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– Parece un cuento de niños, ¿no? Claro, era mi cuento, de niña. A medida que mi padre escalaba posiciones en el sindicato, teníamos más dinero. Ir a la Universidad de Chicago siempre fue un sueño para mí. ¿Siete mil dólares al año? Ningún problema. Me pagó el capricho. ¿El coche? El que tú quieras. En el fondo sabía que un héroe de la clase obrera no podía tener tanto dinero, pero prefería no pensar en ello. Tiene derecho, pensaba. Y cuando conocí a Peter, me reafirmé. Los Thayers tenían mucho más dinero del que mi padre jamás soñó, y nunca trabajaron para conseguirlo.

Hizo una pausa.

– Tenía la conciencia tranquila. Y los tipos como Smeissen… algunos venían a casa de vez en cuando, pero yo no me creía nada. Lees algo sobre un mafioso en el periódico y sabes que ha estado en tu casa tomando algo con tu padre, y dices: «¡Anda ya!».

Negó con la cabeza.

– Peter volvió de la oficina. Aceptó trabajar con Masters para hacer un favor a su padre. Estaba cansado del tema del dinero, incluso antes de que nos enamoráramos, aunque sé que su padre me culpaba de su comportamiento. Quería hacer algo bonito en la vida, pero no sabía qué. Para ser amable con su padre, aceptó trabajar en Ajax. No creo que mi padre lo supiera. Yo no se lo dije. No le contaba casi nada de Peter porque no le gustaba que saliera con el hijo de un banquero tan importante. Además, es muy puritano. No soportaba que viviera con Peter de aquella forma. Así que, como ya te he dicho, no le hablaba casi nunca de Peter.

– La cuestión es que Peter sabía quiénes eran los peces gordos del sindicato. Cuando estás enamorado lo sabes todo del otro. Yo también sabía quién era el presidente del banco Dearborn y normalmente este tipo de cosas no las sé.

Se estaba soltando y ya no le costaba tanto contar la historia con naturalidad. Me limité a formar parte del paisaje al que Anita estaba hablando. No dije nada.

– El trabajo que hacía Peter era bastante aburrido. Revisaba papeleo para Masters en el Departamento de Presupuestos. A Peter le gustaba su jefe, y le daban trabajos muy mecánicos, como por ejemplo mirar que coincidieran las indemnizaciones que la compañía estaba pagando con las cantidades que ponía en los archivos. ¿Estaba Joe Blow recibiendo quince mil dólares cuando su archivo decía que sólo tenía que recibir doce mil? Y cosas por el estilo. Tenían un programa informático que lo revisaba, pero como no acababa de funcionar, le pidieron a Peter que hiciera una revisión manual.

Intentó reírse pero le salió un gran sollozo.

– Si Ajax hubiera tenido un buen programa informático, Peter estaría vivo. Cuando pienso en esto, me cargaría a todos los programadores. Pero en fin, empezó revisando las reclamaciones más importantes, porque Ajax tiene muchos seguros contratados; sólo de accidentes laborales, recibe trescientas mil reclamaciones todos los años, pero Peter sólo iba a revisar unas cuantas al azar. Empezó por las más importantes: las indemnizaciones por invalidez total. Al principio era divertido ver qué cosas le pasaban a la gente. Hasta que un día encontró una reclamación de Cari O'Malley. Invalidez totaclass="underline" había perdido el brazo derecho en un accidente espeluznante con una cinta transportadora. Este tipo de cosas pasan, es verdad; te enganchas con una cinta y la máquina te arranca el brazo. Es horroroso pero sucede.

Asentí con la cabeza.

Entonces alzó la vista y empezó a hablarme a mí, y no simplemente enfrente de mí.

– El problema es que esto no era cierto, ¿sabes? Cari es uno de los vicepresidentes del sindicato, la mano derecha de mi padre; lo conozco de toda la vida. Le llamo tío Cari. Peter lo sabía y trajo la reclamación a casa para comprobar si la dirección del papel coincidía con la de Cari, y sí, era la dirección de Cari. Cari está tan entero como tú o como yo; nunca ha tenido un accidente y hace veintitrés años que no trabaja en la cadena de montaje.

– Entiendo. Supongo que no sabías qué pensar, pero ¿por qué no se lo preguntaste a tu padre?

– No, no sabía qué preguntarle. No podía imaginarme ninguna respuesta lógica, así que Peter y yo nos lo tomamos como una broma de Cari, que había hecho una reclamación falsa porque mira… Pero Peter no se quedó tranquilo y se puso a investigar. Peter era así: le gustaba llegar al fondo de las cosas. Y buscó los nombres de los otros directivos, y todos tenían reclamaciones al seguro. No todos tenían invalidez total, ni permanente, pero todos cobraban grandes cantidades de dinero. Y lo peor fue que mi padre también tenía una. Me asusté tanto que no quise preguntarle nada.

– ¿Joseph Gielczowski es uno de los directivos? -pregunté.

– Sí, es uno de los vicepresidentes y el presidente de la logia 3051, una logia con mucha influencia en Calumet City. ¿Lo conoces?

– No, pero la reclamación que encontré iba a ese nombre.

Ahora entendía por qué no querían que tuviera aquel polvorín en mis manos. No me extrañaba que me hubieran saqueado el piso para encontrarlo.

– Y Peter decidió hablar con Masters, supongo. Tú no sabías que Masters estaba involucrado en el negocio, ¿verdad?

– No, y Peter tampoco, claro. Y pensó que era su deber decírselo. Luego ya veríamos lo que hacíamos. Teníamos que hablar con mi padre, pero pensamos que Masters tenía que saberlo primero.

Sus ojos azules eran pozos de terror.

– Lo que pasó fue que se lo dijo a Masters, y Masters le dijo que parecía algo muy serio, y que le gustaría hablar del caso con Peter, en privado, porque a lo mejor se tendría que llevar el caso a la Comisión General de Seguros. Peter no vio ningún problema y Masters le dijo que pasaría a verlo el lunes por la mañana antes de ir al trabajo.

Me miró directamente a los ojos.

– Tendríamos que habernos imaginado algo raro. Deberíamos haber visto que no era normal, que un vicepresidente no hace estas cosas; si quiere hablar de algo, lo hace en su despacho. Pero pensamos que lo hacía como un favor porque Peter era un amigo de la familia.

Volvió a mirar al río.

– Yo quería estar allí cuando Masters llegara, pero tenía que hacer un trabajo de investigación para un profesor del Departamento de Ciencias Políticas.

– ¿Harold Weinstein? -pregunté.

– Sí. Ya veo que me has estado investigando. La cuestión es que tenía que estar en la universidad a las ocho y media y Masters no vendría hasta las nueve, así que dejé a Peter solo.

Lo abandoné. Oh, por favor, ¿por qué pensaría que aquel trabajo era tan importante? ¿Por qué no me quedé con él?

Ahora estaba llorando de verdad, no simplemente sollozando. Escondió la cabeza entre las manos y estuvo llorando un rato. No paraba de repetir que había dejado que mataran a Peter, y que tendría que haber muerto ella; su padre era el que tenía amigos criminales, no el de Peter. Dejé que se desahogara un rato.

– Escucha, Anita, puedes flagelarte el resto de tu vida, pero tú no mataste a Peter. No lo abandonaste. No le tendiste ninguna trampa. Si hubieras estado allí, ahora también estarías muerta y nunca se habría averiguado la verdad.

– ¡Y a mí qué me importa la verdad! -dijo entre sollozos-. Yo ya la sé. Y me da igual si el resto del mundo la sabe o no.

– Si el resto del mundo no la sabe, es como si estuvieras muerta -dije en un tono muy duro-. Y el próximo chico o chica que trabaje con estos documentos y descubra lo que tú y Peter descubristeis, estará muerto también. Ya sé que para ti es horroroso. Que has pasado un infierno y que te costará salir de él, pero cuanto antes acabemos con este asunto, antes podrás superarlo. Cuanto más tiempo tardemos en resolverlo, más insoportable será para ti.

Seguía con la cabeza hundida entre las manos pero había dejado de sollozar. Al cabo de un rato se incorporó y me miró. Tenía la cara llena de lágrimas y los ojos enrojecidos, pero ya no tenía las facciones tan tensas; incluso parecía un poco más joven, y no la máscara de su muerte anticipada.