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Marshall Field se extendía al norte de la calle que estaba entre State y Wabash. Tenía la sensación de que había otro bar en Washington, cerca de la avenida Michigan, si la memoria no me fallaba. Podía dejarlo para otro día. Bajé las escaleras del metro de State y me fui a Addison.

Era la hora punta de la gente que volvía del trabajo. Tuve que ir de pie hasta Fullerton.

Cuando llegué a casa de Lotty fui directa al baño a darme una ducha de agua fría. Cuando acabé me asomé a la habitación de invitados. Jill ya se había levantado; tiré la ropa sucia en un cajón y me puse un caftán. Jill estaba sentada en el suelo del salón jugando con dos niñas de mejillas sonrosadas y pelo negro que tendrían unos tres o cuatro años.

– Hola, cielo. ¿Has dormido bien?

Levantó la vista y me sonrió. Tenía más color en la cara y parecía estar más relajada.

– Hola -dijo-. Sí. Me he levantado hace una hora. Son las sobrinas de Carol. Tenía que hacerles de canguro esta noche pero Lotty la convenció para que vinieran aquí y preparáramos enchiladas. Ñam, ñam.

– Ñam, ñam -repitieron las niñas.

– ¡Qué buena idea! Lástima que tenga que salir otra vez esta noche porque me lo voy a perder.

Jill asintió.

– Me lo ha dicho Lotty. ¿Sales a investigar otra vez?

– Eso espero.

Lotty me llamó desde la cocina y fui a saludarla. Carol estaba ocupada cocinando y sólo se giró un momento para sonreírme. Lotty estaba sentada en la mesa leyendo el periódico y bebiendo el consabido café. Me miró frunciendo el ceño.

– Esta tarde no has tenido tanta suerte, ¿eh?

Me eché a reír.

– No. No he averiguado nada y he tenido que beber mucha cerveza. Esto huele de maravilla. Ojalá pudiera cancelar la cita de esta noche.

– Pues hazlo.

Negué con la cabeza.

– Creo que se me está acabando el tiempo, seguramente por culpa de este segundo asesinato. Aunque estoy un poco mareada y el día ha sido muy largo y caluroso, no puedo parar ahora. Sólo espero no vomitar durante la cena; mi cita ya está bastante harta de mí. Aunque tal vez si me desmayara le haría sentirse más fuerte, más protector -me encogí de hombros-. Jill tiene mejor aspecto, ¿no crees?

– Ah, sí. Dormir le ha sentado bien. Tuviste una buena idea al apartarla de aquella casa unos días. Hablé un poco con ella cuando llegué; se porta muy bien y no se queja ni lloriquea, pero está claro que su madre no se ocupa de ella. Y su hermana… -Lotty hizo un gesto muy expresivo.

– Sí, es verdad. Pero no se puede quedar aquí para siempre. Además, ¿qué podría hacer durante el día? Mañana también tengo que trabajar y no puede acompañarme.

– He estado pensando en eso. Carol y yo hemos tenido una idea cuando la hemos visto con Rosa y Tracy, las sobrinitas. Jill tiene buena mano para los niños; se ha puesto a jugar con ellas nada más verlas, no se lo hemos pedido nosotras. Los bebés son perfectos para la depresión. Son agradables y puedes achucharlos sin dar explicaciones. ¿Qué te parecería si me la llevara mañana a la clínica para que entretuviera a los niños? Ya has visto que andan revoloteando por la sala de espera. Si las madres se ponen enfermas, no pueden dejarlos solos en casa; o si un bebé se pone enfermo, ¿quién cuidará del otro si mamá lo lleva a la clínica?

Medité la situación y no le vi ninguna pega.

– Pregúntaselo -dije-. Seguramente lo que más le conviene ahora es tener algo en que ocupar el tiempo.

Lotty se levantó y se dirigió al salón. Fui tras él.

Estuvimos un rato de pie observando a las niñas. Estaban enfrascadas en algo pero no acabamos de entender qué era. Lotty se hizo un sitio entre ellas con naturalidad. Yo me quedé detrás. Lotty hablaba español perfectamente y estuvo hablando con las chiquillas un rato. Jill la miraba con respeto.

Después Lotty, aún en cuclillas, se giró hacia Jill.

– Se te da muy bien con las chiquillas. ¿Has cuidado a niños alguna vez?

– Fui monitora en un campamento de verano en junio pasado -dijo sonrojándose un poco-. Pero nada más. Nunca he hecho canguros ni nada por el estilo.

– Bueno, he tenido una idea. A ver qué te parece. Vic no estará nunca en casa porque tiene que averiguar quién mató a tu padre y a tu hermano. Mientras estés aquí, me podrías ser de gran ayuda en la clínica -dijo resumiendo la idea.

A Jill se le pusieron los ojos brillantes.

– Pero no tengo experiencia -dijo seria-. Si se ponen todos a llorar, a lo mejor no sabré qué hacer.

– Bueno, si eso pasa, descubrirás si tienes un don para los niños y hasta qué punto tienes paciencia -dijo Lotty-. Te puedo ayudar con un cajón lleno de chupa-chups. Son malos para los dientes pero fantásticos para las lágrimas.

Fui a la habitación a vestirme para la cena. Jill no se había hecho la cama. Las sábanas estaban arrugadas. Las estiré y pensé que podría tumbarme unos minutos para recuperar el equilibrio.

Después recuerdo que Lotty me despertó.

– Son las siete y media, Vic. ¿No tendrías que irte?

– Oh, mierda -maldije. Tenía la cabeza embotada-. Gracias, Lotty.

Salté de la cama y me puse un vestido naranja muy veraniego. Metí la Smith & Wesson en el bolso, cogí un jersey y salí disparada hacia la puerta despidiéndome de Jill. Pobre Ralph, pensé. Estaba abusando de él haciéndole esperar en todos los restaurantes para poder sacarle información de Ajax.

A las 7.50 giré por la avenida Lake Shore y a las 8.00 torcí por la calle Rush, donde estaba el restaurante. No soporto tener que pagar para aparcar, pero hoy no tenía tiempo de ponerme a buscar sitio en la calle. Enfrente del Ahab encontré un parking. Miré el reloj cuando crucé la puerta del restaurante: las 8.08. Genial. Aún tenía la cabeza un poco espesa pero por lo menos había llegado a tiempo.

Ralph me esperaba en la entrada. Me dio un beso de bienvenida y se apartó un poco para observarme la cara.

– Mucho mejor. Y veo que ya puedes andar.

Se acercó el maître. El lunes no era un día de mucho trabajo y nos llevó directamente a la mesa.

– Tim será su camarero -dijo-. ¿Desean algo para beber?

Ralph pidió un gin-tonic. Yo pedí un vaso de soda. Después de haber bebido tanta cerveza, el scotch no parecía lo más apropiado.

– Lo mejor que tiene divorciarse y venir a vivir a la ciudad, son los restaurantes -observó Ralph-. Aquí sólo he comido un par de veces, pero en mi barrio hay muchos.

– ¿Dónde vives? -pregunté.

– En la calle Elm. Bastante cerca de aquí. He alquilado un piso amueblado con ama de llaves.

– Qué práctico.

Seguro que le costaba una barbaridad. Tendría que ganar bastante.

– Debe de ser muy caro, ¿no? Y además tienes que pagar la pensión a tu ex.

– No me lo recuerdes -sonrió amargamente-. Como no conocía la ciudad cuando llegué, busqué un sitio agradable y cerca de Ajax. Pero algún día me gustaría comprarme un piso.

– Por cierto, ¿has averiguado si Masters recibe llamadas de McGraw?

– Sí, te he hecho este pequeño favor, Vic. Pero ya te lo dije: nunca ha recibido llamadas de McGraw.

– No se lo preguntaste a él directamente, ¿verdad?

– No -dijo con el rostro ensombrecido de resentimiento-. Hice lo que me pediste, sólo hablé con la secretaria, aunque no te puedo asegurar que ella no le comente nada. ¿Podemos cambiar de tema?

Yo también estaba un poco enfadada pero me retuve: aún tenía que enseñarle la reclamación.

Tim vino a tomar nota de lo que queríamos tomar. Yo pedí salmón poché y Ralph, langostinos. Después nos levantamos y fuimos a buscar ensalada en el bufé mientras yo pensaba un tema trivial para seguir hablando. No quería enseñarle la reclamación hasta después de la cena.

– Te he hablado tanto de mi divorcio, que no te he preguntado si te has casado alguna vez -dijo Ralph para entablar conversación.