de Louis en sus bodas y enterramos al abuelo con la versión de Keely de I Wish Tou Love. Prima es el número uno tanto para los Roncalli como para los Angelini.

Reviso el estado de mi pintalabios en el taxi de camino al café Carlyle, el diamante Krupp de los cabarets. Cuando una chica del Village cruza la calle Catorce y se dirige hacia el norte, más le vale tener la elegancia del Upper East Side. También quiero estar bien para Roman, que no me ha visto vestida de etiqueta desde nuestra primera cita. ¿Cómo puedo verme glamurosa cuando llego corriendo a la cocina de su restaurante para ayudarle a hacer pasta a mano o a abrir almejas para la sopa? Esta noche tendrá la mejor versión de su novia.

Llevó un vestido azul medianoche con botones delante y un cinturón ancho con adornos que pertenecía a mi madre. Le eché el ojo hace años, y este verano tuve la suerte de que hiciera limpieza en su armario. Hay una fotografía de mamá con este traje, me lleva en brazos el día de mi bautizo, el otoño de 1975. Tiene el largo cabello recogido con una cinta, atada de forma que le abastece de escalonados rizos hasta la cintura. Era una especie de Ann-Margret católica, con un pie en la sacristía y el otro en el Strip de las Vegas.

El vestido me queda más corto a mí, así que lo llevo con pantalones. Mi madre lo usaba como vestido, sólo con medias L'Eggs, esto lo sé porque solíamos coleccionar los huevos de plástico que venían con sus medias y jugar a la granja.

Tess, Jaclyn y yo aceptamos con gusto la ropa de segunda mano de mamá, porque sabemos cuánto la valoró la primera vez. Tess se quedó con varias chaquetas ceñidas de St. John, de los años ochenta, adecuadas para las reuniones de la asociación de padres de familia. Yo opté por los abrigos y los vestidos que se había mandado hacer para las ocasiones especiales. Jaclyn, con sus diminutos pies, heredó la colección de sandalias de plataforma Candy, en todas las variantes de piel de pitón falsa, que se vendían durante la presidencia de Cárter. Sí, existe la piel de serpiente color mandarina. Mi madre opina que uno sabe que ha tenido experiencias en la vida cuando posee cualquier variación posible de tacón en su colección de zapatos. Ella todavía conserva las sandalias Famolare Get There con la suela ondulada. Mi madre nunca necesitó las drogas psicodélicas de su época, tan sólo se ponía esas sandalias y se balanceaba.

Cuando el taxi sale de Madison para entrar en la calle Sesenta y Seis veo a Gabriel frente a la entrada del hotel hablando por teléfono. Pago al conductor y bajo del coche. Gabriel cierra el móvil.

– Tenéis la mejor mesa -dice él.

– Estupendo, ¿ya ha llegado la abuela?

– Sí, ya está aquí. Va por su segundo whisky con soda. Espero que el espectáculo comience pronto, si no habrá otro espectáculo y no el que pagamos por ver.

– ¿La abuela está achispada?

– June está peor, la mujer no lo puede evitar. Evidentemente, sus piernas están hechas de esponja. Y tu tía Feen parece colocada, ¿qué le pasa? ¿Toma algún medicamento, algún ansiolítico? Hazme un favor, revisa su botiquín.

Gabriel me indica que lo siga hacia el interior.

– ¿Roman está en camino? Odio a la gente que llega tarde.

– Sí.

– ¿Ya os habéis acostado?

– No -digo, y me aprieto el cinturón con fuerza. Está noche quizá sea la noche, pero no tengo por qué decírselo a Gabriel.

– Me aburres. Pero ¿a qué estáis esperando?

– Quiero pasar más tiempo con él antes de llevarlo a mi Magical Mistery Tour. Nuestra relación avanza maravillosamente, gracias.

– ¿Quién dijo algo sobre la relación? Estoy hablando de sexo.

– Sabes que para mí son como la leche y el café.

– Adelante, mantén altos tus estándares y disfrútalos sola. Sígueme, cariño.

Atravesamos el vestíbulo del hotel Carlyle. Los espejos art decó evocan una época sofisticada, un período de coches descapotables, bares clandestinos, ginebra y guantes de satén que llegaban hasta los codos. Las lámparas de araña deslumbran como si fueran pitilleras abiertas, fulgores de plata y oro que resplandecen en lo alto. Cada uno de los detalles reluce: los pomos dorados, las bisagras, incluso los clientes brillan. Los suelos de mármol pulido parecen láminas de hielo: mármol plateado en el centro y escuetos bordes de granito negro alrededor.

Gabriel me conduce por el bar, donde los apliques de cristal esmerilado proyectan luces bajas sobre las paredes de color champiñón. El fondo neutro resalta las elegantes sillas William Haines, tapizadas con terciopelo melocotón y agrupadas alrededor de mesas de mármol.

Entramos en el restaurante a través de puertas de cristal grabado. El salón semeja un lujoso neceser de cuero forrado con bouclé color verde salvia y rosa pálido. Una serie de pinturas murales, elaboradas por Marcel Vertes, muestra a hermosas mujeres que vuelan, bailan y saltan por el aire y despliega un carrusel de color: tonos de color fresa, beige, azul mar, magenta y verde césped llenan el salón de un verano sin fin. El techo, pintado de azul oscuro, pende de las alturas como si fuera el cielo nocturno. Los reservados con forro de cuero están estampados con un diseño neutro de pequeños círculos, etéreas burbujas que parecen inspiradas en Gustav Klimt. Frente al escenario hay unas mesas pequeñas, forradas con crujiente lino de color azul oscuro. La abuela y June conversan hombro con hombro en nuestra mesa, una larga mesa de banquete para la familia. La tía Feen escudriña la mezcla de distintos frutos secos que hay en una fuente de plata, mientras que June hace girar la cereza que hay en el fondo de su cóctel como si fuera la pelota de un pinball, a medida que los miembros del grupo entran y toman asiento en el escenario. Un brillante Steinway negro de media cola llena el pequeño escenario. Un micrófono y su pie descansan en la curva del piano. Keely estará exactamente a un metro de nuestra mesa.