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La primera novia, con un vestido que mezcla el tul sobre el satén plisado, lleva el modelo Inés, que asoma por el borde de la falda, levantado por un zapatero; en el siguiente escaparate hay una novia con pantalones blancos de seda y una blusa suelta, acompañados con los zapatos Gilda, cuya forma de zuecos y empeines bordados se adecúan con elegancia a los pantalones de perneras anchas. A ella le sigue una novia que da la espalda a la calle, lleva un teatral vestido de columna con flecos y el botín Mimi. Rhedd sustituyó nuestras correas de satén con cáñamo teñido de índigo para crear un contraste llamativo en la textura.

El siguiente escaparate muestra a una novia con un vestido de minifalda hecho con canutillos y plumas de marabú; se apoya en la punta de los zapatos Flora, con cadenas de oro en lugar de cordones entrecruzados que suben por la pantorrilla. En el escaparate de la esquina, una novia lleva un vestido medieval de escote cuadrado y un elaborado corpiño de cuadros esmaltados repartidos por las largas mangas de trompeta. El maniquí lleva en la mano sus zapatos, los Osamina en lino blanco con cintas lisas, mientras mira sus pies desnudos sobre la nieve.

Pero es el último escaparate el que significa más para mí. Una novia lleva puestos los Bella Rosa con un vestido Victoriano de lana blanca diseñado por Giorgio Armani. Sostiene un billete en una mano y una tiara en la otra, pues huye de un infeliz escenario romántico por las calles de San Petersburgo. El sólido zapato funciona con fluidez con el traje entallado, como si estuviera hecho para anclar el conjunto.

Desearía que Costanzo Ruocco estuviera aquí para admirar el Bella Rosa, así que me guardaré este momento en la memoria y cuando vuelva a Capri lo reviviré para él lo mejor que pueda. En la esquina del último escaparate aparece:

Todos los zapatos son creaciones de la compañía de zapatos Angelini

Greenwich Village

Desde 1903

– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

La abuela y yo damos media vuelta para mirar a mi madre que asoma por la ventana del coche de un taxista malhumorado. Se baja antes de que el coche se detenga por completo y se reúne con nosotras en la acera.

Me preguntaba qué se pondría mi madre para ver los escaparates por primera vez y no me decepciona. Lleva un traje gris de pantalones de lana con una estola también gris de falsa piel de leopardo echada por encima de sus hombros. Sus tacones altos son de color plateado y tienen un cuadrado largo de cuero que se abrocha en la punta del pie. No sé cómo lo consigue, pero siempre logra coincidir con el tiempo. También lleva un par de amplias gafas ovaladas negras, sin duda como homenaje a Desayuno en Bergdorf. Sostiene una bolsa de bageb de Eisenberg en una mano y se quita las gafas con la otra. Me pasa la bolsa y luego corre calle abajo para admirar los escaparates.

Mamá levanta los brazos en alto triunfalmente mientras los inspecciona. Busca nuestros zapatos y cuando los encuentra en el cuadro, grita de alegría. Nunca la he visto tan orgullosa, incluso al final de la impresionante carrera universitaria de Alfred, cuando se graduó cum laude en Cornell. Para ella, éste es otro gran momento. Corre hacia la abuela y la rodea con sus brazos.

– ¡Mi padre estaría tan orgulloso! -dice mi madre, y se quita una lágrima.

– Sí, muy orgulloso -dice la abuela mientras pone derecha la estola de mi madre, que se ha movido mientras corría.

– ¡Y tú! -Mi madre se da media vuelta hacia mí-. ¡Lograste que esto se hiciera realidad! Cogiste el manto de la familia Angelini y te lo pusiste… ¿Te pones un manto o lo llevas encima? Lo que sea, es igual, has mantenido la tradición -hace un puño con la mano-, y has persistido. Te colocaste de aprendiz para mejorar y mira…: has cogido todo el trabajo duro y has traído a nuestro pequeño negocio familiar al nuevo siglo de una manera muy popular. ¡Bergdorf, menudo colega! -Mi madre no puede evitar ser la chica de Queens, sólo por un instante. Luego continúa-. Los zapatos Angelini, [junto a Prada, Verdura y Pucci! ¡Viva Valentine! Te admiro y me siento muy orgullosa.

A veces, cuando mi madre me adula, la boca me sabe a metal, pero esta mañana no. Ella está realmente animada y llena de amor. Todas las madres deberían gozar de este momento de gloria, cuando su trabajo duro da resultados y la inversión que realizaron con sus hijos día a día completa el círculo y los resultados se exhiben para que todo el mundo los vea.

No se trata de comercialización o de beneficios ni de marketing. Se trata de nuestra familia y de la tradición de nuestra artesanía. De lo que hacemos. Estos escaparates hablan de nuestro compromiso con la belleza y la calidad, cada puntada, costura, cordón y hebilla hechos a mano y perfeccionados con la habilidad que sólo puede conseguirse con la práctica, la técnica, la experiencia y el tiempo. Nos han reconocido y premiado en un mundo donde el concepto de «hecho a mano» desaparece con rapidez.

Imagináoslo.

El sol, tan blanco y puro como una luna llena, asciende y parte las nubes grises encima de los edificios de cristal en el lado este de la Quinta Avenida, y produce un reflejo sobre los escaparates de la tienda que los transforma en espejos. De un momento al otro desaparecen las imágenes detrás del cristal. No podemos ver las novias en la nieve ni las joyas y los huevos, ni nuestros zapatos hechos de cuero, ante, satén y seda. Sólo permanece nuestro reflejo: la madre, la hija y la nieta, que esta mañana somos una cadena continua del más precioso oro italiano. Desearía poder detener este instante para siempre, nosotras tres, aquí, en la Quinta Avenida. Pero no puedo. Así que cojo la mano de la abuela, deslizo el otro brazo alrededor de mi madre y espero a que el macilento sol del invierno se desplace y podamos disfrutar de nuestra buena fortuna una vez más.

Agradecimientos

Mi madre, Ida Bonicelli Trigiani y su hermana, Irma Bonicelli Godfrey, conservan vividos y maravillosos recuerdos de su padre, Cario, a quien he dedicado esta novela. He usado con libertad el territorio de su infancia en esta novela, que me acercó al ser humano, a mi abuelo, a quien nunca conocí. ¡Muchísimas gracias a las dos!

Jane Friedman, un visionaria y soberbia líder que me trajo a Harper, me puso en las manos del grandioso Jonathan Burnham, de Brian Murray y de Michael Morrison, y de una familia a la que adoro: mi querida y brillante editora, Lee Boudreaux y su calificado y fabuloso brazo derecho, Abigail Holstein, y su talentoso equipo formado por: Kathy Schneider, Christine Boyd, Kevin Callahan, Tina Andreadis, Leslie Cohén, Mary Bolton, Archie Ferguson, Christine Van Bree (¡ah, el diseño de la cubierta!), Sarah Maya Gubkin, Lydia Weaver, Emily Taff, Nina Olmsted, Jeff Rogart, Stephanie Linder, Kathryn Pereira, Jeanette Zwart, Andrea Rosen, Virginia Stanley, Josh Marwell, Brian Grogan, Cari Lennertz, James Tyler, Cindy Achar, Roni Axelrod, Kyle Hansen, Carrie Kania y David Roth-Ey.

He vivido una aventura inolvidable investigando el arte de hacer zapatos en Italia. Gina Casella coordinó la diversión, el aprendizaje y las traducciones (!), junto con el talento de Patrizia Curiale, del Confartigianato MODA; de Andrea Benassi, la secretaria general de la UEAPME (Unión Europea de Artesanos, de Pequeñas y Medianas Empresas); de Emanuela Picozzi, de la sección de relaciones exteriores de la embajada de Estados Unidos en Roma y de Elio Chiarotti, nuestro guía romano. Mientras viajábamos y trabajábamos, la hija de Gina, Isabella Padasak, fue una compañera para nuestra Lucia.

Gracias de todo corazón al maestro artesano y zapatero Costanzo Ruocco y a su hijo Antonio Da Costanzo, en la isla de Capri. Costanzo fue muy generoso con su tiempo, su técnica y sus historias familiares, las cuales atesoro más allá de lo que aparece en estas páginas. En Roma, Carmelo y Pina Palmisano, de Il Calzolaio, compartieron su conocimiento sobre hacer zapatos y la visión interior del negocio familiar, que fueron invaluables.