– Sí, una vez.
– ¿Qué pasó?
– De eso hace mucho tiempo. Creo que ninguno de los dos estaba preparado para el matrimonio. Ahora él es un abogado famoso, vive en Hinsdale, tiene una esposa y tres hijos.
– ¿Aún os veis? -quería saber Ralph.
– No, y tampoco pienso en él. Pero sale a menudo en los periódicos. Me envió una postal por Navidad; por eso sé lo de Hinsdale y lo de los críos. Me envió una de aquellas fotos tan empalagosas con tres niños sonriendo estúpidamente enfrente de la chimenea. No sé si me la envió para demostrarme su virilidad o para que viera lo que me estaba perdiendo.
– ¿Y crees que te lo estás perdiendo?
Me estaba empezando a hartar.
– ¿Estás dando tantos rodeos para averiguar si me gustaría tener un marido y una familia? Pues te diré que no echo de menos a Dick, ni sueño con tener tres niños a mi alrededor.
Ralph estaba desconcertado.
– Cálmate, Vic. ¿No puedes echar de menos tener una familia sin confundirlo con la familia de Dick? Yo no echo de menos a Dorothy pero eso no significa que haya abdicado del matrimonio. Y no sería muy hombre si no echara de menos a mis hijos.
Tim nos trajo los platos. El salmón estaba aderezado con una salsa de pimientos deliciosa, pero no lo saboreé como se merecía porque Ralph había conseguido alterarme. Forcé una sonrisa.
– Lo siento. Es que me pongo muy a la defensiva cuando alguien piensa que una mujer sin hijos es como un escocés sin falda.
– Pero no te ensañes conmigo. Aunque haya actuado como un macho protector pidiéndote que no te mezcles con gángsters, no significa que piense que deberías estar en casa viendo culebrones y lavando la ropa.
Comí unos bocados de salmón mientras pensaba en Dick y nuestro corto y desafortunado matrimonio. Ralph me estaba mirando con un poco de ansiedad y preocupación.
– Mi matrimonio fracasó porque soy demasiado independiente. Y no me gusta limpiar, como comprobaste la otra noche. Pero el verdadero problema es mi independencia. Es como si quisiera conservar mi espacio a toda costa -sonreí-. Me cuesta hablar de ello.
Ataqué el salmón de nuevo y me concentré un rato en la comida. Me mordí el labio inferior y continué con el monólogo.
– Tengo lazos mucho más fuertes con mujeres porque creo que no intentan invadir mi territorio. Pero en cambio, con los hombres, siempre tengo la sensación de tener que luchar para seguir siendo quien soy.
Ralph asintió con la cabeza. No sé si me entendía pero parecía que le interesaba lo que le estaba contando. Seguí comiendo y tomé un sorbo de vino.
– Con Dick aún fue peor. No sé por qué me casé con él. A veces pienso que es porque representaba a la clase burguesa y parte de mí quería ser como él. Dick no era un marido adecuado para una mujer como yo. Trabajaba con Crawford y Meade, uno de los gabinetes jurídicos más prestigiosos, no sé si lo conoces, y yo era una joven abogada de oficio con ganas de comerme el mundo. Nos conocimos en un seminario de abogados. Dick creía que se había enamorado de mí porque era muy independiente, pero en realidad creo que vio mi independencia como un reto, y cuando vio que no podía cambiarme, se cabreó. Al cabo de un tiempo me cansé de trabajar de abogada de oficio porque el sistema está muy corrompido. Nunca discutes sobre justicia, sólo sobre cuestiones de derecho. Quería dejarlo pero tenía que encontrar un trabajo que estuviera relacionado con mi sentido de la justicia, y que no consistiera únicamente en ganar puntos. Dejé la abogacía de oficio y mientras pensaba qué podía hacer, una chica me pidió que defendiera a su hermano de una acusación de robo. Realmente, tenía el «culpable» escrito en la cara; habían robado videos y cámaras en un estudio y el chico tenía acceso y oportunidades para entrar. Total, que acepté el caso y descubrí que era inocente cuando encontré al verdadero culpable.
Bebí un trago de vino y pinché un trozo de salmón. Ralph ya había acabado pero alejó a Tim con la mano para que no le retirara el plato hasta que yo no hubiera acabado.
– Cuando dejé de trabajar como abogada, Dick pensó que me convertiría en ama de casa. Me animó para que dejara lo de oficio pero luego descubrí que lo hacía para que yo me quedara en casa aplaudiendo su meteórica carrera jurídica. Entonces acepté aquel caso, bueno, aunque en realidad no era un caso, sino más bien un favor a una mujer que me envió a la chica.
Aquella mujer era Lotty. Hacía tiempo que no pensaba en eso y me eché a reír. Ralph arqueó las cejas.
– Como me tomo mis obligaciones muy en serio, acabé pasando una noche en un muelle de carga y descarga, ya que era crucial para resolver el caso. Aquella misma noche, Crawford y Meade daban una fiesta para abogados con esposas incluidas. Yo me había arreglado porque pensaba ir a la fiesta después de lo del muelle pero el tiempo pasó tan deprisa que al final no fui y Dick no quiso perdonarme. Así que nos separamos. En aquel momento se me vino el mundo encima, pero cuando lo recuerdo ahora me parece tan absurdo que me entra la risa.
Aparté el plato hacia a un lado de la mesa. Sólo me había comido la mitad pero no tenía más hambre.
– El problema es que ahora me asustan un poco las armas. A veces pienso que debería tener un par de hijos y llevar la típica vida de clase media, pero es un mito, sabes: hay muy poca gente que viva como en los anuncios, en completa armonía, con mucho dinero y todo eso. Sé que aspiro a un mito, no a una realidad. A veces pienso que me equivoqué de camino; no sé cómo expresarlo… Quizás debería quedarme en casa viendo culebrones, a lo mejor no estoy haciendo lo más correcto con mi vida. Así que cuando alguien me lo insinúa, le salto a la yugular.
Ralph alargó el brazo para estrecharme la mano.
– Creo que eres una mujer excepcional, Vic. Me gusta tu forma de actuar. Dick parece un capullo. No desistas de nosotros, los hombres, sólo porque con él no funcionó.
Sonreí y también le estreché la mano.
– Lo sé, pero soy una buena detective y me he hecho un nombre. Mi trabajo no se puede combinar fácilmente con el matrimonio. No trabajo todos los días, pero cuando estoy a punto de resolver un caso, no puedo distraerme por tener a un hombre en casa que se pone nervioso porque no sabe hacerse la cena, o que se preocupa porque Earl me ha pegado.
Ralph se quedó pensativo mirando el plato vacío.
– Entiendo -y sonrió-. Podrías encontrar a un hombre que ya hubiera tenido hijos y los hubiera criado en los barrios residenciales, y que estuviera dispuesto a quedarse al margen aplaudiendo tus éxitos profesionales.
Tim vino a tomar nota de los postres. Pedí el helado especial de Ahab; aunque no me había acabado el pescado, estaba harta de pensar en la dieta. Ralph pidió lo mismo.
– Aunque creo que acostumbrarse a temas del tipo Smeissen sería mucho más difícil -añadió cuando Tim ya se había marchado.
– ¿Y encargarse de las reclamaciones no tiene riesgos? -pregunté-. Me imagino que cuando descubres a algún asegurado que está cobrando algo indebidamente, no debe de ponerse muy contento.
– Es verdad, pero demostrar que una reclamación es fraudulenta es mucho más complicado de lo que parece, especialmente si se trata de accidentes. Hay muchos médicos corruptos que, parar sacar tajada, no tienen ningún reparo en declarar que alguien tiene una lesión que no se puede probar porque no se aprecia en una radiografía, como un esguince en la espalda. A mí no me han amenazado nunca. Lo que se hace normalmente cuando averiguas que la reclamación es falsa y saben que tú lo sabes, pero nadie puede demostrarlo, es llegar a un acuerdo monetario, que es mucho más barato que ir a juicio. Así te los quitas de encima. Llevar un caso a juicio es muy caro para una compañía de seguros porque los jurados acostumbran a estar a favor del asegurado, así que es una práctica bastante habitual.
– ¿Existen muchos casos fraudulentos? -pregunté.