– No hay tomates, abuela.
Ella se ríe y me guía calle arriba para aparcar en el exterior del Spolti Inn, un laberíntico hotel construido con piedra sin labrar. Ayudo a la abuela a bajar del coche y a descargar nuestras maletas. Mis abuelos se quedaban en este hotel cada vez que venían a la Toscana en sus viajes de negocios.
El personal del hotel conoce a la abuela, igual que los vecinos. Me cuenta que algunos incluso recuerdan a sus tíos y tías abuelas. Muchos zapateros artesanos consiguen su cuero en Lucca, pero la abuela insiste en Arezzo, donde nuestra familia ha utilizado el mismo curtidor desde hace cien años.
Mientras subimos los escalones de piedra de la entrada del hotel, la abuela me suelta el brazo, mete el estómago y endereza la espalda. Se agarra de la barandilla. Con su cabello castaño, falda gitana, blusa blanca de algodón y sandalias, podría ser veinte años más joven. Sólo cuando sus rodillas le causan problemas se le nota la edad.
Pasamos por un pequeño corredor abierto, revestido con una mezcla ecléctica de macetas de mármol que rebosan edelweiss, margaritas y campánulas azules.
–
– ¡Signora Guarasci!
Las viejas amigas se saludan con un cálido abrazo. Echo un vistazo al vestíbulo. La recepción es una larga encimera de caoba. En la pared detrás de ella hay una caja acanalada de madera con compartimentos que guarda las llaves de las habitaciones. Podría ser el año 1900 si no fuera por el ordenador que está junto al libro de registro.
Hay un ancho sofá, forrado con damasco dorado y blanco, enmarcado por dos ornamentadas lámparas de pie y una otomana completamente forrada de felpilla dorada que sirve como mesa de café. La araña de luces es de hierro forjado blanco y sus bombillas están cubiertas por pantallas de lino color nata.
La signora Guarasci es una diminuta mujer de manos pequeñas y espesa cabellera blanca, que lleva una falda azul de algodón y encima un delantal blanco almidonado, mallas grises y zuecos negros de cuero, una versión estilizada de los zuecos de plástico que Roman utiliza en la cocina del Ca' d'Oro. La signora me abraza cuando la abuela nos presenta.
Mientras la abuela se pone al día con su vieja amiga, cojo nuestras maletas, subo las escaleras y encuentro nuestras habitaciones. Abro la puerta número tres, pongo mi maleta junto a la puerta y echo un vistazo a mi nuevo entorno. La espaciosa habitación de la esquina está pintada con girasoles amarillos y ribetes ocres. La cama de matrimonio es alta y suave, tiene seis cojines grandes de plumas y un ajustado cubrecama de cuadros blancos y negros. Hay un antiguo escritorio debajo de la ventana y una vieja mecedora gris cerca de la chimenea de mármol blanco. Parece que hayan estado aquí desde hace siglos. Abro la ventana y sopla una brisa fría que convierte las largas cortinas de muselina blanca en vestidos esféricos, hinchados como velas. Las paredes del armario abierto están revestidas de cedro, que da a la habitación aroma a madera verde.
El cuarto de baño que conecta mi habitación con la de la abuela es sencillo, tiene losas blancas y negras, una profunda bañera de cerámica con una brillante ducha de teléfono, plateada, y el lavamanos de mármol tiene un vetusto espejo encima. En la pared más alejada, una amplia ventana panorámica da al jardín. Las persianas están subidas hasta arriba. La signora ha dejado la ventana abierta para que entraran las brisas primaverales.
Regreso al corredor y recojo el equipaje de la abuela, abro la puerta de la habitación número dos. La habitación de la abuela, dos veces mayor que la mía, está decorada con azul grisáceo y blanco, sus ventanas tienen la longitud de la habitación y hay una zona para sentarse con dos sillas bajas y un sofá cubierto con tela blanca de algodón.
– ¿Qué tal las habitaciones? -me pregunta la abuela mientras bajo las escaleras dando saltos.
– Son impresionantes. Ahora entiendo por qué te quedas aquí.
– Espera a probar la cocina de la signara -dice la abuela.
La signora Guarasci entra en el vestíbulo y da un par de palmadas.
– A comer.
Ayudo a la abuela a levantarse del sofá. Se sujeta de mi brazo mientras vamos al comedor.
– Cuando volvamos a casa pediremos cita con el doctor Sculco, del Hospital for Special Surgery. Te cambiarán las rodillas.
– No iré.
– Sí irás. Mírate, tienes un peinado moderno, la piel estupenda y una figura increíble, ¿por qué tienes que sufrir por tus rodillas? Es la única parte de tu cuerpo que tiene ochenta años.
– Mi cerebro tiene ochenta.
– Pero nadie lo ve si llevas una falda de tubo.
– Buen punto.
Nos sentamos a una mesa cercana a las ventanas que dominan un pequeño estanque en la parte posterior de la casa. Aunque somos los únicos clientes en el comedor, todas las mesas están preparadas con la cubertería, las servilletas almidonadas y pequeños jarrones de violetas.
La signora Guarasci abre la puerta de la cocina cargada con una bandeja con dos platos de sopa, una cesta con pan tostado y un recipiente con mantequilla. La señora toma una garrafa y nos sirve una copa del vino de la casa, luego vuelve a la cocina.
– ¡Perfetto! Grazie -exclama la abuela levantando su copa-. Me gusta que estés conmigo, Val -dice la abuela-. Creo que será un maravilloso viaje para las dos.
Pruebo la minestrone hecha con carne de cerdo, cebolla, apio, zanahoria, alubias y espeso caldo de tomate.
– Está deliciosa -digo. Dejo la cuchara y corto un pedazo de pan caliente-. Podría quedarme aquí para siempre. ¿Por qué alguien se habría de ir?
– Bueno, tu abuelo tuvo que irse. Tenía seis años cuando su madre murió, se llamaba Giuseppina Cavalline. Tu bisabuelo la llamaba «Jojo».
– ¿Cómo era?
– Era la chica más bella de Arezzo. Tenía diecinueve años cuando entró en la tienda de zapatos Angelini y pidió hablar con el propietario. Tu bisabuelo, que en ese tiempo tenía veintidós años, se enamoró de inmediato.
– ¿Y Jojo? ¿Fue mutuo?
– Con el tiempo. Ella había ido a pedir unos zapatos hechos a medida. Mi suegro, ansioso por impresionarla, desplegó muestras del cuero más fino y le mostró sus mejores diseños. Pero Jojo dijo que a ella no le importaba si los zapatos estaban de moda. Esto le pareció muy raro a tu abuelo. ¿Qué mujer joven no adora las últimas tendencias? Luego, ella se dio media vuelta y caminó alrededor de la habitación. Tu bisabuelo notó que tenía una pronunciada cojera. Ella le dijo: «¿Puede ayudarme?». -La abuela mira a través de la ventana, como si quisiera recordar mejor esta historia que sucedió sólo a unas calles de aquí y continúa-. Trabajó durante seis días y seis noches sin parar y creó un hermoso par de botines en cuero negro con tacón cuadrado. Le puso una plataforma en el interior del zapato que nivelaba la zancada.
– Genial.
Me pregunto si alguna vez podré hacer un zapato tan ingenioso.
– Cuando Jojo volvió a la tienda y se probó los zapatos, se puso de pie y paseó por la habitación. Sus pasos eran uniformes y su postura era recta y alta por primera vez en su vida. Jojo se sintió tan agradecida que se lanzó a abrazar a tu bisabuelo.
»Luego, él dijo: «algún día me casaré contigo». Y lo hizo, un año después. Y unos cuantos años más tarde, mi marido, tu abuelo, nació en la casa que te enseñé.
– Qué historia más romántica.
– Fueron felices durante mucho tiempo, pero cuando ella murió de pleuresía diez años después, mi suegro estaban tan desconsolado que cogió a tu abuelo y se fue a América. No podía soportar estar en Arezzo por más tiempo, caminar por las calles donde habían vivido, o estar en la cama donde dormían, o pasar frente a la iglesia en la que se casaron. Tan intenso era su dolor.