Me apoyé en la pared para pensar un poco. Podía esperar hasta que llegara alguien. Pero, seguramente, si entraba ahora, descubriría muchas más cosas que haciendo preguntas.
Abrí la puerta que no cerraba bien y subí de rondón hasta el tercer piso. Golpeé en la puerta de Thayer y compañía. No contestó nadie. Pegué la oreja a la puerta y oí el leve zumbido de un aparato de aire acondicionado. Saqué un manojo de llaves de mi bolsillo y, después de varios intentos frustrados, encontré una llave que cedió.
Entré y cerré la puerta sin hacer ruido. Un pequeño vestíbulo daba directamente a un salón con escasos muebles. Había unos cojines de ropa tejana por el suelo y un equipo de música. Me acerqué y vi que la platina era Kenwood y los altavoces JBL. Allí vivía alguien con dinero. El hijo de mi cliente, sin la menor duda.
El salón daba a un pasillo con habitaciones a ambos lados, parecido a un coche-cama de un tren. A medida que avanzaba por el pasillo, notaba un olor fétido, como de comida pasada o de ratón muerto. Eché un vistazo a todas las habitaciones pero no vi nada. Al final del pasillo estaba la cocina. El olor se volvió más intenso pero tardé un poco en darme cuenta de donde venía. Un chico estaba desplomado en la mesa de la cocina. Aunque el aire acondicionado estaba en marcha, el cuerpo empezaba a descomponerse.
El olor era fuerte, dulzón y nauseabundo. La ensalada de carne y el Chablis se me revolvieron en el estómago, pero retuve las nauseas e incorporé al chico en la silla. Tenía un agujero de bala en la frente. Un hilillo de sangre seca le recorría la cara, pero no tenía marcas de golpes. El cráneo tenía un aspecto mucho más desagradable.
Volví a dejarlo como estaba. Algo me decía, supongo que mi intuición femenina, que estaba ante los despojos de Peter Thayer. Tenía que llamar a la policía pero seguramente no tendría otra oportunidad de entrar en el piso. El chico llevaba muerto unos días: la policía podía esperar unos minutos más.
Me lavé las manos en la cocina y fui a investigar en las habitaciones. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí el cadáver ni por qué ninguno de los compañeros de piso había llamado a la policía. Hallé la respuesta a la segunda pregunta al ver una lista al lado del teléfono con las direcciones de veraneo de Berne, Steiner y Harata. Un par de habitaciones con libros y papeles pero sin ropa tenía que pertenecer a estos tres.
La tercera habitación era del chico muerto y de una chica llamada Anita McGraw. Su nombre estaba escrito con letras grandes y alargadas en las guardas de varios libros. En la destartalada mesa de madera había una foto del muerto y de una chica junto al lago. La chica tenía el pelo ondulado y rojizo y desprendía tal vitalidad e intensidad que parecía que de un momento a otro saldría de la foto. Era una foto mucho más bonita que la que me había dado mi cliente la noche anterior. Un chico sería capaz de dejar muchas más cosas que los estudios de empresariales por una chica así. Quería conocer a Anita McGraw.
Hurgué entre los papeles pero no había nada personaclass="underline" panfletos que instaban a boicotear pactos sin la negociación de los sindicatos, literatura marxista y un montón de apuntes y libretas previsibles en un piso de estudiantes. En un cajón encontré unos cheques de la compañía de seguros Ajax a nombre de Peter Thayer. Era evidente que el chico tenía un trabajo aquel verano. Los tuve un momento en la mano y al final me los metí en el bolsillo trasero de los tejanos. Seguí revolviendo papeles y encontré una tarjeta del censo con una dirección de Winnetka. También la guardé. Nunca sabes qué te podrá servir. Cogí la foto y me fui.
Al salir a la calle respiré profundamente. Nunca imaginé que aquel aire irrespirable pudiera oler tan bien. Entré en el centro comercial y llamé al distrito 21 de policía. Mi padre había muerto hacía diez años, pero todavía me sabía el número de memoria.
– Departamento de homicidios, le habla Drucker -gruñó una voz.
– Hay un cadáver en el 5462 de South Harper, en el tercer piso -dije.
– ¿Quién es usted? -dijo bruscamente.
– 5462 de South Harper. Tercer piso -repetí-. ¿Entendido? -y colgué.
Volví al coche y me fui. Los policías me echarían la bronca por no haberme quedado en el escenario del crimen pero tenía que arreglar algunas cosas. Llegué a casa en 21 minutos y me duché para intentar borrar de mi mente la imagen de la cara de Peter Thayer. Me puse pantalones blancos y una camisa negra de seda: ropa limpia y elegante para adentrarme en el mundo de los vivos. Cogí los papeles y la foto que había robado y los metí en un bolso grande. Fui a mi despacho, deposité el botín en la caja fuerte y llamé al contestador automático. No tenía ningún mensaje, así que llamé al número que Thayer me había dado. Sonó tres veces y luego saltó la voz de una mujer que decía: «El número al que llama -6749133- no está asignado a ningún usuario. Compruebe que el número sea correcto y vuelva a intentarlo». Aquella voz monótona destrozó mi última esperanza de que mi cliente fuera John Thayer. ¿Quién era entonces? ¿Por qué quiso que encontrara el cadáver? ¿Y por qué había involucrado a la chica y le había dado un nombre falso?
Con un cliente y un cadáver no identificados, dudaba de cuál era mi trabajo: cabeza de turco para encontrar un cadáver, por supuesto. Aun así, nadie había visto a McGraw desde hacía días. A lo mejor mi cliente sólo quería que encontrara el cadáver, pero la chica me despertaba mucha curiosidad.
Supongo que mi trabajo no incluía anunciar la muerte de Peter a su padre, si es que aún no lo sabía. Pero antes de descartar por completo que mi cliente era John Thayer, tenía que conseguir una foto suya. «Aclara las dudas cuanto antes» es mi lema. Me mordí los labios mientras pensaba dónde podría encontrar una foto de este hombre sin causar demasiado alboroto.
Cerré el despacho y crucé el Loop para llegar a Monroe con La Salle. El banco Dearborn ocupaba cuatro edificios enormes en esta intersección. Me decidí por el que tenía letras doradas en la puerta y le pregunté al guarda dónde estaba el Departamento de Relaciones Públicas.
– Piso 32 -masculló-. ¿La están esperando?
Le dediqué mi sonrisa más angelical, le contesté que sí y me escurrí hasta el piso 32 mientras él apuraba un cigarrillo.
Las recepcionistas de Relaciones Públicas van siempre impecables, engominadas y vestidas a la última. El mono ajustado de color lavanda que llevaba ésta tenía todos los números de ser el modelito más extravagante del banco. Me ofreció una sonrisa falsa y una copia del último informe anual. Le devolví la sonrisa falsa, cogí el ascensor, saludé al guarda con la cabeza y salí como si tal cosa.
Mi estómago todavía se quejaba, así que me llevé el informe al Rosie para hojearlo al mismo tiempo que tomaba café y helado. John L. Thayer, vicepresidente ejecutivo del Banco Fiduciario Dearborn, aparecía en la primera página junto a otros peces gordos. Delgado, con la piel bronceada y el típico traje gris de banquero; no tenía que verlo bajo una luz de neón para darme cuenta de que no se parecía en absoluto a la visita de la noche anterior.
Me mordí el labio inferior otra vez. La policía estaría interrogando a todos los vecinos. Pero yo tenía una pista que ellos no tenían: los cheques. La compañía de seguros Ajax estaba en el Loop, no muy lejos de donde me encontraba ahora. Eran las tres de la tarde: todavía estaba a tiempo de hacer una visita de negocios.
La sede de Ajax se hallaba en un moderno rascacielos de cristal y acero de 60 pisos. Visto desde fuera, siempre me había parecido uno de los edificios más feos de la zona de negocios. El vestíbulo principal era muy soso y nada de lo que vi después me hizo cambiar de opinión. El guarda era más agresivo que el del banco y no me dejaba entrar sin acreditación. Le dije que tenía una cita con Peter Thayer y le pregunté en qué piso estaba.
– No tan rápido, señorita -gruñó-. Preguntaré si el señor está en su despacho, y si es así, él la autorizará.