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– Bueno, mucha gente cree que es muy fácil sacar dinero a las compañías de seguros, pero no se dan cuenta de que según lo que quieran conseguir deberían contratar pólizas más caras. ¿Nos engatusan muy a menudo? No sé qué decirte. Cuando trabajaba en la sucursal, yo diría que una de cada veinte o treinta reclamaciones era fraudulenta. Pero al final se acumulan tantas que es muy difícil estudiar una a una detalladamente; sólo te fijas en las más caras.

Tim trajo el helado, que estaba realmente delicioso. Me acabé hasta las últimas gotas que se habían derretido en el plato.

– El otro día encontré un borrador de una reclamación en un piso. Era una copia, de Ajax. No sé si es falso.

– ¿Lo encontraste? -preguntó Ralph sorprendido-. ¿Dónde lo encontraste? ¿En tu piso?

– No. De hecho lo encontré en el piso de Peter Thayer.

– ¿Lo tienes aquí? Me gustaría verlo.

Cogí el bolso, abrí la cremallera y le di el papel. Se lo miró con atención. Al cabo de un rato dijo:

– Sí, es nuestra. No entiendo por qué se la llevó Peter. No te puedes llevar las reclamaciones a casa.

Dobló el papel y se lo guardó en la cartera.

– Tendré que devolverlo a la oficina.

No me sorprendió, pero me alegré de haber hecho fotocopias.

– ¿Conoces al asegurado?

Sacó el papel de la cartera.

– No. Ni siquiera puedo pronunciar su nombre. Pero pide la máxima indemnización, o sea que debe de tratarse de un caso de invalidez temporal o permanente, no lo sé. Supongo que tendrá un archivo exhaustivo. ¿Por qué está tan pegajoso?

– Estaba en el suelo -contesté sin dar muchas explicaciones.

Cuando Tim trajo la cuenta, insistí para que la pagáramos a medias.

– Sí te pasas el día en estos restaurantes, al final tendrás que dejar el piso o la pensión de tu mujer.

Al final me dejó pagar la mitad de la cena.

– Por cierto, antes de que me echen por no pagar el alquiler, ¿te gustaría ver dónde vivo?

Me eché a reír.

– Por supuesto, Ralph. Me encantaría.

13.- La marca de Zav

El despertador de Ralph sonó a las 6.30. Entreabrí los ojos para mirar la hora y me tapé la cara con la almohada. Ralph intentó acurrucarse junto a mí pero yo me había tapado hasta la cabeza y no le dejé. Después de una pequeña escaramuza me despejé un poco y me incorporé.

– ¿Por qué tan pronto? ¿Tienes que estar en la oficina a las siete y media?

– Eso no es pronto para mí. Cuando vivía en Downers Grove tenía que levantarme todos los días a las seis menos cuarto. Las seis y media es un lujo. Además, a mí me gusta la mañana, es la mejor parte del día.

Refunfuñé y volví a estirarme.

– Ya. Siempre he pensado que a Dios le gustaban las mañanas; creó tantas… ¿Por qué no me traes un poco de café?

Ralph se levantó de la cama y estiró los músculos.

– Por supuesto, Srta. Warshawski. El servicio la atenderá enseguida.

Tuve que reírme.

– Si estás tan animado a estas horas, creo que me iré a desayunar a otra parte.

Con un impulso puse los pies en el suelo y me quedé sentada. Habían pasado cuatro días desde mi encuentro con Earl y sus muchachos y apenas sentía unas punzadas. Hacer ejercicio es imprescindible, pensé. Tenía que ponerme a tono. Me había escaqueado lo suficiente con la excusa de que estaba medio inválida.

– También puedo darte de comer, si quieres -dijo Ralph-. Un banquete no, pero tengo tostadas.

– ¿Sabes qué? Saldré a correr antes de desayunar. Hace cinco días que no hago ejercicio y es muy fácil perder el ritmo si no tienes disciplina. Además, tengo a una adolescente en casa de Lotty y tendría que ir a ver cómo está.

– Mientras no tengas a un montón de adolescentes escondidos para organizar una orgía o algo por el estilo, me da igual. Pero puedes volver esta noche.

– Mmm… creo que no. Esta noche tengo que ir a una reunión y quiero pasar un rato con Lotty y mi amiga.

Me agobiaba la insistencia de Ralph. ¿Intentaba controlar mis movimientos o sólo era un solitario que no quería dejar escapar a una mujer que lo ponía cachondo? Si Masters estaba relacionado con las muertes de John y Peter Thayer, cabía la posibilidad de que su ayudante, que había trabajado para él durante tres años, también tuviera algo que ver.

– ¿Todos los días vas a trabajar tan temprano?

– Si no estoy enfermo, sí.

– ¿El lunes pasado también? -pregunté.

Me miró extrañado.

– Supongo. ¿Por qué me lo preguntas? Ah, claro, fue el día que mataron a Peter. Perdona, me había olvidado. Aquel día llegué tarde a la oficina. Primero fui al piso de Thayer y le sujeté para que Masters le disparara.

– ¿Yardley llegó a la hora el lunes? -insistí.

– ¡Yo qué sé! ¡No soy su secretaria! -dijo cabreado-. No se presenta siempre a la misma hora. A veces tiene reuniones a primera hora de la mañana o coñas marineras. Y yo no le espero con un cronómetro en la mano para saber a qué hora llega.

– Está bien, tranquilízate. Ya sé que crees que Masters es la bondad personificada, pero si estuviera metido en un asunto ilegal, ¿no pediría ayuda a su secuaz ayudante, o sea, a ti? Seguro que no te gustaría que confiara en otra persona, en alguien menos capacitado que tú, ¿me equivoco?

Se calmó y soltó una risotada.

– Eres insoportable. Si fueras un hombre, no te permitiría que dijeras todas esas gilipolleces.

– Si fuera un hombre, no estaría tumbada en tu cama -puntualicé.

Alargué el brazo y lo agarré para que volviera a la cama, pero todavía me carcomía no saber qué hizo el lunes por la mañana.

Ralph se fue a la ducha silbando. Corrí las cortinas para ver la calle. El día tenía un matiz amarillento. Aun siendo tan temprano, la ciudad parecía recién horneada. Se habían acabado los días frescos; el calor insoportable y contaminado nos acompañaba de nuevo.

Me duché, me vestí y fui a tomarme un café con Ralph. El salón estaba dividido por un medio tabique que separaba un área para comer. La cocina tenía que haber sido una despensa en otros tiempos porque la nevera, el fregadero y la cocina estaban apretados uno al lado del otro y dejaban sitio para cocinar pero no para poner sillas. No era feo el piso. De cara a la entrada había un gran sofá, y un poco alejada de las ventanas, una cómoda butaca. Había leído en algún sitio que la gente que tiene ventanales desde el techo hasta el suelo pone los muebles alejados del cristal porque da la impresión que te vas a caer si te pones delante de un cristal de estos. Había más de medio metro entre la butaca y las finas cortinas. La tapicería y las cortinas tenían el mismo estampado floral. No estaba mal la decoración.

A las 7.30 Ralph se levantó.

– Las reclamaciones me llaman -dijo-. Te llamaré mañana, Vic.

– Muy bien.

En el ascensor mantuvimos un silencio cómplice. Ralph me acompañó hasta donde había aparcado el coche, cerca de la avenida Lakeshore.

– ¿Te acerco a la oficina? -pregunté.

Rechazó mi ofrecimiento porque los dos kilómetros que tenía hasta Ajax eran su ejercicio diario.

Cuando arranqué, lo miré por el retrovisor; andaba con garbo a pesar del calor que hacía.

Sólo eran las ocho cuando llegué a casa de Lotty. Estaba comiendo tostadas y tomando café en la cocina. Jill, con su cara oval y expresiva, hablaba animadamente con un vaso de leche en la mano. Su buen humor tan inocente me hizo sentir vieja y decadente. Hice una mueca.

– Buenos días, señoritas. Afuera hace un bochorno insoportable.

– Buenos días, Vic -dijo Lotty animada-. Qué lástima que tuvieras que trabajar toda la noche.

Le di un empujón cariñoso en el hombro.

– ¿De verdad que has estado trabajando toda la noche? -preguntó Jill preocupada.

– No, y Lotty lo sabe. Dormí en casa de un amigo después de investigar un poco. ¿Os lo pasasteis bien? ¿Salieron buenas las enchiladas?