– Mamá, ¿cómo se sabe si el hombre es el hombre?
– ¿Quieres decir que si él será un buen esposo? -Hace una pausa y luego añade-: Lo más deseable es que el hombre ame a la mujer más de lo que ella lo ama a él.
– ¿No debería ser igual?
Mi madre ríe con ganas y responde:
– Nunca puede ser igual.
– Pero ¿y si la mujer ama más al hombre?
– Le espera una vida infernal. Como mujeres llevamos todas las de perder, porque el tiempo es nuestro enemigo. Nosotras envejecemos, los hombres maduran. Confía en mí, allá afuera hay mujeres de sobra buscando un hombre, a ellas no les importa hacerse con el esposo de otra, no les importa si es viejo, si renquea o es sordo -dice bajando la voz-. Aunque tu padre tenga cáncer y sesenta y ocho años, es un buen partido. Yo no necesito un segundo asalto en la trifulca de la infidelidad. Tengo veinte años más, he engordado cinco kilos y mis nervios, seamos realistas, están deshechos. Además, le dejé cometer un error una vez, pero ¿dos? ¡Nunca! Así que me conservo guapa y sonrío, incluso si en mi interior lloro. ¡Conservación! ¿Crees que quería ir al dentista y que me extrajeran todo lo plateado de la boca y me lo cambiaran por una cantidad de porcelana suficiente para construir un santuario y una fuente para Nuestra Señora? Por supuesto que no, pero tuve que hacerlo. Cuando sonreía con mis viejos dientes, era como mirar en el interior de un barril de encurtidos, y no me gustaba. Una mujer debe sufrir mucho para mantenerse en forma y para mantener a un hombre… interesado. Y no pienses que estoy bromeando sobre la operación de cirugía estética. Tengo un vídeo con el anuncio de Thermage Tivoed y lo he mirado varias veces. La cuestión es que en él aparecen unas mujeres que se ven mejor que en las fotografías de antes y todavía no he deducido por qué. Muéstrame una mujer mayor de sesenta… -Mi madre se ahoga y tose, pronunciar ese número de verdad le cierra la garganta. Después prosigue-: Una mujer que haya pasado ese límite y que no sepa que tiene que luchar como una tigresa y yo te enseñaré una mujer que se ha dado por vencida. La única diferencia entre las mujeres que se abandonan y terminan buscando a Andy Rooney con peluca y yo es mi voluntad. Mi fortaleza. Mi determinación a no renunciar.
– Mamá, eres el Winston Churchill del antienvejecimiento. «Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca dejes tus abdominales». Haces que me entren ganas de saltar de la cama y hacer flexiones.
– Cariño, una novia diligente es una novia feliz.
La abuela se sujeta de mi brazo mientras subimos la inclinada colina y pasamos la iglesia hasta Vechiarelli e hijo, nuestros curtidores desde que los Angelini han sido zapateros. Las calles secundarias de Arezzo despliegan sus colores, rosas damas-cenas rojas sobre paredes de estuco rosado, ropa blanca recién lavada que cuelga contra el cielo azul, series de pequeñas macetas rebosantes de hierbas verdes en las ventanas de las cocinas y alguna fuente de pared, con la forma de una cara, de la que cae el agua carbónica, como una cascada, en una urna.
– Es la primera tienda a la derecha -dice la abuela. Cuando llegamos arriba de la calle, la abuela jadea.
– Gracias a Dios -digo. Mi corazón late con fuerza-. Creo que debimos venir en coche, aunque no creo hubiera conseguido subir esta colina. No creo que tenga una marcha para esta pendiente.
La abuela se detiene, se arregla la falda, se alisa el cabello, se asegura de que su bolso está en su brazo y me dice:
– ¿Qué tal me veo?
– Estupenda -le digo. Estoy sorprendida, la abuela nunca me había pedido mi opinión sobre su aspecto.
– ¿Cómo está mi pintalabios?
– Vas de rosado, abuela, de rosado Coco Chanel.
La abuela echa los hombros hacia atrás y dice:
– Bien, vamos.
Vechiarelli e hijo es una casa de piedra de tres plantas que se encuentra al final de la calle, con una disposición similar a la de nuestra tienda. La entrada principal, usada para los negocios, tiene una amplia puerta de madera bajo un pórtico. En las plantas altas hay puertas dobles que conducen a unos pequeños balcones en cada uno de los niveles. En la última planta, la puerta está abierta y apuntalada con una calza. Hay una alfombra persa colgando sobre el balcón, oreándose con la brisa.
Mientras subimos los escalones para entrar en la tienda, escuchamos una acalorada discusión, dos hombres que se gritan con toda la fuerza de sus pulmones. El sonido de algo de madera que se cierra ruidosamente subraya la pelea. Están hablando en italiano y demasiado rápido para mi nivel de comprensión.
Me vuelvo hacia la abuela, que está detrás de mí, con una expresión que dice que deberíamos correr antes de que los chalados de dentro descubran que tienen compañía y le digo:
– Tal vez debimos haber llamado primero.
– Nos están esperando.
– ¿Esto es una especie de comité de bienvenida?
La abuela me hace a un lado, levanta la aldaba de metal y golpea varias veces. La discusión del interior parece aumentar mientras las voces se acercan hacia nosotras. Doy un paso atrás. Hemos activado un nido de avispas y el enjambre pare-ce mortífero. De pronto la puerta se abre desde dentro y surge un anciano de cabello blanco, pantalón de pinzas de lana y camisa de vestir de rayas azules. Tiene un aspecto de absoluto fastidio en la cara, pero la molestia desaparece cuando ve a la abuela.
– ¡Teodora!
– Dominic, come stai?
Dominic abraza a la abuela y le da dos besos. Estoy detrás de ella y advierto que, cuando él la besa, cambia la línea de la columna vertebral de la abuela. Crece un par de centímetros y se relajan sus hombros.
– Dominico, ti, presento mia nipote, Valentine-dice ella.
– Que bella! -Dominic me aprueba.
¡Mejor eso que la otra alternativa!
– Encantada de conocerle, signor Vechiarelli -digo yo, y él me besa la mano. Observo su rostro, es el mismo rostro del hombre de la fotografía guardada en la bolsa de terciopelo que encontré al fondo del cajón de la abuela. Intento no exteriorizar mi asombro, pero estoy impaciente por volver al hotel y mandarle un mensaje a Tess.
– Venite, venite-dice.
Seguimos a Dominic al interior de la tienda. Una enorme mesa de trabajo ocupa el centro de la habitación y una serie de profundos estantes llenos de hojas de cuero cubren toda una pared, del suelo al techo. Anticuadas lámparas de hojalata cuelgan sobre la mesa, iluminando la madera pulida con esferas de luz blanca. Si cierro los ojos, la fragante cera, el cuero y el limón me transportan a mi casa en Perry Street. Una única puerta lleva a la habitación de atrás. Dominic llama a través de la puerta abierta:
– Gianluca! Vieni a salutare Teodora ed a conoscere sua nipote -dice Dominic. Luego me mira y levanta las cejas-. Gianluca é mio figlio e anche mio socio.
– Estupendo -digo. Miro a la abuela e imagino que un toro con los orificios nasales en llamas saldrá galopando por esa misma puerta, nos corneará, nos lanzará al aire, nos pisoteará y nos matará. Los movimientos de la abuela me indican que todo está bien, pero yo no me lo termino de creer.
– ¡Gianluca! -brama Dominic de nuevo. Esta vez es una orden.
Gianluca Vechiarelli, el hijo y socio de acuerdo con la descripción de Dominic, está de pie en el umbral de la puerta, llenándolo con su altura. Lleva un delantal marrón encima de sus pantalones de trabajo y una camiseta de dril que ha sido lavada tantas veces que es casi blanca. Me resulta difícil ver su rostro, porque las luces de trabajo son demasiado brillantes y él es más alto que las luces.
– Piacere di conoscerla -dice Gianluca, dándome la mano. La tomo y mi mano se pierde dentro de la suya.
– Come è ándalo il viaggio? -Dominic le pregunta a la abuela sobre nuestro viaje, pero está claro que le importa poco, está más interesado en la llegada de la abuela aquí que en su partida de Estados Unidos.