Madre María, pero ella tenía que apagar esta llama que él le había encendido dentro de su interior. Estaba derritiéndose, mortalmente. Tenía que apagarlo rápidamente. Sus dedos cálidos tocaron su barbilla, dirigiendo su mirada nuevamente a la fuente de su angustia. "¿Estás bien?"
Ella extrajo sus manos de su asimiento suelto, del puño por encima de su cabeza y lo aparto de un empujón, incapaz de hablar.
El se alejó inmediatamente. Le tomó la mano y la ayudó a ponerse sobre sus pies, ella no quería ninguna ayuda, pero estaba demasiado afectada para rechazarlo. Se quedó allí de pie, incapaz de mirarlo, tratando de reagruparse.
Rezando como el infierno que ella no hubiese acabado de firmar su propia sentencia de muerte.
"¿Renata?" Cuando finalmente encontró su voz, se filtró a través de ella, tranquila y frío, con desesperación. "Acércate a mí otra vez”, dijo ella, "Y te juro que te matare".
CAPÍTULO SIETE
Traducido por Laura
Alexei había estado esperando más de diez minutos fuera de las habitaciones privadas de su padre, su solicitud para una audiencia no daba más consideración que la de cualquiera de los otros guardas de seguridad de Yakut. La falta de respeto – la flagrante indiferencia – no durante mucho tiempo le escocía como le ocurrió la otra vez. El se había movido de ese pasado amargo e inútil de hace años, a favor de cosas mas productivas.
Oh, en el foso mas profundo del estomago de Lex el todavía ardía por saber que su padre-su único pariente vivo- podía pensar aunque solo fuera un poco en el, pero el calor del constante y patente rechazo había llegado de alguna forma a ser menos doloroso. Era así simplemente como eran las cosas. Y Lex era más fuerte por eso, de hecho. El era igual que su padre de maneras que ni el viejo bastardo podia nunca imaginar, caminando encorvado y solo para admitirlo.
Pero Lex conocía sus propias capacidades. El sabía sus propias fortalezas. El sabia sin ninguna duda que el podía ser mucho mas de lo que el era ahora, y anhelaba la oportunidad de demostrarlo. A el mismo y, si, al hijo de puta que lo engendró también.
La muesca del metal cogió la onda mientras la puerta finalmente abierta hizo que los pies de Lex se detuvieran. “Justo a tiempo” le gruñó él al guarda que se puso a su lado para dejarle entrar.
La habitación estaba a oscuras, iluminada solo por el brillo de los leños que ardían en la enorme chimenea de piedra en la pared opuesta. La casa estaba conectada con electricidad, pero era raramente utilizada -no había necesidad real para alas luces cuando Sergei Yakut y el resto de la Raza tenía extraordinaria visión, especialmente en la oscuridad.
Los otros sentidos de la Raza eran también bastante agudos, pero Lex sospechaba que incluso un humano estaría en apuros de echar de menos los olores combinados de sangre y sexo que se fundían con el olor acido del humo de la chimenea.
“Perdonen por interrumpir” murmuró Lex, mientras su padre salía de una habitación anexa.
Yakut estaba desnudo, su pene todavía parcialmente erecto, su rubicunda longitud inclinándose obscenamente con cada movimiento. Asqueado por la vista, Lex parpadeó, y desvió la mirada. El rápidamente pensó mejor en ello, rechazando a dar un débil impulso que estaba seguro seria tenido en cuenta contra el. En vez de eso el miró a su padre entrar en la habitación, los ojos del viejo vampiro brillaban como carbones ámbar colocados en el fondo de su cráneo, con sus pupilas reducidas a estrechas y verticales rendijas en su centro. Sus colmillos eran enormes en su boca, puestos completamente extendidos y afilados como cuchillas. Una pantalla de sudor abrigaba el cuerpo de Yakut, cada pulgada de el lívida de color desde los colores latentes de sus dermaglifos, las únicas marcas de su piel de la Raza que se extendían desde la garganta a los tobillos de los Gen Uno. Sangre fresca- inequívocamente humana, todavía débil l- suficiente aroma para indicar el origen de un Subordinado- manchaba todo su torso y costados. Lex no estaba sorprendido por la evidencia de la reciente actividad de su padre, ni por el hecho de que el trío de voces apagadas en la otra habitación fueran las de su actual grupo de esclavas humanas. Crear y mantener subordinados, algo que solo las estirpes más puras y poderosas de la raza eran capaces de hacer, había sido durante largo tiempo una practica ilegal entre la educada sociedad de la Raza. Sin embargo, así era al menos entre las fracciones de Sergei Yakut. El hacía sus propias reglas, dispensaba su propia justicia, y aquí, en este lugar remoto, el dejaba claro a todos que el era el rey. Incluso Alex podía apreciar ese tipo de libertad y poder. Demonios, el podía prácticamente saborearlo.
Yakut le dirigió una Mirada desdeñosa desde el otro lado de la habitación. “Te miro y veo la muerte ante mí”.
Lex frunció el ceño. “¿Señor?”
“Si no fuera por las restricciones del guerrero y mi intervención en esta noche, estarías acompañando a Urien en ese almacen de la ciudad, ambos cuerpos esperando el amanecer”. El desprecio inundaba cada silaba. Yakut recogió una herramienta de hierro del lado de la chimenea y movió los leños en la hogar. “Te salvé la vida esta noche, Alexei. ¿Qué mas esperas que te de esta tarde?”
Lex se enfadó al recordar su reciente humillación, pero el sabía que el odio no le ayudaría, particularmente no cuando estaba enfrentándose a su padre. El hizo un movimiento deferente de su cabeza, encontrando una maldita dura resistencia a mantener el matiz fuera de su voz. “Soy tu fiel sirviente, padre. No me debes nada. Y no te pido nada excepto el honor de tu continua confianza en mí”.
Yakut gruñó. “Hablas más como un político que como un soldado. No necesito políticos en mis filas, Alexei”.
“Soy un soldado” contestó rápidamente Lex, alzando su cabeza y mirando mientras su padre continuaba moviendo el palo de hierro en el fuego. Los leños se rompían, chispas saltaban hacia arriba, golpeando el largo y letal silencio que caía sobre la habitación. “Soy un soldado” afirmó de Nuevo Lex. “Quiero servirte lo mejor que pueda, Padre”.
Una burla ahora, pero Yakut giro su greñuda cabeza para mirar a Lex por encima del hombro. “Me das palabras, chico. Yo no tengo ninguna obligación de confiar en tus palabras. Últimamente no puedo ver que me hayas ofrecido nada mas”.
“¿Cómo esperas que sea efectivo si no me mantienes mejor informado?”. Cuando esos ojos matizados de ámbar con sus astilladas pupilas se estrecharon afiladamente sobre él, Lex se dio prisa en añadir “Corrí hacia el guerrero en los campos. El me dijo sobre los recientes asesinatos de los Gen Uno. El dijo que la Orden había contactado contigo personalmente para avisarte del peligro potencial. Debería haberme hecho participe de ello, padre. Como capitán de su guardia, merezco ser informado”.
“¿Qué tu mereces que?” la pregunta salió de los labios de Yakut. “Por favor, Alexei…dime solo que es lo que sientes que mereces”.
Lex permaneció en silencio.
“¿Nada que añadir, hijo?” Yakut movió su cabeza en un ángulo exagerado, su boca mostró una sonrisa sarcástica. “Un cargo similar me fue lanzado hace años de los labios de una estúpida mujer que pensaba que podía apelar a mi sentido de obligación. A mi misericordia, quizás”. El se rió entre dientes, girando su atención de nuevo al fuego, para removerlo de nuevo en las brasas. “Sin Duda recordaras que la pasó”.
“Lo recuerdo” respondió con cuidado Lex, sorprendido por la seca situación de su garganta mientras el hablaba.
Los recuerdos se arremolinaron fuera de las ondulantes llamas de la chimenea.
AL norte de Rusia, el fin del invierno. Lex era un chico, apenas tenía diez años, pero era el hombre de su precario hogar tanto como alcanzaba a recordar. Su madre era todo lo que el tenía. La única que sabía como era el realmente, y le quería a pesar de todo.