El se había preocupado la noche que ella le había dicho que iba a llevarle a conocer a su padre por primera vez. Ella dijo a Lex que había sido un secreto que había mantenido-su pequeño tesoro. Pero el invierno había sido duro, y eran pobres. Necesitaban refugio, alguien que les protegiera. El campo estaba en confusión, inseguro para una mujer cuidando a un niño como Lex sola. Necesitaban refugio, alguien que les protegiera. Ella rogó al padre de Lex que se lo proporcionara. Ella prometió que el les abriría sus brazos en forma de bienvenida una vez hubiera conocido a su hijo.
Sergei Yakut les había dado la bienvenida con una fría ira y un terrible e impensable ultimatum.
Lex recordaba las plegarias de su madre a Yakut para que les acogiera…completamente ignoradas. El recordaba a la orgullosa y bella mujer arrodillándose ante Yakut, rogando que si no se preocupaba por ambos que el mirara solo por Alexei.
Esas palabras se clavaban en los oídos de Lex, incluso ahora: ¡El es tu hijo! ¿No significa nada para ti? ¿No merece algo más?
Lo rápido que la escena había perdido el control.
Lo fácil que fue para Sergei Yakut sacar su espada y deslizar esa cuchilla limpiamente a través del cuello de la madre indefensa de Lex.
Lo brutal de sus palabras, que el solo tenía sitio para soldados en su reino, y que Lex tenía una elección que hacer en ese momento: servir al asesino de su madre o morir junto a ella.
Lo débil que la respuesta de Lex había sido, dicha entre sollozos. Te serviré, había dicho, y sintió que una parte de su alma le abandonaba mientras miraba con horror el cuerpo sangrante y roto de su madre. Te serviré, padre.
Lo frío que fue el silencio que continuó.
Tan frio como una tumba.
“Soy tu sirviente” dijo en alto ahora Lex, bajando la cabeza más por el peso de los viejos recuerdos que por respeto al tirano que le gobernaba. “Mi lealtad siempre ha sido tuya, padre. Solo sirvo a tu placer”.
Un repentino calor, tan intenso que se sentía como llamas ardientes apretó bajo la barbilla de Lex. Sobresaltado, el levantó su cabeza, estremeciéndose del dolor con un grito ahogado. El vio el humo salir delante de sus ojos, olio la dulce y enfermiza peste a carne quemada-la suya.
Sergei Yakut estaba de pie ante el, sosteniendo el largo atizador de hierro en su mano. La brillante punta de la varilla de metal ardía, en rojo ardiente excepto por la zona de piel blanca cenizacea que colgaba de el, la cual había sido arrancada de la cara de Lex.
Yakut sonrió, enseñando las puntas de sus colmillos. "Sí, Alexei, sirves solo a mi placer. Recuerda eso. Solo porque mi sangre corre a través de tus venas no significa que me resista a matarte”.
"Por supuesto que no," murmuró Lex, con la mandíbula agarrotada por la devastadora agonía de sus quemaduras. El odio bullía en él por el insulto que el podía tragarse y por su propia impotencia cuando veía al hombre de la raza que le desafió con su ceño fruncido para hacer un movimiento contra el de nuevo.Yakut desistió al final. Arrastró una túnica de lino marrón desde una silla y se encogió en ella. Sus ojos estaban todavía iluminados con hambre y lujuria de sangre. El dejó que su lengua patinara por sus dientes y colmillos. “Como estas tan ansioso por complacerme, ve y trae a Renata. La necesito ahora”.
Lex apretó sus dientes tan fuerte que deberían haberse hecho añicos en su boca.
Sin palabras caminó fuera de la habitación con su mandibula rígida, sus propios ojos centelleaban con la luz ámbar de su indignación. El no perdió de vista la mirada confusa del guarda apostado en la puerta, el rumbo inquieto de los ojos de los otros vampiros mientras el disfrazaba el olor de la carne quemada y el probable calor de la enturbiada ira de Lex.
Su quemadura cicatrizaría- de hecho, ya lo estaba haciendo, su acelerado metabolismo de la raza reparaba la piel quemada mientras los pies de Lex le llevaban a la zona principal del refugio. Renata justo venía de fuera. Ella vio a Lex y se detuvo, girándose alrededor como si ella quisiera evitarle. No era jodidamente probable.
“El te quiere” ladró Lex a través de la estancia, sin preocuparse de cuantos otros guardias le oyeran. Todos ellos sabían que ella era la puta de Yakut, así que no había razón para fingir otra cosa. “El me dijo que te enviara adentro. Está esta esperándote para que le sirvas”.
Los fríos ojos verde jade le demolieron. “He estado entrenando afuera. Necesito lavarme la suciedad y el sudor”.
“El dijo ahora, Renata”. Una orden corta, una que el sabía sería obedecida. Había más que una pequeña satisfacción en ese pequeño y raro triunfo.
“Muy bien”. Ella se encogió de hombros, acolchada sobre sus pies descalzos.
Su insulsa expresión mientras ella se acercaba decía que no la preocupaba lo que nadie pensara de ella, y mucho menos Lex, y esa falta de adecuada humillación solo le hacía querer degradarla más. El olfateó en su dirección, más por efecto que por nada más. “A el no le importará tu mugre. Todos sabemos que las mejores putas son las sucias”.
Renata no hizo más que parpadear ante el vulgar comentario. Ella podía reducirle con una ráfaga de su poder mental si lo decidiera- de hecho, Lex casi esperaba que lo hiciera, solo para demostrar que la había herido. Pero el rápido giro de su Mirada le dijo que ella no sentía que el mereciera la pena el esfuerzo.
Ella pasó junto a el con una dignidad que Lex no podía incluso comenzar a entender. El la miró-todos los guardias en la zona inmediata la miraron- mientras caminaba hacia las habitaciones de Sergei Yakut tan calmada como una reina de la nobleza en su camino a la horca.
No le llevó mucho a Lex imaginar un día cuando el pudiera ser el único al control de todo quien mandaría sobre este hogar, incluyendo a la altanera Renata. Por supuesto, la puta no sería tan altanera si su mente, voluntad y cuerpo pertenecieran completamente a el. Un subordinado para servir cada uno de sus caprichos…y los de los otros hombres a su cargo.
Sí, Lex reflexionó con muy malos ojos, sería condenadamente bueno ser rey.
CAPÍTULO OCHO
Traducido por Aletse
Nikolai tomo una de las dagas sueltas de Renata del poste grueso de madera donde ella las había lanzado. Tenía que darle crédito, su objetivo hubiese estado muerto. Si él hubiera sido simplemente un humano, no de la Raza, la condenación de los reflejos lentos de los seres humanos, con el entrenamiento de Renata lo hubiesen convertido seguramente en brochetas para asar.
Él se rió entre dientes al colocar la lámina en su envoltura elegante con las otras tres del juego. Las armas eran hermosas, elegantes y perfectamente equilibradas, obviamente, hechas a mano. Niko dejó que su mirada fija vagara sobre el labrado esculpido de las empuñaduras de plata esterlina. El patrón parecía ser un jardín de vides y flores, pero cuando las miro más de cerca, se dio cuenta de que cada una de las cuatro láminas también contenían una sola palabra grabada con amor dentro de su diseño ornamentado: Fe. Coraje. Honor. Sacrificio.
¿El credo de un guerrero?, él se preguntó. ¿O eran ellos los principios de la disciplina personal de Renata en cambio?
Nikolai pensó en el beso que ellos habían compartido. Bueno, al decir que ellos lo habían compartido era un tanto presuntuoso, teniendo en cuenta cómo él había descendido sobre su boca con toda la delicadeza de un tren de carga. Él no había tenido la intención de besarla. Sí, ¿y a quién simplemente estaba tratando de engañar? Él no podría haberse detenido a sí mismo de hacerlo si lo hubiera intentado. No que fuese una excusa. Y no es que Renata le hubiese dado cualquier posibilidad para hurgar o pensar en alguna excusa o disculpa.
Niko aún podía ver el horror en sus ojos, la inesperada pero obvia repulsión por lo que él había hecho. Todavía podía sentir la sinceridad de su amenaza que pronunció justo antes de que ella tempestuosamente saliera fuera del edificio.