La parte abollada de su ego trataba de calmarlo con la posibilidad de que tal vez ella realmente despreciara a todos machos en general. O que tal vez ella era tan fría como Lex parecía pensar, un soldado asexuado, frígida que justamente resultaba tener la cara de un ángel y un cuerpo que conducía a su mente a toda clase de pecados. Demasiados pecados, cada uno más tentador y atractivo que el anterior.
Nikolai tenía un encanto fácil cuando se trataba de mujeres, no era simple alarde, sino una conclusión a la que él había llegado basado en los años de experiencia. Cuando se trataba de mujeres, disfrutaba tranquilamente, de las conquistas sin complicaciones que entre más temporales mejor. La persecución y las luchas eran divertidas, pero lo mejor lo reservaba para el combate verdadero, en batallas sangrientas, con vampiros Renegados y otros enemigos de la Orden. Esos eran los desafíos que él disfrutaba más.
Entonces, ¿por qué él estaba luchando contra este impulso perverso de ir tras Renata ahora y ver si él no podía descongelar parte del hielo que la cubría a ella?
Porque él era un idiota, por eso. Un idiota con una furia peligrosa – y – un aparente deseo mortal.
Tiempo para conseguir regresar sus ojos en la condenada pelota. No importaba lo que su cuerpo le estuviese diciendo – no más de lo que importaba de lo que él vio en la mirada Mira. Él tenía un trabajo que hacer, una misión de la Orden, y eso era la única razón por la que estaba aquí.
Niko cuidadosamente envolvió las dagas de Renata en su estuche de seda y terciopelo y coloco el pequeño bulto en el fardo de paja para esperar por el regreso de ellos y por sus zapatos desechados.
Él abandono el edificio de la perrera y se dirigió a la oscuridad para acumular información de las tierras de la mansión. Una media luna colgaba en lo alto del cielo de la noche, velada por un puñado fino delgado, de nubes grises como el carbón. La brisa de medianoche era cálida, cerniéndose suavemente a través de los pinos altos y robles espinosos de los bosques circundantes. Los aromas se mezclaban en que el aire húmedo del verano: el sabor fuerte de la resina de pino, el sello mohoso del suelo protegido del sol y el musgo, la nitidez de los minerales que rodaban por el agua dulce, en la corriente que evidentemente atravesaba a través de la propiedad no lejos de donde estaba Niko.
Nada inesperado. Nada fuera de lugar.
Hasta que…
Nikolai levanto su barbilla e inclino la cabeza ligeramente hacia el oeste. Algo muy inesperado entro a la deriva a través en sus sentidos. Algo que no podía, no debería, encontrase aquí.
Era la muerte lo que olía ahora.
Sutil, vieja… pero cierta.
Él corrió hacia la dirección que su nariz lo conducía. Más profundo en el bosque. Unos cien metros de distancia de la mansión, la espesura surgió bruscamente. Niko redujo su marcha cuando él llegó al lugar donde sus fosas nasales comenzaban a arder con el hedor envejecido de la descomposición. A sus pies, el suelo estaba esparcido con hojas, enredado por vides que caían lejos por el barranco escarpado.
Nikolai miró hacia abajo por la hendidura, enfermando, incluso ante de que sus ojos se posaran en la carnicería.
"Infierno Santo", murmuró él, bajo su aliento.
Una fosa de muerte se encontraba en el fondo del barranco. Esqueletos de restos humanos. Docenas de cuerpos, sin enterrar, olvidados, simplemente vertidos uno encima de otro, como si fueran basura. Tantos, que tomaría demasiado tiempo para contarlos a todos ellos. Adultos. Niños pequeños. Una masacre que no mostraba ninguna discriminación o misericordia a sus víctimas. Una masacre que podría haber llevado años conseguir.
La pila de huesos blancos brillaba bajo la escasa luz de la luna, las piernas y brazos enredados juntos donde quiera que lo muertos hubiesen caído, cráneos mirando hacia él, con las bocas abiertas en macabros gritos, silenciosos. Nikolai había visto suficiente. Él retrocedió del borde del barranco mientras silbaba otra maldición en la oscuridad. "¿Qué coños ha estado sucediendo aquí?"
En sus entrañas, él lo sabía.
Jesucristo, no había mucho margen para la duda.
Un Club de sangre.
La furia y la repugnancia rodaban a través de él en una onda negra. Él tuvo por un instante, el deseo abrumador de rasgar los miembros de cada vampiro implicado en violar la ley, asesinatos al por mayor de estas personas. No es que él tuviera ese derecho, incluso como un miembro guerrero de la Orden. Él y sus hermanos no tenían a muchos amigos entre las ramas gobernantes de la raza, y mucho menos a la Agencia de Control, que actuaban tanto como policías como políticos responsables de las poblaciones de vampiros en general. Ellos pensaban que la Orden y los guerreros que la servían estaban por encima de la sociedad civilizada. Vigilantes y militantes. Perros salvajes que solo deseaban una excusa para hacerla caer.
Nikolai sabía que él estaba fuera de los límites en esto, pero eso no hacia que el anhelo de prescindir su propia marca de justicia se hiciera menos tentador.
A pesar de que él bullera con el ultraje y la indignación, Niko necesitaba así mismo calmarse. Su furia no ayudaría a ninguna de las vidas que estaban desparramadas allá abajo. Demasiado tarde para ellos. No se podía hacer, salvo mostrarles algún poco de respeto, algo que les había sido negado incluso después de la muerte.
Solemnemente ahora, aunque fuera sólo por unos momentos necesarios, Nikolai se arrodilló en la orilla afilada de la caída del profundo barranco. Él extendió ampliamente sus brazos anchos, invocando el poder luminoso que estaba dentro de él, un talento de la raza que se encontraba únicamente en él, y que en su línea de trabajo en particular, le era de poca utilidad. Sentía el poder encenderse en su interior cuando él lo invoco. El poder se volvió en energía y luz, propagándose a través de sus hombros y hacia abajo en sus brazos, luego en sus manos, esferas gemelas que brillaba debajo de la piel en el centro de las palmas de sus manos.
Nikolai toco con sus dedos la tierra a cada lado de él.
Las vides y zarzas se agitaban a su alrededor en respuesta, zarcillos verdes y pequeñas flores silvestres del bosque se despertaron arriba de el haciendo movimientos. Todo ello aumentando cada vez más en acelerada velocidad. Niko envió los brotes que estaban retoñando hacia el barranco, luego se puso de pie para ver como los muertos estaban siendo cubiertos por un manto de suaves hojas nuevas y flores.
Como un rito funerario, no era mucho, pero era todo lo que él tenía que ofrecer a las almas que se habían dejado allí para pudrirse a la intemperie.
"Descansen en paz", murmuró él.
Cuando el último hueso estuvo cubierto, él se dirigió hacia la mansión en un áspero clip. El granero de almacenamiento en el que él había olfateado la sangre antes ahora captó su atención.
Sólo para confirmar sus sospechas, Niko vigilo por encima y movió el cerrojo suelto. Él abrió la puerta, y miró dentro. El granero estaba vacío, tal como Lex le había dicho. Pero nuevamente otra vez, las jaulas de acero construidas en el interior no habían sido hechas para ningún tipo de almacenamiento permanente. Eran altas plumas, celdas de prisión con cerrojos diseñadas para los prisioneros humanos con el carácter de contención temporal.
Juguetes vivos para ser puestos en libertad para el deporte ilegal aquí en el remoto bosque que Sergei Yakut dominaba.
Con un gruñido, Nikolai salió del granero y se marchó a la casa principal.
"¿Dónde está él?" – preguntó al guardia armado que percibió la atención al instante que atravesó por la puerta. "¿Dónde demonios está él? ¡Dímelo ahora!"
Él no espero por una respuesta. No cuando los otros dos guardias, ambos al corriente que estaban a fuera de una puerta cerrada del gran pasillo, tomaron una postura de batalla repentina. Detrás de ellos, estaban los aposentos privados de Yakutia, obviamente.