Desde la terrible noche en que ella se encontró sumergida en el mundo peligroso de Sergei Yakut, Renata había perfeccionado cada músculo de su cuerpo a su condición máxima, trabajaba servilmente para asegurarse de que ella era tan agudo y letal como las armas que ella llevaba cubiertas en la envoltura de seda y terciopelo que ahora sostenía en la mano.
Sobrevivir. Ese simple pensamiento de guía había sido su faro desde el momento en que ella era una niña incluso mas joven que Mira. Y tan solo… Una huérfana abandonada en la capilla de un convento de Montreal, Renata no tenía ningún pasado, ninguna familia, ningún futuro. Ella solo existía, solo eso.
Y para Renata, eso había sido suficiente. Era suficiente, incluso ahora. Sobre todo ahora, que navegaba por el mundo subterráneo del reino traicionero de Sergei Yakut. Había enemigos a todo alrededor de ella en este lugar, tanto escondidos como visibles. Innumerables formas de que ella diese un paso en falso, para equivocarse. Infinidad de oportunidades para ella de disgustar al despiadado vampiro que sujetaba su vida en sus manos y terminar el sangrando y morir. Pero nunca sin una pelea.
Su mantra de sus días de tempranos de la infancia le sirvió a ella de manera acertada aquí: Sobrevivir otro día. Luego otro y otro.
No había ningún espacio para la blandura en esta ecuación. Ningún derecho de emisión para la piedad o la vergüenza o el amor. Especialmente, no para el amor, de ninguna especie. Renata sabía que su afecto por Mira – que alimentaba el impulso que le daba fuerzas para allanar el camino de la niña, para protegerla a ella como a alguien de su propia familia – probablemente iba a costarle muy caro en el final.
Sergei Yakuto había perdido poco tiempo explotando esa debilidad en ella, Renata tenía las cicatrices para demostrarlo.
Pero ella era fuerte. Ella no había encontrado nada en esta vida que ella no pudiera soportar, físicamente o de otra manera. Ella había sobrevivido a todo eso. Afilada y fuerte, letal cuando ella lo tenía que ser.
Renata salió fuera del alojamiento del albergue y caminó a grandes pasos través de la oscuridad hacia uno de los edificios periféricos que estaban anexos que estaban atrás. El cazador que originalmente había construido el bosque compuesto evidentemente había adorado a sus perros. Una vieja perrera de madera estaba de pie detrás de la residencia principal, dispuesta como un establo, con un amplio espacio que se reducen en el centro y cuatro plumas de acceso controladas alineadas a ambos lados. El techo de viga abierto en donde alcanzaba su punto máximo a unos quince pies de alto.
Aunque pequeño, era un espacio abierto, bien ventilado. Había un granero más grande, más nuevo en la propiedad que permita una circulación más fluida, pero Renata tendían a evitar el otro edificio.
Una vez dentro de ese lugar oscuro, malsano y húmedo era suficiente. Si ella pudiera salirse con la suya, hubiese quemado la maldita cosa hasta cenizas.
Renata encendió el interruptor dentro de la puerta de la perrera y se estremeció cuando la bombilla desnuda en lo alto derramo un lavado de luz amarilla áspera por el espacio. Ella entró, caminando por el suelo liso y apretado de tierra, por delante más allá de los extremos colgados de dos correas largas, trenzadas de cuero que se colocaban alrededor de la viga que estaban en el centro de la estructura. En el extremo mas alejado de la perrera interior se encontraba un poste de madera alto que solía ser equipado con pequeños ganchos de hierro y lazos para el almacenamiento de correas y demás artes. Renata había curioseado y se había desecho de los aparejos hace unos meses, y ahora el puesto funcionaba como un blanco estacionario, la madera oscura marcada con cortes profundos, gubias, y roturas. Renata coloco sus láminas envueltas en un fardo de paja cercano y se lo puso de cuclillas. Ella se quito sus zapatos, entonces camino descalza por el centro del la perrera y se movió hasta alcázar el par de correos de cuero largo que hacia, una en cada mano. Ella enredo el cuero alrededor de sus muñecas un par de veces, probando la holgura de estas. Cuándo lo sintió cómodo, ella se extendió flexionando sus brazos y se levanto del suelo tan suavemente como si ella tuviera alas. Suspendida, con esa sensación de ingravidez, temporalmente transportada, Renata comenzó su calentamiento con las correas. El cuero crujía suavemente cuando se volvió para darse vuelta e intercambio su cuerpo varios pies del suelo. Esta era la paz para ella, la sensación de sus miembros ardiendo, poniéndose mas fuertes y más ágil con cada movimiento controlado.
Renata se dejó a si misma deslizarse en una meditación ligera, sus ojos cerrados, todos sus sentidos entrenados hacia el interior, concentrándose en su ritmo cardíaco y su respiración, en el fluido concierto de sus músculos cuando ella se desperezo de un agarre largo, para mantener la imposición a otro. No fue sino hasta que ella había girado sobre su eje para quedar en una postura con la cabeza hacia abajo, y sus tobillos ahora afianzando bien las correas para sostenerla en lo alto, que ella sintió una leve agitación en el aire a su alrededor. Fue repentino y sutil, pero inconfundible.
Tan inconfundible como el calor de un aliento que exhalaba ahora calentando su mejilla.
Sus ojos se abrieron de golpe. Luchado para enfocarse en los alrededores invertidos y el intruso que estaba de pie debajo de ella. Era el guerrero de la Raza -Nikolai. “¡Mierda!" ella dijo entre dientes, su falta de atención haciendo oscilar un poco el dominio de las correas. "¿Qué diablos crees tu que estás haciendo?"
"Tranquila", dijo Nicolái. Él levantó sus manos como si fuera a estabilizarla. "No estaba tratando de asustarte."
"Tu no lo hiciste". Contesto ella con palabras planas, pronunciadas con frialdad. Con una líquida flexión de su cuerpo, se trasladó a sí misma fuera de su alcance. "¿Te importaría? Estás interrumpiendo mi entrenamiento".
"Ah". Sus oscuras cejas rubias se arquearon hacia arriba mientras su mirada seguía la línea de su cuerpo en donde todavía colgaba de los tobillos. "¿Qué es exactamente lo que tu estás entrenando allí arriba, para el Cirque du Soleil?
Ella no dignifico el pinchazo con una respuesta. No es que él esperara una. Él Giró lejos de ella y se dirigió hacia el poste que estaba al otro extremo de la perrera. Él extendió la mano y sus dedos rastrearon las más profundas de las muchas cicatrices que tenia la madera. Entonces él encontró sus láminas y levantó la tela que las contenía. Metal tintineo al chochar suavemente dentro del cuadrado doblado de seda atado con la cinta de listo y terciopelo.
"No toques eso”, dijo Renata, liberándose de las correas y balanceándose alrededor para colocar sus pies en el suelo. Ella se camino hacia adelante con paso majestuoso. "Te dije, que no los tocaras. Son míos. "
Él no se resistió cuando ella le arrebató la preciada posesión -las únicas cosas de valor que ella podía reclamar como suyas – estaban en sus manos. El aumento en sus emociones le hizo girar la cabeza un poco, los efectos secundarios aun persistentes de la repercusión psíquica que ella esperaba hubiesen pasado. Ella dio un paso hacia atrás. Tuvo que trabajar para mantener estable su respiración. "¿Estás bien?"
No le gusta el aspecto de su mirada de preocupación reflejada en sus ojos azules, como si él pudiera sentir su debilidad. Como si él supiera que ella no era tan fuerte como quería-o necesitaba-aparentar.
"Estoy bien". Renata trasládalo las láminas a una de las plumas de la perrera y las desenvolvió. Una por una, ella cuidadosamente coloco cada una de las cuatro repujadas dagas hechos a mano bajo la cornisa de madera delante de ella. Forzando un tono ligeramente presumido en su voz. "¿Parece que quien debería estar haciéndote esa pregunta debería ser yo, no te parece? Te deje caer bastante muy duro allá atrás en la ciudad".