Mientras ella se ocupa reorganizando, yo me ocupo investigando la manera de lograr que se produzca mi nueva colección de zapatos. Estoy decidida a que los zapatos se confeccionen en Estados Unidos, para que pueda supervisar la producción. Por supuesto, debo tener la mente abierta porque, después de todo, se trata de un nuevo campo para mí y no hay ningún maestro que pueda enseñarme los procedimientos. En el acuerdo de negocios con Alfred sólo conseguí tiempo. Es mi socio con todos los derechos y tiene una participación del cincuenta por ciento. Cuento con un año para lograr un margen de beneficio en la tienda que le impida vender el edificio sin mi consentimiento. Trato de no pensar en los seis millones de dólares que me liberarían para siempre de esta sociedad, sino más bien en aceptar esta aventura zapato a zapato. Oímos el timbre del vestíbulo.
– Estoy listo para descorrer el velo -dice Bret desde la entrada. Luego pasa a través de la puerta del taller-. ¿Cómo vamos?
– Saluda al primer par de zapatos Ángel -digo con la muestra en las manos. Mientras Bret la examina pongo el plan de negocios sobre la mesa-. Aquí está el análisis detallado del coste de los zapatos. He encontrado algunos materiales innovadores en Italia; de hecho, ésta es una tela que remeda el cuero. La comercializaremos como tela, no como imitación del cuero, lo que puede ser atractivo para el cliente y mantener el precio bajo. Los mismos zapatos en cuero incrementan treinta y tres centavos de dólar su precio base. Encontré los nuevos materiales en Milán. ¿Qué piensas?
– Val, en verdad tendrás éxito. Me alegra haber presentado tu plan a los inversores. ¿Alguna noticia sobre los escaparates Bergdorf?
– Les llevé el prototipo. No contaría con ganar ese concurso, Bret. La competición es feroz y francesa, dos elementos imbatibles en el mundo de la moda.
– Diré a los inversores que fuiste escogida por Rhedd Le-wis para la competición y espero que hayan firmado la línea punteada antes de que Rhedd anuncie el veredicto.
– Me parece un plan excelente. -Sonrío agradecida a Bret cuando empieza a sonar mi móvil. Lo cojo.
– Val, soy tu madre. Ve al New York Hospital. Jaclyn está dando a luz! ¡Trae a mamá! -Mi madre me cuelga en un evidente ataque de pánico.
– Jaclyn está pariendo en el New York Hospital.
– Coge mi bolso -dice la abuela con tranquilidad.
La entrada al New York Hospital se parece mucho a la de los bancos antiguos, hay mucho cristal, un vestíbulo enorme, puertas giratorias múltiples y gente, muchísimas personas que esperan en filas. Tengo a mi madre en el móvil, lo usa como aparato de rastreo para describir cada uno de los giros y vueltas que nos llevarán hasta la planta de la maternidad.
– Sí, sí, lo sé…, no se permiten móviles. Lo apagaré en un minuto. Sólo tengo que hacer que lleguen mis familiares -oigo que mi madre responde a una voz apagada en el fondo.
La abuela y yo logramos encontrar la sala de maternidad en la sexta planta, donde mi madre nos espera. Cuando se abren las puertas del ascensor le digo:
– ¿Cómo está?
– El bebé llegará en cualquier momento. Es lo único que sabemos. ¡Ya le dije a todo el mundo que el médico calculó mal! Jaclyn ha engordado muy rápido. Alguien no hizo bien las cuentas.
Seguimos a mi madre hasta la sala de espera. Mi padre está leyendo un ejemplar gastado de Forbes, mientras Tess aleja a Charisma y a Chiara de la gente con la que no estamos emparentados. La abuela se sienta en el sofá y yo tomo la silla que está junto a mi padre.
– Llegamos demasiado pronto -me susurra la abuela tras la primera hora-. Esto podría tardar horas.
– ¿Recuerdas cuando nació Jaclyn? -dice Tess, y se sienta junto a mí.
– Le pusiste el nombre de tu ángel de Charlie favorita, Jaclyn Smith. Todavía no puedo creer que mamá lo aceptara. -Pongo el brazo alrededor de Tess.
La señora McAdoo aparece con su hermana; esperan pacientemente durante una hora y luego se marchan. Para ser justos, éste es el nieto número catorce de la señora McAdoo, así que la emoción, en esencia, se ha ido.
Al final Tess también se da por vencida y lleva a Charisma y Chiara a casa. Mi padre duerme en el sofá y ronca tan alto que las enfermeras piden que lo movamos. Y luego, después de seis horas, dos rondas de café del Starbucks y una hora y media de Anderson Cooper sin volumen en la televisión de la sala de espera. Pasados diez minutos de la medianoche del 15 de junio de 2008, Tom sale del paritorio y anuncia:
– Es una niña. Teodora Angelini McAdoo.
Mi madre grita. La abuela, sincera y sorprendida, aplaude. Mi padre abraza a Tom y le da palmadas en la espalda. Mi madre coge el móvil y llama a Tess y luego a Alfred, los informa de la llegada del miembro más nuevo de nuestra familia. La abuela, mi madre y yo vamos a la sala de recuperación a ver a Jaclyn, que descansa en la cama sosteniendo a su hija. Está agotada e hinchada, sus ojos, por lo habitual grandes y límpidos, están enterrados en su cara como pasas encima de una madalena integral. Alza la vista hacia nosotros.
– ¿Es hermosa, verdad? -murmura Jaclyn. Nos agrupamos alrededor de ella y la arrullamos-. Nunca jamás -dice, y su expresión pasa de la alegría a la resolución-. Nunca jamás.
En el taxi de camino a casa reviso el móvil. Escucho los mensajes. Hay tres de Roman, el último bastante conciso. Le llamo. Contesta. Ni siquiera le digo hola.
– Cariño, lo siento, Jaclyn tuvo al bebé. Pasamos la noche en el hospital.
– Qué buena noticia -dice-, ¿por qué no me has llamado?
– Ya te lo he dicho, estaba en el hospital.
– Te he dejado mensajes en todas partes.
– Roman, no sé qué decir, estaba tan ensimismada. Apagué el teléfono. Lo siento. ¿Quieres que vaya ahora?
– ¿Sabes qué? Dejémoslo para otro día. Podemos hacer esto otra noche -dice, se le nota agotado; en realidad, más molesto que cansado.
Cierro el teléfono. La abuela mira por la ventana fingiendo que no ha escuchado la conversación.
– Parece que lo hubiera plantado una semana en Capri. Era sólo una cena -le digo a la abuela-. Hombres.
Al día siguiente de nuestra larga jornada en el hospital, la abuela y yo estamos rendidas. La abuela ha informado a todos sus amigos de que su nueva bisnieta también es su tocaya. Que no se diga que el nombre que se le pone a un bebé no importa porque en mi familia es el honor más alto. Nunca he visto a la abuela tan feliz.
Traigo el correo al taller, lo barajo hasta encontrar un sobre de Italia, que entrego a la abuela.
– Tienes algo de Dominic.
Suelta el patrón en el que trabaja y coge la carta. La abre con cuidado con el filo de sus tijeras de trabajo. Agarro un cepillo y pulo la cabritilla de Inés. Al finalizar la lectura, la abuela me pasa algunas de las fotografías adjuntas a la carta.
– Orsola se ha casado -dice.
En una fotografía de vivos colores aparece Orsola. Es una deslumbrante novia con un sencillo vestido de seda blanca. El escote es cuadrado, y en la orilla de la falda lleva un ribete de rosas, también de seda blanca. El dobladillo del vestido queda un poco separado de sus pies, como el borde de una campana, y porta en las manos un pequeño ramillete de blancas edelweiss.
Junto a Orsola se encuentra su novio, quien la iguala en belleza. El cabello rubio de él está alisado hacia atrás para el gran día. Al lado del novio aparecen sus padres, una pareja muy atractiva. Del otro lado, una mujer que nunca he visto sujeta la mano de Orsola, debe de ser su madre y la ex esposa de Gianluca. Ella lleva el cabello corto y tiene la altura y las facciones delicadas de su hija. Puedo observar que es una persona difícil y que tiene, definitivamente, las huellas del número 11 en el ceño. Gianluca la describió muy bien.