No hice ningún gesto.
– No soy policía ni periodista. ¿Piensas que la policía busca a Anita para acusarla de la muerte de Peter?
– Claro -rezongó Mary-. Han estado preguntando si Peter se acostaba con otras chicas y si Anita era celosa, o si él había escrito un testamento y le había dejado dinero. Lo siento. Ya puedes irte y decirles que no se saldrán con la suya.
– Me gustaría plantear otra versión -dije.
– Vete a la mierda -dijo Mary-. No nos interesa. Vete de aquí.
– No me iré hasta que no me hayáis escuchado.
– ¿Quieres que la eche, Mary? -preguntó Annette.
– Inténtalo -dije-. Pero os pondréis más furiosas si hago daño a alguien, y de todas formas no pienso irme hasta que no hayáis escuchado lo que quiero deciros.
– Está bien -dijo Mary de mal humor y sacó el reloj del bolsillo-. Tienes cinco minutos. Después Annette te echará.
– Gracias. Mi historia es corta. Puedo adornarla más tarde si tenéis alguna pregunta. Ayer asesinaron a John Thayer, el padre de Peter, delante de su casa. La policía cree que lo mató un asesino a sueldo que tienen fichado, aunque no tienen ninguna prueba. Yo creo, al contrario que la policía, que es el mismo hombre que mató a Peter el pasado lunes. ¿Por qué asesinaron a Peter? Pues porque descubrió algo que podía perjudicar a un sindicalista muy poderoso y muy corrupto. No he descubierto lo que sabía Peter, pero me imagino que tiene que ver con transacciones de dinero ilegales. También es probable que su padre estuviera metido en este asunto, al igual que su jefe.
Estiré las piernas y apoyé las manos en el suelo. Nadie decía nada.
– Todo esto son suposiciones. No tengo ninguna prueba que pueda llevar a los tribunales, pero tengo bastante experiencia en observar las relaciones y las reacciones de las personas. Si mis suposiciones son ciertas, la vida de Anita McGraw está en grave peligro. Lo más probable es que Peter Thayer contara a Anita lo que había descubierto, y que cuando ella encontró su cadáver el lunes, se asustara y se fugara. Mientras esté viva y sea la única que conozca el secreto de la historia, sea cual sea, los hombres que mataron dos veces para que no saliera a la luz no tendrán ningún reparo en matarla a ella también.
– Sabes muchas cosas -dijo Ruth-. ¿Cómo puedes saber tanto del tema si no eres ni policía ni periodista?
– Soy investigadora privada -dije como si no fuera conmigo-. Mi cliente es una chica de catorce años que vio cómo mataban a su padre y que está muy asustada.
Mary seguía enfadada.
– Eso es lo mismo que ser policía. Da igual quién pague tu sueldo.
– Te equivocas -dije-. Hay una gran diferencia. Yo tomo mis propias decisiones, no dependo de una jerarquía de agentes, oficiales e inspectores.
– ¿Qué pruebas tienes? -preguntó Ruth.
– El viernes pasado me dio una paliza el jefe del asesino a sueldo que seguramente mató a los Thayers. Quería que dejara el caso. Aunque no puedo demostrarlo por el momento, creo que sé quién lo contrató: un hombre que consiguió el contacto a través de un socio que tiene relaciones con criminales reputados. Este hombre es el que contrató a Peter este verano. Y sé que el hombre que tiene contactos con criminales se veía con el jefe de Peter. Su ex jefe. Todavía no he descubierto si se trata de dinero, pero me lo imagino. En ese ambiente, un escándalo sexual no viene a cuento, y tampoco creo que se trate de espionaje.
– ¿Y de droga? -preguntó Gail.
– No creo -dije-. Aunque es verdad que es una fuente ilegal de dinero que no hace ascos al asesinato para protegerse.
– Sinceramente, V. I., Vic, o como te llames, no me has convencido. No creo que Anita esté en peligro. Pero si alguien no está de acuerdo conmigo y sabe dónde está Anita, adelante, traicionadla.
– Tengo otra pregunta -dijo Ruth-. Suponiendo que supiéramos dónde está y te lo dijéramos, ¿en qué saldría ganando Anita si todo lo que has dicho es cierto?
– Si descubro en qué consiste exactamente el negocio ilegal, podré conseguir pruebas definitivas de quién es el asesino -dije-. Cuanto antes lo averigüe, menos probabilidades tendrá el asesino de encontrar a Anita.
Nadie hablaba. Esperé, callada, durante un rato. En el fondo deseaba que Annette intentara echarme. Me apetecía romperle el brazo a alguien. Las mujeres radicales son tan paranoicas, y las estudiantes radicales combinan la paranoia con el aislamiento y la pomposidad. Podría romperles los brazos a todas para divertirme un rato. Annette no se movió. Y nadie me dio la dirección de Anita.
– ¿Satisfecha? -preguntó Mary triunfante y con una sonrisita de suficiencia.
– Gracias por vuestro tiempo, compañeras -dije-. Si alguien cambia de opinión, os dejo tarjetas de visita con mi número de teléfono al lado del café.
Las dejé en la mesa y me fui.
Estaba muy deprimida de camino a casa. Peter Wimsey se habría camelado a todas esas zafias radicales hasta que babearan por él. Nunca habría desvelado que era detective; habría empezado una charla inteligente para descubrir todo lo que quería saber y después habría dado doscientas libras a la Fundación para la Liberación de las Lesbianas.
Torcí a la izquierda por la avenida Lake Shore disfrutando del placer de ir a toda velocidad hasta perder casi el control del coche. Me daba igual si me paraban. Recorrí los cinco kilómetros que hay entre la calle 51 y la plaza McCormick en tres minutos. En aquel momento me di cuenta de que me estaban siguiendo.
La velocidad máxima permitida era 70, y aunque yo iba a 120, veía las mismas luces en el retrovisor desde que había entrado en la avenida. Reduje la velocidad y me puse en el carril de la derecha. El otro coche no cambió de carril pero también redujo la velocidad.
¿Desde cuándo me estaban siguiendo y por qué? Si Earl quisiera eliminarme, había tenido muchas oportunidades; no tenía ninguna necesidad de perder dinero en sicarios para seguirme. A lo mejor no sabía dónde había ido después de dejar mi piso, pero no era muy probable. Había dejado el número de Lotty en mi contestador, y es muy fácil conseguir una dirección a través de la compañía de teléfonos, si tienes el número.
A lo mejor buscaban a Jill y no sabían que estaba en casa de Lotty. Seguí conduciendo a poca velocidad sin cambiar de carril ni salir de la autopista precipitadamente. Mi acompañante seguía en el carril del medio y había dejado pasar a unos cuantos coches. A medida que nos acercábamos al centro, la autopista estaba más iluminada y pude ver mejor el coche; parecía un sedán gris.
Si cogían a Jill, tendrían un arma poderosa para que dejara el caso. Pero era casi imposible que Earl pensara que yo tenía un caso. Me había asustado y me había destrozado el piso, y había conseguido que la policía detuviera a alguien. Por lo que yo sabía, y a pesar de la muerte de John Thayer, Donald Mackenzie seguía encarcelado. Tal vez creyeran que los llevaría hasta el documento que no vieron en el piso de Peter y que no encontraron en el mío.
La frase «llevaría hasta» me dio la clave. Claro. No les interesaba yo, ni Jill, ni siquiera la reclamación. Buscaban a Anita, como yo, y pensaban que podría llevarles hasta ella. ¿Pero cómo habían averiguado que esta noche iría al campus? No lo habían averiguado, me habían seguido hasta allí. Cuando hablé con McGraw, le dije que tenía una pista que me llevaría hasta Anita; él se lo habría dicho a… ¿Smeissen? ¿Masters? No me convencía que McGraw delatara a su hija. Tendría que habérselo dicho a alguien de su confianza. A Masters seguro que no.
Si mis deducciones eran ciertas, tenía que dejar que siguieran con sus conjeturas. Mientras creyeran que sabía algo, seguramente mi vida no corría peligro. Salí de la avenida por la fuente de Buckingham y vi los chorros de agua de colores que iluminaban la noche. Un montón de gente estaba disfrutando del espectáculo. Tal vez podría perderme en la multitud, pero no me convenció la idea. Seguí hasta la avenida Michigan y aparqué en la acera de enfrente del hotel Conrad Hilton. Cerré la puerta del coche y crucé la calle tranquilamente. Desde la entrada del hotel eché un vistazo fuera hasta que vi como el sedán aparcaba delante de mi coche. Sin esperar a ver qué hacían sus ocupantes, caminé a toda prisa por el pasillo del hotel que daba a una entrada lateral, en la calle Eighth.