Costanzo me ofrece un cigarrillo que rechazo. Él enciende uno y saca bocanadas de humo.
– ¿Qué hacéis durante el invierno, cuando se van los turistas? -le pregunto.
– Corto el cuero, hago las suelas. Descanso. Lleno las horas -dice. Costanzo mira a lo lejos-. Lleno los días y espero.
– ¿A que los turistas vuelvan? -le pregunto.
No responde. El aspecto de su cara me dice que no me entrometa. Apaga el cigarrillo y dice:
– Ahora vamos a trabajar.
Sigo a Costanzo de vuelta a la tienda. Toma asiento detrás del banco de trabajo y yo me siento detrás de mi mesa. Costanzo levanta un nuevo patrón de la bandeja y lo estudia. Cojo il trincetto y una suela de la pila que me ha dejado Antonio. Sigo el patrón y pelo el borde exterior de la suela como si fuera una manzana, del mismo modo que vi a Costanzo hacerlo el primer día. Mira por encima de mí con aprobación y sonríe.
– Ve a por tu libreta de dibujo -me ordena Costanzo cuando terminamos de beber el cappuccino de la tarde-. Quiero ver tu trabajo.
Me levanto de la mesa y voy al interior de la tienda. Saco mi libreta de dibujo de mi bolso.
– ¿Todo bien? -me dice Antonio.
– Tu padre quiere ver mis dibujos. Me muero de miedo.
Soy una artista autodidacta y no sé si son tan buenos mis diseños como deberían ser.
Antonio sonríe y dice:
– Será sincero.
«Genial», pienso mientras regreso al pórtico a través del almacén. Me siento junto a Costanzo, que pela un higo. Le cuento acerca del concurso por los escaparates de Bergdorf, luego abro la libreta y le enseño el zapato. Lo mira, y entrecierra los ojos.
– Alta moda -dice-. Molto bene.
– ¿Te gusta?
– Muchos adornos.
– ¿Eso es bueno?
– Este adorno me gusta. -Señala el empeine del zapato, donde el trenzado se une con la correa-. Es original.
– Mi bisabuelo puso nombres de personajes de ópera a sus seis diseños básicos de zapatos para novia. Son dramáticos, también pueden ser simples. Son clásicos, lo sabemos porque seguimos haciendo y vendiendo sus diseños cien años después.
– ¿Qué zapato hacéis para las mujeres que trabajan?
– No hacemos zapatos de diario -le digo.
– Deberíais empezar -dice.
No es el consejo que esperaba recibir de un maestro italiano artesano, pero me quedo con él porque Costanzo sabe muchísimo más que yo.
– Suenas como mi amigo Bret. Quiere que cree un zapato que se pueda vender a las masas. Dice que podría financiar mis zapatos artesanos con un zapato hecho para ser vendido en grandes cantidades.
– Tiene razón. No debería existir diferencia entre elaborar un zapato para una mujer y hacer muchos para numerosas mujeres. Todos tus clientes se merecen lo mejor. Entonces, diseña un zapato para todas.
– No sé cómo.
– Claro que sí. Has diseñado ese zapato para el escaparate, puedes diseñar otro para cada día. Te daré una tarea. Coge tu libreta y sal a la piazza, dibuja todos los zapatos que puedas.
– ¿Cualquier tipo de zapato?
– Todo lo que veas que te guste. Mira cómo se mueven las mujeres con sus zapatos.
– Los turistas llevan zapatillas.
– Olvídate de ellos. Mira a las dependientas de Capri y encontrarás qué dibujar. -Sonríe-. Ahora, ve.
Tomo mi libreta y los lápices y salgo a la piazza. Escojo un lugar a la sombra, en la parte alejada del muro de piedra, y me siento. Me olvido de la libreta y observo, como me ha indicado Costanzo. Mis ojos buscan entre la aglomeración de turistas que calzan Reeboks, Adidas y Nike para encontrar a los residentes, a las mujeres que trabajan en las tiendas, los restaurantes y los hoteles. Miro hacia sus pies mientras se abren paso con determinación entre la muchedumbre. Estas mujeres trabajadoras llevan zapatos planos, prácticos pero bonitos, sandalias de cuero suave en azul marino o negro, con lazos beige y un ligero tacón cuadrado, sandalias de cuero sencillo con funcionales correas en forma de T. Una atrevida dependienta lleva unas sensatas chinelas hechas de cabritilla rosada brillante. Por lo general, mi mirada se dirige hacia el color, pero noto que muy pocas mujeres usan tonos vivos en los pies. La mayoría elige los clásicos colores neutros.
Después de un rato, recojo las piernas y las cruzo debajo de mí. Empiezo a trazar. Dibujo un zapato plano de cuero sencillo con la parte de arriba del pie cubierta hasta los dedos pero sin ser demasiado alta en el empeine. Dibujo y vuelvo a dibujar hasta que consigo una forma que me gusta y que halagaría el pie de cualquier mujer, sin importar el tamaño, el largo o el ancho.
Observo a una mujer y su hija que hablan junto a la entrada de una joyería, en la esquina de la piazza. La madre, de unos cuarenta años, lleva una estrecha falda azul marino con una blusa blanca. En su brazo, gruesas pulseras de plata brillante chocan entre sí mientras habla. Usa unos zapatos planos azul marino con un arco simple en el empeine. Su hija lleva una camiseta negra de tisú con una torera muy corta de lino marrón. Sus téjanos con perneras de pitillo tienen el corte bajo y ajustado. Lleva unas sandalias planas que hacen juego con la cinta de adorno en la orilla. Los zapatos de la madre son clásicos. Permanece erguida con el desenfado que le permite calzar unos zapatos cómodos. El zapato es suave, pero no desgarbado. La hija salta apoyándose en los talones y las puntas de los pies mientras habla animadamente con su madre. Las sandalias marrones se ajustan a su pie sin abrirse hacia el tacón y el cuero se mueve con ella con una suave y completa doblez del arco cuando se pone de puntillas. El cuero no se arruga ni cede.
Una mujer mayor, más o menos de la misma edad que la abuela, camina hacia el muro y se sienta a pocos metros de mí. Es rechoncha y baja y tiene el cabello espeso y gris, peinado hacia atrás y sujeto con una cinta roja. Lleva un vestido de playa de algodón negro con mangas cortas. Se apoya en el muro y abre una bolsa de papel de estraza. Mete la mano, saca una cereza madura y la muerde. Lanza el hueso tras el muro, hacia los acantilados. El sol rebota en algo que brilla en su cuello. Un broche. Me inclino para verlo más de cerca.
El broche tiene la forma de un ala con pequeñas piedras turquesa y de coral enmarcadas por lo que parecen ser pedacitos de diamante auténtico. Puedo decir que son verdaderos por la manera en que reflejan la luz. Trabajo con joyas falsas y producen un brillo vivo, pero un diamante auténtico digiere la luz y sus caras destellan desde dentro.
Me siento audaz y me acerco a ella. Sonrío y le digo:
– Su broche es muy bello.
– Mia Mama's -dice, y sonríe señalándome la joyería-. La tienda de mi familia.
– Ah, qué bien.
– Mi padre hizo este broche para mi madre.
– Parece el ala de un ángel -le digo. Mi madre tiene un adorno navideño de un querubín con las alas adornadas con cuentas que me recuerda la forma de ala del broche.
– Sí, sí. Mi madre se llama Ángela.
La mujer dobla hacia abajo el borde de su bolsa de papel para cerrarla. Se endereza y agita la mano hacia mí mientras se aleja. Abro mi libreta y dibujo el broche, un ala de ángel sólida con piedras y perfilada con diamantes. Me entretengo en el trazo de los contornos. Poco a poco empiezo a enamorarme de esta figura, la dibujo una y otra vez hasta que la página está llena de alas. La piazza se vacía cuando los turistas cogen sus autobuses para el último recorrido que baja de la montaña a los muelles.
Dibujo el ala final conectando la curva a la línea de la punta del ala. Simple, pero nunca he visto una figura como ésta, no en un zapato. Escribo: