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La verdad del asunto era, que esta era su vida. El mundo de Yakut era su mundo, el recinto y sus muchos secretos grotescos eran su realidad inamovible. Ella no se compadecía a si misma, nunca lo había hecho. No en el orfanato del convento en todos aquellos años cuando era una niña, ni en el día en que ella fue arrojado de su casa con las Hermanas de la Benevolente Misericordia a la edad de catorce años y obligada a marcharse para siempre.

Ni aun en la noche, hacia únicamente dos veranos atrás, cuando ella fue arrancada de las calles en Montreal, y traída con un grupo de otras personas asustadas a los corrales de espera cerrados con llave en el granero dentro de la propiedad de Sergei Yakut.

Ella no había derramado ni una sola lagrima de auto-compasión en todo este tiempo. Ella estaba segura como el infierno que no estaba a punto de comenzar ahora.

Renata se levantó y salió de su modesta habitación. La casa principal estaba en silencio a esta hora, las pocas ventanas del lugar estaban cerradas completamente para desterrar los letales rayos del sol. Renata quitó la barra de hierro gruesa de la puerta exterior y salió andando hacia una gloriosa tarde de verano, cálida y brillante.

Ella se dirigió directamente al edificio de la perrera. Entre todo el drama que se había producido la última noche, tan solo con Nikolai y durante el tiempo después, ella se había olvidado completamente que sus laminas estaban afuera. Él negligente descuidado la molestaba. Ella nunca alejaba las dagas de su posesión. Ellos formaban parte de ella ahora, como lo habían sido el día en que las había tomado. "Estúpida, estúpida", se susurraba a sí misma mientras entraba en la antigua perrera y miró hacia el poste donde ella esperaba encontrar la lamina incrustada que ella había arrojado a Nikolai.

No estaba allí.

Un grito se deslizó por delante de sus labios, de incredulidad y de angustia.

¿Se había llevado el guerrero sus láminas para sí mismo? ¿Si él jodido se las había robado?

"Maldita sea. No"

Renata irrumpió a través del pasillo central del edificio… y entonces hizo una abrupta parada cuando ella llego a la parte posterior del lugar y sus ojos se posaron en el rollo grande de paja cerca del poste de madera con cicatrices.

Cuidadosamente doblado encima de ella y colocada perfectamente a lado del par de zapatos que ella había dejado atrás anoche estaba también la envoltura de seda y terciopelo que contenía sus dagas atesoradas. Ella lo tomo, sólo para tranquilizarse a sí misma de que la funda de tela no estaba vacía. Cuando sintió su peso familiar colocado en su palma – no pudo contener su sonrisa. Nikolai. Él había cuidado de las dagas por ella. Recogiéndolas, envolviéndolas, y dejándolas aquí para ella como si él supiera lo mucho que significaba para ella.

¿Por qué haría él esto? ¿Qué esperaba él que su bondad le comprara? ¿Pensaba en verdad que su confianza podría originarse tan fácilmente, o era justamente la espera de otra oportunidad de imponerse a él del mismo modo que lo había hecho con aquel beso?

Ella realmente no quería pensar en los besos de Nikolai. Si pensaba en su boca sobre la suya, entonces ella tendría que admitir para sí misma que como tan inesperado y sin invitación, había sido el beso a la fuerza era apenas culpable de que esto hubiese ocurrido.

Pero la verdad era, que ella lo había disfrutado.

Santa María, pero sólo de pensar en él ahora se encendía un calor lento, líquido en su corazón.

Ella había deseado más de él, a pesar de que cada instinto de supervivencia en su cuerpo le había estado gritando para que se alejase de él, y escapara rápidamente. Ella tenia hambre de él en ese momento y ahora. Quemando por él, en un lugar que ella había pensado que estaba completamente congelado y muerto. Y que la pequeña admisión que comento él acerca de lo dicho por Mira – la implicación de todo – en lo que él había visto en los ojos de la niña de alguna forma podría envolver a Renata y a él íntimamente juntos, era aún más inquietante. Gracias a Dios él se había ido.

Gracias a Dios que él nunca volvería probablemente después de lo que había descubierto aquí.

Había pasado mucho tiempo desde que Renata se hubiese puesto de rodillas a rezar. Ella no se arrodillaba ante nadie más, ni siquiera ante Yakut en su peor momento, pero ella inclinaba su cabeza ahora y le pedía el cielo mantuviese a Nikolai lejos de este lugar.

Lejos de ella.

Ya no estaba con ánimo para entrenarse, sobre todo cuando los recuerdos de lo que había pasado aquí anoche todavía estaban recientes y nadando sobre su cabeza, Renata tomo sus zapatos y caminó de regreso a la casa. Ella entró, moviendo la barra de la puerta, luego se dirigió al pasillo que conducía a su habitación y lo que esperaba era tener al menos algunas horas de sueño. Ella se dio cuenta de que había algo fuera de lugar, incluso antes de que notara que la puerta de Mira no tenía puesto el pestillo.

Ninguna luz estaba encendida en la habitación de la niña, pero ella estaba despierta. Renata escucho su suave voz en la oscuridad, quejándose de que tenía sueño y no quería levantarse. ¿Más pesadillas? Renata se pregunto, sintiendo una punzada de compasión por la niña. Pero entonces, otra voz siseo entre dientes sobre las protestas aturdidas de Mira, esta frío y áspera, cortada con impaciencia. "Deja de lloriquear y abre tus ojos, pequeña perra."

Renata presiono su mano contra la puerta artesonada y la empujo ampliamente. "¿Qué diablos piensas tu que estás haciendo, Lex?"

Él estaba inclinado sobre la cama de Mira, los hombros de la niña atrapados con un agarre hiriente. Su cabeza giró alrededor cuando Renata entró en la habitación, pero él no dejo ir a Mira. "Tengo necesidad del oráculo de mi padre. Y yo no estoy bajo las ordenes de usted, sea amable y lárguese de joder de aquí".

"Rennie, él me está haciendo daño en mis brazos". La voz de Mira era diminuta, atenazada por el dolor.

"Abre los ojos", Lex le gruñó a ella. "Entonces tal vez deje de hacerte daño".

"Quita tus manos de ella, Lex." Renata se paro al pie de la cama, con las láminas enfundadas con su peso tentador a su alcance. "Hazlo. Ahora”.

Lex se mofó. "No hasta que yo haya terminado con ella."

Cuando él le dio a Mira una sacudida fuerte, Renata soltó una ráfaga de furia mental. Era sólo un hilo de energía, sólo una fracción de lo que ella podía darle, pero Lex aulló, su cuerpo se sacudió como si él hubiera sido golpeado por unos pocos miles de voltios de electricidad. Se tambaleó hacia atrás, dejando caer a Mira y alejándose de la cama, plantado su culo en el suelo.

"¡Perra!" Sus ojos despedían fuego ámbar, sus pupilas fragmentadas fuertemente en su centro. "Yo debería matarte por esto. ¡Debería matar a la pequeña mocosa y a ti- a ambas!"

Renata lo golpeó de nuevo, otra pequeña muestra de agonía. Él se dejó caer, agarrándose la cabeza y gimiendo con la segunda ráfaga debilitante. Ella esperó, mirando como él trabajaba para juntarse en una postura desgarbada en el suelo. El no representaba ninguna amenaza para ella como estaba ahora, pero en algunas horas él estaría recuperado y ella iba a estar vulnerable. En ese momento ella podría tener una pequeña pena que pagar.

Pero por el momento, Mira ya no era del interés de Lex, y eso era todo lo que importaba. Lex la fulmino con la mirada cuando él se arrastró hasta sus pies. "¡Fuera de mí… camino… maldita… puta!"

Las palabras estaban sofocadas, farfulladas entre sus jadeos mientras él torpemente se dirigía hacia la puerta abierta. Cuando él estuvo fuera de vista, con sus pasos arrostrándose a lo largo del pasillo exterior, Renata fue a lado de la cama de Mira y la hizo callar suavemente.

"¿Estás bien, muchacha?"

Mira asintió. "No me gusta él, Rennie. Él me asusta."

"Lo sé, cariño." Renata presiono un beso en la frente de la niña. "Yo no voy a dejarlo que te haga daño. Estás a salvo conmigo. Esa es una promesa, ¿entendido?" Otro gesto de asentimiento, más débil esta vez mientras Mira dirigía hacia atrás la cabeza de regreso a la almohada y exhalaba un suspiro soñoliento. "¿Rennie?" -ella le preguntó en voz baja.