– Estará con sus amigos del salvaje Village comiendo sucedáneo vegetariano de pavo y algas ahumadas -dice la abuela, encogiéndose de hombros-. Ya conocéis a esa gente del espectáculo.
Presiono el botón del telefonillo.
– ¿Quién es?
– Roman.
– Sube -le digo con alegría a través del aparato, luego miro a mis hermanas-. Os pido que os comportéis.
Tess bate las palmas y grita:
– ¡Tu novio! ¡Por fin le conoceremos!
– ¡Me pregunto cómo será! -trina Jaclyn.
– Chicas, no presionéis a Valentine.
Consciente del poder de la primera impresión, mi madre revisa el estado de su pintalabios en el metal de la tostadora, luego corrige la postura, lanza hacia atrás los hombros, estira el cuello y ladea los labios para mostrar el hoyuelo de la mejilla izquierda. Ahora está lista para conocer a mi novio.
Roman entra en la cocina con una enorme bandeja para hornear cubierta con papel de aluminio y plástico adherente. Lleva un abrigo negro de cachemir, hecho a la medida, que nunca le había visto antes.
– Pensé que faltaría el postre, tarta de frutas. Feliz Navidad.
– Feliz Navidad -digo, y le doy un beso.
Cojo la bandeja de manos de Roman y la pongo sobre la encimera. Él se desabotona el abrigo y me lo da.
– Estás preciosa -me susurra al oído.
– Preséntanos, Valentine -dice mi madre mientras mira de arriba a abajo a Roman, como si estuviera estudiando la estatua del David, incluso se pone de puntillas para observarlo mejor.
– Ciao, Teodora -dice Roman, y besa las dos mejillas de la abuela antes de girarse y apretar la mano de mi madre.
– Mi madre, Mike.
– Feliz Navidad, señora Roncalli -dice él con calidez.
Mi madre le ofrece las mejillas, Roman identifica el gesto y también hace la acción europea del beso doble.
– Por favor, llámame mamá, quiero decir, Mike. Bienvenido a nuestra celebración de Nochebuena.
– Ésta es mi hermana Tess.
– Tienes dos hijas, ¿no? -pregunta Roman mientras Tess extiende el brazo y él le aprieta la mano.
– Sí, claro.
Tess está impresionada de que el desconocido tenga información biográfica sobre ella.
– Y ella es mi hermana menor, Jaclyn.
– ¿La recién casada?
– Sí -dice Jaclyn. Toma la mano de Roman y la aprieta como si estuviera inspeccionando carne cruda en la carnicería de D'Agostino.
– Bueno, Roman, ¿qué has hecho para nosotros? -Mi madre agita las pestañas mientras habla.
– Es una tarta de zarzamora e higo -dice, justo cuando escucho a mi sobrina alzar la voz desde la escalera.
– ¿Quién es ése? -Charisma señala a Roman.
– Charisma, ven a saludar. -Tess mira a Roman-. Perdona, tiene siete años y odia a los chicos. Es el amigo de tía Valentine.
Charisma entrecierra los ojos.
– La tía Valentine no tiene amigos.
– Bueno, hace mucho tiempo que no, pero ahora tiene uno y todos nos alegramos por ella -explica mi madre mientras yo contemplo la posibilidad de saltar de cabeza por la ventana de la cocina.
– Estábamos a punto de sentarnos a cenar -dice mi madre, y hace un gesto de barrido con el brazo señalando hacia la mesa. El lenguaje corporal de mi madre hacia Roman Falconi cambia de la ligera cautela a la completa receptividad-. Debes conocer a mi marido y a los chicos.
– Nuestro hermano Alfred, sus hijos y nuestros esposos -explica Tess mientras pone su brazo alrededor de Jaclyn de una manera que parece decir «estamos unidas, no te metas con nosotras».
– Os olvidáis de Pamela -les recuerdo.
– Y Pamela, mi única nuera. Es tan diminuta que es fácil perderla. -Mi madre agita las manos en el aire y se ríe.
Mi padre y los chicos bajan las escaleras. Mi madre, que ahora tiene pleno control sobre Roman Falconi, le presenta al resto de la familia. Los hijos de Alfred le tienden la mano para saludarle, como dos caballeros en un salón antiguo. Chiara, con el mismo encanto de su hermana mayor, hace gestos a Roman y corre para reunirse con Charisma en la mesa.
La abuela nos hace señas para que la ayudemos en la cocina. Pamela se levanta para venir con nosotras, pero Tess le dice:
– No te preocupes, Pam, ya lo tenemos resuelto.
Pamela se encoge de hombros y vuelve a la mesa.
– Te quejas de que Pamela no ayuda y luego no la dejas -murmura la abuela.
– Si le doy un plato que pese, se colapsará y sus tacones de aguja se hundirán en las tablas del suelo como clavos -dice Tess, poniéndose el molinillo de la pimienta bajo un brazo y cogiendo con el otro la jarra de agua. La abuela, Jaclyn y yo tomamos los últimos platos y nos unimos a la familia, que ya está en la mesa.
Mi padre toma asiento a la cabecera, junta las manos para rezar, se persigna y nosotros hacemos lo mismo.
– Bueno, Dios, éste ha sido un año infernal.
– Papá… -dice Tess con suavidad, mirando a los niños, que encuentran simpática la mención del infierno en una plegaria.
– Sabes lo que quiero decir, Dios mío. Hemos tenido nuestras pruebas y tribulaciones y ahora nos encontramos un nuevo amigo en el viaje… -Papá hace una pausa y mira a Roman.
– Roman -añade mi madre.
– Roman. Damos las gracias por nuestra buena salud, por mi relativa buena salud, porque la abuela haya cumplido ochenta años y por todo lo demás.
Papá va a persignarse.
– ¿Papá? -Él mira a Jaclyn-. Papá…, una cosa más -dice Jaclyn mientras toma de la mano a Tom-. A Tom y a mí nos gustaría que supierais que vamos a tener un bebé.
La mesa estalla en alegría, los niños saltan arriba y abajo, la abuela se limpia una lágrima, mi madre se cruza por encima de la mesa, besa a Jaclyn y luego a Tom. Mi padre levanta las manos. Roman me coge la mano y me pone el brazo en la espalda. Lo miro, sonríe, esto significa mucho para mí.
– Mi hija pequeña tendrá un bebé. Ésa es la prueba concluyente de que Dios todavía no ha hundido nuestro barco. -Papá se lleva una mano a la frente-. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
– ¡Amén! -gritamos. Y los hijos menos religiosos de mi madre son los que gritamos más alto. Me hace mucha ilusión la noticia de Jaclyn y Tom, también estoy contenta de que la primera Navidad con Roman haya empezado tan bien.
Nos apretujamos en la terraza con los abrigos, los sombreros y los guantes puestos para el «asado navideño anual de nubes». Mi madre va de un lado a otro con una botella de vino Poetry y una pila de vasos de plástico con dibujos de mujeres semidesnudas vestidas de elfos. ¿De dónde saca mi madre estos chismes?
Papá y Alfred ensartan las nubes en los pinchos y se los entregan a los niños, que se reúnen alrededor del fuego, sosteniendo las golosinas blancas sobre las llamas. Roman me abraza.
– ¡Ya es la hora de encender las antorchas! -grita mi madre-. El ambiente dentro y fuera, digo yo.
– Tu madre es exactamente como la describiste -me susurra Roman en el oído, luego se suman Charlie y Tom, que acomodan y encienden las antorchas en las esquinas de la terraza.
Mi padre ayuda a Alfred hijo y a Rocco a sostener sus nubes sobre las llamas. Charisma, una pequeña pirómana, deja que sus golosinas se quemen, se abran como bombas y se deshagan sobre el carbón candente. Chiara espera con paciencia, tostando uniformemente cada lado de sus nubes. Mis hermanas están detrás de las niñas, les enseñan una tradición más que se transmite de padres a hijos.
– ¿Bisabuela? -pregunta Charisma-. Cuenta la historia de los tomates de terciopelo.
– La bisabuela ha bebido demasiado vino -dice la abuela mientras se sienta en la tumbona y sube los pies-. Y tomaré un poco más, pedidle a tía Valentine que os la cuente.
– ¡Cuenta la historia! -gritan Charisma, Rocco, Alfred hijo y Chiara saltando arriba y abajo.