Me puse unos tejanos y caminé de puntillas hasta la cocina para prepararme un café. Mientras el agua goteaba a través del filtro de porcelana blanca, busqué en el salón algo para leer. De madrugada, todos los libros parecen igual de aburridos. Al final me quedé con Viena en el siglo diecisiete, de Dorfman, me serví una taza de café y fui pasando páginas que hablaban de la devastadora peste que siguió a la Guerra de los Treinta Años, y de la calle llamada Graben, «la tumba», porque en ella habían enterrado a mucha gente. Aquella terrible historia me puso más nerviosa de lo que estaba.
Por encima del zumbido de los ventiladores, oí el teléfono que sonaba en la habitación de Lotty. Habíamos desenchufado el de la habitación de Jill. Pensé que tenía que ser para Lotty, una mujer a punto de parir, el aborto de una muchacha, pero estaba tensa y no me sorprendió ver que Lotty venía hacia mí con el batín rayado.
– Es para ti. Una tal Ruth Yonkers.
Me encogí de hombros; el nombre no me decía nada.
– Siento haberte despertado -dije y caminé por el pasillo hasta la habitación de Lotty. Pensé que toda la tensión que había acumulado aquella noche se basaba en aquella llamada inesperada de una mujer desconocida. El aparato estaba en una pequeña mesa indonesia al lado de la cama de Lotty. Me senté en la cama y contesté.
– Soy Ruth Yonkers -dijo una voz ronca-. Nos conocimos hace unas horas en la reunión de la universidad.
– Ah, sí -dije calmada-. Ya me acuerdo de ti.
Era la rechoncheta que me hizo todas las preguntas al final.
– Hablé con Anita después de la reunión. No sabía si creerte o no, pero tenía que consultarlo con ella de todas formas.
Me aguanté la respiración y no dije nada.
– Me llamó la semana pasada, y me dijo que había encontrado el ca…, que había encontrado a Peter. Me hizo prometer que no le diría a nadie dónde estaba sin consultárselo antes. Ni siquiera a su padre, o a la policía. Me pareció muy extraño…
– Entiendo -dije.
– ¿De verdad? -preguntó con recelo.
– Pensaste que mató a Peter, ¿verdad? -dije sin usar un tono amenazador-. Y te sentiste atrapada cuando decidió confiar en ti. No querías traicionarla pero tampoco querías tener nada que ver con un crimen. Cuando yo aparecí en escena, te sentiste aliviada de poder recurrir a la promesa.
Ruth suspiró levemente y se le escapó una risa a medias.
– Exactamente. Eres más lista de lo que creía. No había pensado que Anita pudiera estar en peligro realmente. Ahora entiendo por qué estaba tan asustada por teléfono. Bueno, la cuestión es que la llamé y estuvimos hablando mucho rato. Nunca ha oído hablar de ti y hemos estado discutiendo si podíamos confiar en ti.
Hizo una pausa pero no la interrumpí.
– En realidad, todo se reduce a eso. Si es verdad que un grupo mafioso la busca, aunque parezca surrealista, dice que tienes razón.
– ¿Dónde está? -pregunté con suavidad.
– En Wisconsin. Te llevaré hasta ella.
– No. Dime dónde está y ya la encontraré. Me están siguiendo, y sólo empeoraría las cosas si tuviera que encontrarme contigo.
– Entonces no te diré dónde está -dijo Ruth-. Le he prometido que yo te acompañaría.
– Ruth, te has comportado como una buena amiga y has cargado con un gran peso, pero si los que persiguen a Anita descubren que tú sabes dónde está, tu propia vida correrá peligro. Deja que me arriesgue yo sola; es mi trabajo, al fin y al cabo.
Estuvimos discutiendo un rato, pero Ruth se dejó convencer. Había acumulado mucha tensión desde que Anita la llamó por primera vez, y estaba contenta de cargarle el muerto a otro. Anita estaba en Hartford, un pueblecito al noroeste de Milwaukee. Trabajaba de camarera en una cafetería. Se había cortado el pelo y se lo había teñido de negro, y se hacía llamar Jody Hill. Si me iba ahora, podría llegar a Hartford justo a la hora de abrir.
Eran más de las cuatro cuando colgué. Me sentía como nueva y con los cinco sentidos, como si hubiera dormido ocho horas plácidamente, en vez de dormitar tres miserables horas.
Lotty estaba en la cocina tomando café y leyendo.
– Lotty, lo siento mucho. Con lo poco que duermes, sólo te faltaba yo. Pero creo que es el principio del final.
– Qué bien -dijo poniendo un punto en el libro y cerrándolo-. ¿Sabes dónde está la chica que desapareció?
– Sí. Una amiga suya me ha dado la dirección. Ahora tengo que salir de aquí sin que me vean.
– ¿Dónde está?
No sabía si responderle.
– Cariño, me han interrogado expertos más obstinados que los matones de Smeissen. Y creo que alguien más debería saberlo.
Esbocé una sonrisa.
– Tienes razón. Pero el problema es: ¿qué hacemos con Jill? Teníamos que ir a Winnetka mañana, bueno, hoy, para averiguar si su padre tiene documentos que puedan demostrar su conexión con Masters y McGraw. Aunque a lo mejor Anita me da la respuesta. Pero estaría más tranquila si Jill estuviera en su casa. Todo este tinglado, Paul durmiendo bajo la mesa del comedor y Jill cuidando a los niños, me pone nerviosa. Si quiere volver y quedarse el resto del verano conmigo, genial, pero cuando se haya arreglado todo esto. Por el momento, sería mejor que volviera a su casa.
Lotty apretó los labios y clavó la mirada en el café durante un rato hasta que dijo:
– Tienes razón. Ahora ya está mejor, después de dormir dos noches de un tirón y estar rodeada de gente tranquila que la aprecia, seguramente puede volver con su familia. Estoy de acuerdo. Y todo esto de Paul es muy delicado. Es muy amable pero es muy delicado en un espacio tan reducido.
– Mi coche está delante del hotel Conrad Hilton, en el centro. No puedo ir a buscarlo porque lo estarán vigilando. A lo mejor podría ir a buscarlo mañana y llevar a Jill a su casa. Yo estaré de vuelta mañana por la noche, me despediré y te daré un poco de intimidad.
– ¿Quieres coger mi coche? -sugirió Lotty.
Lo medité un momento.
– ¿Dónde lo tienes aparcado?
– Aquí delante.
– Gracias, pero tengo que salir sin que me vean. No sé si nos están vigilando, pero buscan a Anita desesperadamente. Y han llamado antes para asegurarse de que estaba aquí.
Lotty se levantó y apagó la luz de la cocina. Miró por la ventana medio escondida por el geranio y las cortinas de gasa.
– Yo no veo a nadie. ¿Por qué no despertamos a Paul? Que coja mi coche y dé unas cuantas vueltas a la manzana. Si nadie lo sigue, que te recoja en el callejón de detrás, y tú lo dejas al final de la calle.
– No me convence. Tú te quedarás sin coche, y cuando Paul vuelva andando, si hay alguien vigilando, sospecharán de él.
– Vic, no es tu estilo encontrar tantas pegas. No nos dejarás sin coche. Tendremos el tuyo. Y por lo de Paul -dijo y se quedó pensando un rato-. Ya lo tengo: déjalo en la clínica. Que siga durmiendo ahí. Tenemos una cama por si tenemos que quedarnos alguna noche Carol o yo.
– Está bien, no voy a buscar más pegas. Despertemos a Paul y a ver qué pasa.
Paul se despertó deprisa y de buen humor. Cuando le explicamos el plan, se entusiasmó.
– Si veo a alguien merodeando por aquí fuera, ¿quieres que le pegue?
– No hace falta, cariño -dijo Lotty entre risas-. Será mejor pasar desapercibido. En Sheffield con Addison hay un bar abierto toda la noche. Llámanos desde allí.
Dejamos a Paul solo para que se vistiera. Al cabo de unos minutos apareció en la cocina peinándose el pelo hacia atrás con la mano izquierda y abrochándose una camisa azul con la derecha. Lotty le dio las llaves de su coche. Observamos a Paul, a oscuras, desde la habitación de Lotty. Nadie le atacó y subió al coche sin problemas; no vimos a nadie que lo siguiera.