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La abuela dice que hagamos algo sencillo, pero que no tengamos temor de los elementos dramáticos. Estos son los territorios en los que un aprendiz se convierte en maestro. Todas estas anotaciones deben bailar en la mente del artista mientras crea; un elemento no puede dominar a los otros, el objetivo es más bien la armonía de todos ellos. Esta armonía crea la belleza.

Miro los pedazos de chifón en el dibujo, lo apoyo contra el candelero que hay sobre la mesa del comedor y voy a la cocina para mirarlo desde ahí. Me recuerda algo. Algo específico. Entonces recuerdo. Subo las escaleras y voy a la habitación de la abuela.

La abuela se casó en 1948 con un vestido de seda diáfana color cáscara de huevo. El cuello era cóncavo; las mangas de organza eran abombadas, sencillas y cortas, con una banda ancha de tela alrededor de cada brazo. La cintura, natural y ajustada, caía en una falda de círculo completo. Tenía detalles en abundancia: a lo largo de cada costura un rico encaje bordado, hecho a mano en Italia. El corpiño, el revestimiento y los bordes de los amplísimos volantes en la bastilla de la falda llevaban encaje de telaraña. Una fotografía de la abuela arrojando el ramo muestra la parte trasera del vestido, tiene unas alas de tul modeladas como un chal, que debían ir a la zaga de la abuela mientras caminaba, como una niebla. Es un conjunto, anterior al new look, típico de la posguerra, femenino y deliberadamente exagerado. La guerra había terminado y, evidentemente, uno de los principales premios era el mar de feminidad que esperaba a los soldados que regresaban a casa. Hoy el diseño parece confuso y casero, como la muñeca de novia de ganchillo que mi madre amaba cuando era una niña. El vestido de la abuela tiene pequeñas perlas en el corpiño, mientras que la muñeca tiene perlas en las pesadas capas de su falda de hilo. La abuela lleva pintalabios rojo encendido y las cejas pintadas con lápiz a la manera de la posguerra, mientras que el rostro de la muñeca es provocador, sin cejas, con los labios rojos y con el hueco entre la nariz y la boca muy marcado. Las dos caras tienen un aspecto de pura satisfacción doméstica. Puedo imaginar incluso a la abuela a la mañana siguiente, con el pintalabios sin brillo, los ojos chispeantes y volteando tortitas con un delantal almidonado de organza con un bolsillo en forma de corazón lleno de volantes. Una alegre esposa, a la mañana siguiente de su feliz noche de bodas, comienza una nueva vida.

Mientras ojeo las fotografías en blanco y negro de la boda de mis abuelos, busco algunas claves. Hay algo que recuerdo de estas fotografías que me ayudará con el diseño, pero no estoy segura de qué es.

Finalmente encuentro una fotografía en la que se ve el calzado de boda de la abuela, cuando ella levanta la bastilla de su vestido ligeramente para mostrar el liguero. La abuela lleva un par de sandalias con plataforma, color crema, elaboradas en cuero. En el empeine, los pliegues del cuero hacen bastas en forma de diamante, acentuadas con pequeños botones de cuero.

Interesante: botones de bota en una sandalia abierta.

El vestido del dibujo, con sus capas de material desgarrado aparentemente distribuidas al azar, necesita un zapato consistente, pero no una bota, que lo estabilice. Las plataformas no están de moda, pero las correas fuertes, las hebillas grandes y los lazos son lo último. De alguna manera tengo que hacer que el ojo se pose en el zapato y no en el vestido. Empiezo a comprender el sentido del reto de Rhedd Lewis. Este vestido está pensado para que no se mire, para poner la vista directamente en el zapato. Y aquí está la epifanía, el rayo de claridad, el momento de la verdad que he estado esperando: hacer que el zapato mande sobre el vestido.

Saco mi libreta y empiezo a dibujar a la abuela. Copio la expresión de su rostro en el álbum de fotos, sus ojos grandes, su cabello en bucles. Luego vuelvo a pintar el vestido del dibujo sobre el cuerpo de la abuela. Trazo una nueva silueta, femenina pero fuerte. La contención moderna ha reemplazado a la ñoñería. Las anchas serpentinas de chifón rasgado ahora parecen refrescantes, no puestas al azar.

Paso las páginas de mi libreta de dibujo. Trazo la forma de un pie, luego la voy vistiendo con anchas correas unidas por una lengua de cuero suave, luego les añado textura, unas con un poco de cuero terso, otras con las estrías de la seda, una combinación de materiales que da una sensación de nuevo siglo. Luego me preocuparé por la forma de hacerlo, ahora mismo trato de tener libertad para que la idea se desarrolle en la página. El vestido muestra la pierna, así que sigo esa línea hasta el tobillo del zapato, creando un enorme lazo alrededor del tobillo, un toque de feminidad que se muestra poderoso, como las cintas en las botas de la poderosa Isis, un personaje de tebeo que adoraba cuando era niña. El tipo de tela me da licencia para crear un zapato que necesita retales, trozos de materiales de lujo, cueros suaves, raros estampados en el cuero, caprichosas trenzas, atrevidos adornos y perlas gigantes en el amarre de las correas.

Dibujo y borro, borro y dibujo y dibujo de nuevo. No tardo en tomar la goma de borrar y dar una forma nueva al tacón. Es demasiado definitivo, necesita ser más arquitectónico, es decir, moderno. Ahora mismo es demasiado parecido al tacón cuadrado de la abuela en 1948, así que le añado unos centímetros al peso del tacón y lo esculpo hasta que deja de ser el centro de atención y armoniza con el resto del zapato. Entonces comienza a sonar mi móvil y respondo.

– ¿Estás conectada? -pregunta Gabriel.

– No, estoy dibujando.

– Bueno, conéctate, sales en el noticiario de WWD.

– ¡Imposible!

Voy por el ordenador portátil. Women's Wear Daily tiene un tablón de anuncios en línea que da cuenta de los cambios en la industria de la moda, las adquisiciones y las ventas.

– Desplázate hacia «Los escaparates de Rhedd Lewis».

Me desplazo y leo:

Rhedd Lewis ha conmocionado a los estetas de la Quinta Avenida anunciando un concurso entre diseñadores de zapatos escogidos cuidadosamente (por ella), que rivalizarán por tener sus colecciones en los escaparates de Navidad. Los incondicionales incluyen a Dior, Ferragamo, Louboutin, Prada, Blahnik y a los norteamericanos Pliner, Weitzman y Spade. Se dijo que Tory Burch también participa. Y que se contempla la posibilidad de que participe la tienda artesanal del Village, zapatos Angelino.

– ¡Lo conseguiste!

– ¿Qué conseguí? Está mal escrito, ¿Angelino?

– Quizá creen que eres latina, eso está bien, lo latino está de moda. Ya sabes, te dirán «ValRo», así como llaman «JLo» a JLo. Ahí tienes, ya estás en el ajo.

– Estamos en el ajo, Gabriel -le digo, defendiendo mi incipiente marca.

– Eh, no decapites al mensajero.

Cuelgo y cierro el ordenador. Descanso la cabeza sobre la mesa. Me gustaba más este asunto cuando no sabía quiénes participaban en el concurso. Todas estas enormes corporaciones multimillonarias disponen de todos los recursos del universo y yo estoy aquí sentada, buscando inspiración con mi pegamento, algunos zapatos viejos y una muñeca de croché. ¿En qué estaría pensando? ¿Cómo podemos ganar? Mi hermano Alfred tiene razón, soy una soñadora, y una no muy capaz.

Cojo un lápiz y vuelvo al trabajo. Si empecé este proceso, lo tengo que terminar. Es raro. Mientras pinto el refuerzo, observo el zapato completo en mi cabeza. ¿Esta imagen me hará perseverar? ¿O se trata tan sólo de un despropósito?