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Simplemente porque ella podía, Renata lo golpeó con una pequeña sacudida del poder de su mente.

"Mierda", gruñó él, y en el instante en que su agarre sobre ella se relajó, ella salió de su alcance y se volvió hacia él para enfrentarlo. Ella esperaba la cólera de él, la temía un poco, pero él sólo levantó su cabeza y le dirigió a ella un pequeño encogimiento de hombros. "No te preocupes, cariño. Solo voy a tener que jugar contigo hasta que las repercusiones se activen y te derriben".

Cuando ella lo contemplaba, confundida y afligida por que él pudiera saber acerca del desperfecto que tenia su habilidad, el dijo "Lex me puso al tanto acerca de un par de cosas sobre ti también. Él me conto lo que te sucede cada vez que tu disparas uno de aquellos misiles psíquicos. Componente muy poderoso. Pero yo en tu lugar, no lo gastaría sólo porque te sientes en la necesidad de demostrar un punto." "A la mierda con Lex", murmuró Renata. "Y a la mierda tu también. No necesito tus consejos, y seguro como el infierno no necesito a ninguno de ustedes dos hablando mierda acerca de mí detrás de mi espalda. Esta conversación ha terminado". Enojada como estaba ahora, ella impulsivamente flexiono hacia atrás su brazo y lanzó la daga en su dirección, a sabiendas de que él fácilmente podía salir de su camino justo como antes. Únicamente que esta vez él no se movió. Con un chasquido rápido como un relámpago de su mano libre, él extendió la mano y capturo la lámina que navegaba sobre el aire. Su sonrisa satisfecha totalmente la saco fuera de sus casillas.

Renata arrancó la última daga de su lugar de descanso en la repisa de la perrera y la envió a volar hacia él. Al igual que la otra antes de ésta, éste también fue tomado en el aire y ahora estaban atrapadas en las manos hábiles del guerrero de la Raza.

Él la miró, sin parpadear, con un calor masculino que la debería haber helada, pero excepto que no lo hizo. "¿Y ahora qué vamos a hacer para divertirnos, Renata?"

Ella lo fulmino con la mirada. "Entretente tu mismo. Yo me voy de aquí."

Ella se dio la vuelta, lista para salir con paso majestuoso de la perrera. Apenas había dado dos pasos cuando ella escucho un sonido agudo en ambos lados de su cabeza tan cerca que algunas hebras errantes de su cabello volaron hacia delante de su cara.

Entonces, por delante de ella, observo sobrevolar una mancha borrosa de acero pulido, que estallo hacia el otro extremo de la pared.

Golpe seco – golpe seco.

Las dos dagas que habían navegado por delante de su cabeza con un objeto errático – estaban ahora sepultadas en la vieja madera a mitad de camino de sus empuñaduras. Renata se dio la vuelta, furiosa. “Tu hijo de puta…"

Él se lanzo justo encima de ella, su enorme cuerpo obligándola a irse hacia atrás, sus ojos azules brillando intermitentemente con algo más profundo que la simple diversión o la básica arrogancia masculina. Renata retrocedió un paso, sólo lo suficiente para que ella pudiera equilibrar su peso sobre sus talones. Ella se echó hacia atrás y se giro sobre su eje, su otra pierna que elevo en una patada giratoria.

Unos dedos tan inflexibles como las bandas de hierro se cerraron alrededor de su tobillo, retorciéndolo.

Renata cayó al suelo de la perrera, ásperamente sobre su espalda. Él la siguió hasta allí, extendiéndose así mismo sobre ella y acorralándola por debajo de él mientras ella luchaba agitando violentamente sus puños y ondulando las piernas. Tan solo le requirió todo un minuto para doblegarla.

Renata jadeando por el esfuerzo excesivo, levantándose su pecho, que corrían por la velocidad de su pulso. "Ahora, ¿quién es el que desea demostrar algo, guerrero? Tú ganas. ¿Estas feliz ahora?"

Él se quedo con la mirada fija en ella en un extraño silencio, ni demostrando regocijo o enfado.

Su mirada fija se mantenía estable y tranquila, demasiado íntima. Ella podía sentir su corazón martillando contra su esternón. Sus muslos posados a horcajadas sobre ella, mientras el tenia atrapadas sus dos manos por encima de su cabeza. Él la sostenía con firmeza, sus dedos sujetándose alrededor de sus puños en un suave apretón, increíblemente cariñoso. La mirada fija de él se desvió hasta el agarre de sus manos, con un destello de fuego que crepitaba sobre su iris cuando se encontró con la pequeña marca de nacimiento color carmesí de una lagrima que caía montada sobre una medialuna que había dentro de su muñeca derecha. Con su pulgar acarició aquel preciso lugar, una caricia fascinante-hipnótica que envió calor corriendo por sus venas.

"¿Todavía quieres saber lo que vi en los ojos de Mira?"

Renata ignoró la pregunta, segura de que eso era la ultima cosa que ella necesitaba saber en esos momentos. Ella luchó con fuerza debajo de la molesta losa muscular de su cuerpo pesado, pero él la dominaba con maldito poco esfuerzo. Bastardo. "¡Quíntate de mi!".

"Pregúntame otra vez, Renata. ¿Qué fue lo que vi?"

"Te dije, ¡Que te quitaras de mi!", gruño ella, sintiendo el aumento del pánico dentro de su pecho. Tomó una respiración para calmarse, sabiendo que ella tenía que guardar la calma. Ella tenía que mantener conseguir la situación bajo control, y rápidamente. La última cosa que ella necesitaba era que Sergei Yakut saliera a buscarla y la encontrara clavada e impotente debajo de este otro macho. "Déjame salir ahora."

"¿De qué tienes miedo?"

"De nada, ¡maldito seas!"

Ella cometió el error de levantar su mirada fija hacia él. Calor ámbar incitándose dentro del interior del azul de sus ojos, fuego devorando el hielo. Sus pupilas se comenzaron a estrechar rápidamente, y detrás de la limpia mueca de sus labios, ella observo las puntas agudas de sus emergentes colmillos.

Si él estaba enojado ahora, esa era sólo una parte de la causa física de su transformación; ya que donde su pelvis se posaba amenazadoramente sobre ella, ella sentía la cresta dura de en ingle, de la dilatación muy evidente de su polla presionándose deliberadamente entre las piernas.

Ella se movió, tratando de escapar de ese calor, de la erótica posición de sus cuerpos, pero eso sólo la dejo mas encajada sobre ella. El pulso acelerado de Renata se elevo aun más en un ritmo urgente, y un calor no deseado comenzó a florecer en su núcleo.

¡Oh, Dios!. No es bueno. Esto no esta bien.

"Por favor”, ella gimió, odiando a sí misma por el débil temblor que sonó al momento de pronunciar la palabra. Odiándolo a él también.

Quería cerrar los ojos, rehusándose a ver se ardiente, fija mirada hambrienta o su boca que estaba tan cerca de la suya. Quería negarse a sentir todo lo ilícito que él movía en ella – el peligro de este inesperado, deseo mortal. Pero sus ojos se quedaron arraigados en los suyos, incapaz de apartar la mirada, la respuesta de su cuerpo hacia él era más fuerte el mismo hierro, incluso que su voluntad.

"Pregúntame lo que la niña me mostró esta noche en sus ojos", exigió él, con voz, tan baja como un ronroneo. Sus labios estaban tan cerca de los suyos, la piel suave rozo su la boca cuando le hablo. "Pregúntemelo, Renata. O tal vez prefieres ver por ti mismo la verdad."

El beso paso a través de su sangre como fuego.

Los labios se presionaron juntos con pasión, el cálido aliento apresurándose, mezclándose. Su lengua de exploro las comisuras de su boca, sumergiéndose en su interior ahogando su grito mudo de placer. Ella sintió sus dedos acariciando sus mejillas, deslizándose sobre el cabello se su sien, y después, alrededor de su nuca sensible. Él la elevo hacia él, sumergiéndola más profundamente en el beso que la estaba derritiendo, rompiendo toda su resistencia.

No. ¡Oh, Dios! No, no, no.

No puedo hacer esto. No puede sentir esto.

Renata se separó de la erótica tortura de su boca, volviendo la cabeza a un lado. Ella estaba temblando, sus emociones estaban subiendo a un nivel peligroso. Ella arriesgaba mucho aquí, con él ahora. Demasiado.