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Salí del bar, metí dinero en el parquímetro y me senté en el coche. Estuve una media hora haciendo un crucigrama hasta que Anita apareció. Abrió la puerta del copiloto y se sentó sin abrir la boca. Doblé el periódico, lo dejé en el asiento de atrás y la miré sin sonreír. En la foto que encontré en el piso se veía una chica sonriente, no muy guapa, pero llena de vitalidad, que es mejor que la belleza en una chica joven. Ahora tenía un aspecto demacrado y las facciones muy tensas.

La policía nunca la habría encontrado basándose en aquella fotografía: estaba más cerca de los treinta que de los veinte, y la falta de sueño, el miedo y la tensión acumulada le habían dejado unas arrugas muy poco comunes a su edad. El cabello negro no le quedaba bien con aquella piel tan clara, la de una pelirroja de verdad.

– ¿Por qué escogiste Hartford? -le pregunté.

Me miró con cara de sorpresa; seguramente era la última pregunta que esperaba que le hiciera.

– El verano pasado vinimos con Peter a la feria del condado de Washington, a cambiar de aires. Tomamos un bocadillo en este bar y cuando me fui, me vino a la memoria.

Tenía la voz cavernosa del cansancio. Me miró y se puso a hablar con rapidez.

– Espero que pueda confiar en ti. Tengo que confiar en alguien. Ruth no sabe qué tipo de gente… qué tipo de gente es capaz de matar a alguien. Yo tampoco, pero creo que sé algo más que ella.

Esbozó una media sonrisa.

– Voy a volverme loca si me quedo aquí más tiempo. Pero no puedo volver a Chicago. Necesito ayuda. No sé si tú podrás ayudarme o si eres una asesina a sueldo astuta que ha conseguido sonsacarle mi paradero a Ruth, no lo sé. Pero tengo que arriesgarme.

Se agarraba las manos con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

– Soy investigadora privada -le dije-. Tu padre me contrató la semana pasada para que te encontrara, y en vez de a ti, encontré el cadáver de Peter. Este fin de semana me llamó y me dijo que dejara de buscarte. Me imagino el porqué. Por eso estoy metida en el asunto. Tienes razón cuando dices que estás en peligro, y si la cago, ni tú ni yo saldremos muy bien paradas. Pero no puedes esconderte aquí el resto de tus días, y yo creo que soy lo bastante rápida, inteligente y profesional para arreglar las cosas y ayudarte a salir de tu escondite. No puedo aliviarte el sufrimiento que sientes ahora, y que sentirás, pero puedo llevarte a Chicago o a donde quieras para que puedas vivir sin esconderte y con dignidad.

Se quedó pensando y asintiendo con la cabeza. La gente andaba arriba y abajo. Me sentía como en una pecera.

– ¿Podemos hablar en otra parte, en algún sitio más tranquilo?

– Sí, hay un parque…

– Perfecto.

Volví a la carretera 60 dirección Milwaukee. Aparqué el Datsun en un lugar apartado del camino y caminamos hasta el borde de un riachuelo que cruzaba el parque. Desde donde nos sentamos veíamos la fábrica de la Chrysler por detrás. Hacía calor, pero al menos en el campo el aire era fresco y agradable.

– Has hablado de vivir con dignidad -dijo con la vista clavada en el agua y el gesto torcido-. Creo que nunca más podré hacerlo. Sé lo que le pasó a Peter. En cierto modo se podría decir que lo maté yo.

– ¿Por qué dices esto? -le dije con suavidad.

– Has dicho que encontraste el cadáver. Bueno, yo también. Llegué a casa a las cuatro y encontré a Peter muerto. Entonces entendí lo que había pasado. Me puse muy nerviosa y me escapé. No sabía adónde ir. No vine aquí hasta el día siguiente. La primera noche estuve en casa de Mary y luego vine aquí. No entendí por qué no me esperaron en el piso, pero sabía que si volvía, me matarían.

Empezó a sollozar y se le entrecortaba la respiración.

– ¡Dignidad! -dijo con voz ronca-. Lo que daría por dormir una noche de un tirón.

No dije nada, sólo la miraba. Al cabo de un rato se calmó un poco.

– ¿Hasta dónde has averiguado? -me preguntó.

– No puedo probar casi nada de lo que sé. Tengo algunas suposiciones. Lo único de lo que estoy segura es que tu padre y Masters tienen un negocio entre manos. No sé de qué se trata exactamente, pero encontré una reclamación a Ajax en tu piso. Supongo que Peter la trajo a casa y, por tanto, el negocio tiene que estar relacionado con las reclamaciones de seguros. Sé que tu padre conoce a Earl Smeissen, y sé que alguien estaba buscando algo desesperadamente, que pensó que estaba en tu piso y cuando no lo encontraron, pensaron que me lo había llevado yo al mío. Estaban tan desesperados que saquearon ambos pisos. Supongo que estaban buscando esta reclamación, y que Smeissen, o uno de los suyos, saqueó nuestros pisos.

– ¿Smeissen es un asesino? -preguntó con voz ronca y asustada.

– Digamos que él no mata directamente, pero contrata a otros para que lo hagan.

– Y mi padre lo contrató para que matara a Peter, ¿verdad?

Me clavó los ojos, angustiada, y con el gesto torcido. Esta era la pesadilla que tenía una noche tras otra. No me extrañaba que no pudiera dormir.

– No lo sé. Es una de mis suposiciones. Tu padre te quiere y tú lo sabes. Se está volviendo loco. Nunca habría puesto tu vida en peligro a sabiendas. Y nunca hubiera dejado que mataran a Peter. Yo creo que Peter se enfrentó a Masters y Masters se cagó de miedo y llamó a tu padre.

Hice una pausa.

– No sé cómo decírtelo, pero tengo que hacerlo. Tu padre conoce a gente que mata a cambio de un buen sueldo. Ha llegado a la cima de un sindicato muy escabroso con negocios también escabrosos, y ha acabado conociendo a este tipo de gente.

Asintió cansinamente sin mirarme a la cara.

– Lo sé. Antes no quería saberlo pero ahora ya lo sé. O sea que mi padre le dio el nombre del tal Smeissen. ¿Es eso lo que intentas decirme?

– Sí. Estoy convencida de que Masters no le dijo de quién se trataba. Sólo le dijo que alguien se había interpuesto en el camino y que tenían que eliminarlo. Es la única explicación que veo al comportamiento de tu padre.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó sin demasiado interés.

– Tu padre vino a verme el pasado miércoles, me dio un nombre falso y una historia falsa, pero quería que te encontrara. Él ya sabía que Peter estaba muerto y estaba preocupado porque tú habías desaparecido. Lo llamaste y le acusaste de haber matado a Peter, ¿verdad?

Asintió de nuevo.

– No sabía lo que me decía. Estaba desquiciada, rabiosa, asustada y muy dolida. No sólo por Peter, sino por mi padre, por el sindicato y por todo aquello con lo que me había educado pensando que era lo correcto y que valía la pena luchar por ello.

– Sí, me imagino que debe de ser duro para ti.

Como no decía nada, seguí hablando yo.

– Al principio tu padre no sabía lo que había pasado. Sólo al cabo de unos días ató cabos y vio que la muerte de Peter estaba relacionada con Masters. Entonces descubrió que Masters hizo matar a Peter. Y entendió que tú también estabas en peligro, y entonces me despachó. No quería que te encontrara porque no quería que te encontrara nadie.

Alzó la vista.

– Ya veo -dijo con el mismo tono cansino-. Entiendo lo que me cuentas, pero no hace que me sienta mejor. Mi padre es el tipo de persona que paga para que maten a alguien, y pagó para que mataran a Peter.

Nos quedamos un rato mirando el río sin cruzar palabra.

– Crecí a la sombra del sindicato -dijo finalmente-. Mi madre murió cuando yo tenía tres años. Como no tenía hermanos ni hermanas, mi padre y yo estábamos muy unidos. Para mí era un héroe; sabía que se metía en algunos líos, pero era un héroe. Siempre me decía que tenía que luchar contra los patronos, y que si pudiera eliminarlos, América sería un sitio mejor para todos los trabajadores y trabajadoras del mundo.

Esbozó otra sonrisa amarga.